Editorial

Temores

La crisis del sindicalismo, entendida como desinterés de los trabajadores por la adherencia gremial, pérdida de convocatoria de las dirigencias sindicales e incapacidad para responder con eficacia ante los nuevos retos que plantean la globalidad económica y la innovación técnica y organizativa, es un hecho ampliamente aceptado.

Esa crisis suele atribuirse a factores que se ubican fuera de la organización sindical y se rehúye la influencia que pudieran ejercer factores de orden interno.

Uno de esos factores, sin duda, está en la democracia sindical que se practica. Predomina un cuestionamiento recurrente que los dirigentes evaden enfrentar: la legitimidad y representatividad que deben ser validados por los trabajadores.

Los hechos que se consuman, sumados a los que se ignoran, se convierten vicios que se arrastran para ignorar el interés colectivo que pueda fortalecer y dinamizar a las organizaciones.

Una capacidad limitada por la ausencia de convocatoria de las dirigencias, se traduce en una marcada ineficacia que lleva a frenar la acción sindical para involucrar las propuestas y sugerencias de los trabajadores.

Es recurrente que se ignoren y se eviten los análisis de los factores que impactan para dinamizar y dar personalidad propia a los sindicatos.

Inexplicablemente el atrincheramiento de las dirigencias provoca un asilamiento y un divorcio con quienes, mediante un sufragio personal y directo, los encumbra en posiciones de las cuales nacen como respuesta la soberbia y el desprecio.

Encumbrados en el poder, desde el que se ignora que la fuerza real está en los trabajadores, sobran los dirigentes que no alcanzan a cristalizar la idea de convertirse en líderes.

Porque se dejan dominar por la desatención para quienes representan la fortaleza de una organización y validan sus estancia en oficinas que se convierten en refugio de timoratos y temerosos personajes que prefieren vivir en el anonimato y en las sombras de mediocridad.

Sumisos con la autoridad y arrogantes con la clase trabajadora, alimentan una vida burocrática en la que la superación y el ejercicio de facultades para hacer prosperar a la colectividad, les aterroriza.

Pertrechados en despachos que únicamente les sirven para consumir el tiempo, dejan ir la oportunidad  de trascender y poner en práctica la opción que les da la vida para significarse como verdaderos representantes de un sector laboral que espera de ellos una acción que los reivindique.

Es lamentable que esa llamada para construir, los convierta en detractores de ilusiones y proyectos que se debieran ver como la circunstancia de ser factores de cambio y de progreso.

La ausencia y el dejar de hacer, es un insulto y una humillación que de ninguna manera son justificables.

La vida íntima de los sindicatos ofrece un ilimitado horizonte para evolucionar y transformar condiciones laborales que pueden beneficiar a quienes han hecho del trabajo una mística de servicio para la comunidad.

Vitrina desde la que lo mismo permite observar que se observado, el sindicalismo corre el riesgo de enfrentar un debilitamiento organizativo y corporativo que lo lleven a un descrédito creciente, al grado de enfrentar la posibilidad de un desgaste insuperable.

La membresía sindical también tiene derecho a ignorar las decisiones que de manera personal, y en ocasiones autoritaria, se asumen para evadir responsabilidades.

Actuar con inteligencia, decoro, compromiso y lealtad, es lo menos que los miembros de una organización sindical esperan de sus dirigentes.

Siempre hay tiempo para corregir y dinamizar una actuación de quienes están dormidos, aletargados y omisos de tareas que forman parte de su responsabilidad y que de manera inexplicable ignoran y desprecian.

Tiempo, también, de dejar atrás los atrincheramientos que los tiene sumidos en el pánico escénico, que los domina y mantiene paralizados y sin responder a las expectativas que los trabajadores mantienen vivas con la esperanza de caminar rumbo a nuevos estadios.

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