Opinión

Memoria fresca

En esta reconstrucción de hechos, la gratitud es el principal ingrediente.

Una añoranza, en la que inevitablemente el cariño es el combustible para trazar la descripción.

Lealtad que no es suficiente para recompensar lo recibido.

Recuerdo que invade y vulnera sentimientos, pero que son una ofrenda para el entrañable Roberto Galindo López.

Ahora radicado en Cuernavaca, Morelos, deseo que logre superar el quebranto de salud que le aqueja.

Tengo que remontarme al año de 1971 para situar al lector en los tiempos en que tuve un acercamiento con el periodismo, tarea que ha sido mi pasión.

Ha pasado ya medio siglo de mi acercamiento con la tinta y el papel.

Origen y destino, se involucran para desterrar a la ingratitud.

A Roberto debo el empaque y la conformación que me ha permitido transitar por veredas, caminos, carreteras y autopistas de la comunicación.

Pero es mejor ir directo a los hechos.

Llegué a las oficinas de Relaciones Públicas de Excélsior para integrarme a un grupo de 1 200 jóvenes que fueron contratados para vender suscripciones de puerta en puerta.

Para evitar desvíos, diré que hubo un proceso selectivo que pude ir superando, hasta entrar en contacto con un mundo que parecía irreal, insuperable y difícil para integrarme.

Galindo López fue el autor para sumergirme en la lectura, me llevó de la mano y confió en que podría arribar al periodismo para ser un protagonista.

He cumplido a cabalidad.

Me enseñó a no competir con mis colegas. La cátedra tuvo siempre el objetivo de superar lo ya realizado, tratar de ser mejor sin tomar como referencia a los demás.

Hasta ahora, para crecer y alcanzar las metas, esa ha sido la fórmula. Avanzar para dejar atrás lo conseguido y subir a la montaña sin rivalizar con nadie.

Disciplina. Preparación. Coraje. Correr riesgos y enfrentar las adversidades personales y profesionales.

Tampoco se puede desechar o minimizar la intuición y la percepción que aprendí a descubrir para ir por la noticia. Ese olfato, cosquilla que puede dejarse ir sin percibirlo, que me da vigencia.

Ortega y Gasset, Nietzsche, Weber, Aristóteles, Platón, Kant, Hegel, Marx y Engels, junto con literatos como Paz, Fuentes, Arreola, Asturias, Monterroso, Neruda, Benedetti, Rulfo, Cossío Villegas y un larguísimo listado de autores a los que me hizo conocer y entender.

Fue Roberto quien me impulsó y patrocinó para enlistarme en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.

Él mismo posibilito mi trato y relación estrecha con el licenciado Miguel Ángel Granados Chapa.

Sociólogo natural, inteligente de nacimiento, Robert fue soporte para convertirme en periodista y saborear la cumbre informativa.

Lleno de gratitud y nostalgia, las pasadas fechas navideñas me motivaron a buscarle. Fue entonces cuando me enteré de la merma de sus condiciones físicas.

Al iniciar el año, fecha de mi cumpleaños, el primer día de enero la reflexión me ubicó para dejar testimonio escrito del soporte que Roberto Galindo López diseño para darme fortaleza y lanzarme a lo que ha sido mi vida: el periodismo.

Gracias a su sabiduría y erudición, pude descubrir y valorar el ímpetu y la fiebre que me fue invadiendo por la comunicación.

Quienes me han dado la oportunidad de caminar profesionalmente junto a ellos, don Adolfo Montiel Talonia es un referente que puede certificarlo, son voces autorizadas para validarlo.

ESTALLIDO DE UN VOLCÁN

El sosiego y la tranquilidad, no son elementos que me acompañen.

A lo largo de una intensa carrera periodística que inició el 8 de julio de 1974, he dejado testimonio claro y preciso de ello.

Montiel Talonia, originario de Apaxco, Estado de México, fue quien me abrió las puertas de La Prensa.

Aunque debo decirlo, por cortesía me expresó que cuando quisiera tenía una oportunidad para integrarme al periódico que dice lo que otros callan.

Sin pensarlo, y con un engaño desprovisto de dolo, acudí para hacer efectiva la propuesta.

Al presentarme en la redacción de La Prensa tres días después, le dije que estaba listo para integrarme. Eres muy acelerado. No me gusta tu estilo, argumentó.

Sin embargo, fiel a su caballerosidad me aclaró: Tengo palabra y la cumpliré. Pero desde ahora te digo que no tienes ninguna posibilidad de quedarte. De eso me encargo yo.

Trabajo arduo. Presiones. Ser ignorado. Rechazos y desprecios, casi me hicieron desistir.

Más no hubo claudicación.

Pasaron dos meses y medio, luego de un ambiente hostil que me hacían pensar en la derrota, cuando llegó la primera nota principal de primera plana. Firmada con mi nombre.

Y entonces vino la reacción personal. A partir de hoy, le dije, sabrán de lo que soy capaz.

Entré a la sociedad cooperativa, vinieron un mundo de entrevistas exclusivas, principales en cascada, reportajes y la cobertura (primera en la historia de ese diario) de toda una campaña presidencial, la de Miguel de la Madrid, sin descanso.

Viajes al extranjero. Recorridos por toda la República Mexicana. Codearse con todos los secretarios de Estado.

Provisto de un estilo muy personal, que aún está en uso, para relacionarme con los políticos y funcionarios, hubo resultados positivos.

Pasado mucho tiempo, don Adolfo decía y dice, que ser echado para adelante me hacía un volcán en estallido.

Evocar a Roberto Galindo este año 2023 me lleva, necesariamente, a vincularlo con Montiel Talonia.

Ambos, soporte de esa trayectoria en la que han sido cimiento para resistir los vendavales que se han presentado.

La fortaleza y el vigor, respaldados por el brío y el temple para no claudicar en los momentos de complicaciones, han sido las enseñanzas de ese dúo para ir hacia adelante.

Duele decirlo, pero en ambos las enfermedades han mermado sus condiciones físicas.

Más no el talento ni el afecto.

Generosos y desprovistos de miserias, estos dos seres humanos que han sido vitales en mi formación y alcances periodísticos, jamás fueron dominados por la soberbia o el egoísmo.

Por el contrario. Esplendidos, llenos de grandeza,  supieron ignorar la intriga y las conductas palaciegas de quienes como vestimenta se arropaban en la envidia y el rencor.

Han dejado testimonio, enseñarme, que la ambición es válida. Nunca la codicia ni la voracidad.

Que la miseria es fácil de ignorarse cuando hay desprendimiento de rencores. Que la nobleza siempre habrá de superar a la mezquindad.

Esos dos seres humanos, que tocan las cuerdas de la sensibilidad y se anidan en los primeros planos del cariño y la amistad, tienen una recompensa nunca pedida: Permanezco actualizado.

En el recuerdo y la añoranza, he revivido además el impacto musical de sus gustos.

Roberto y el deleite por el bossanova. Astrud Gilberrto. Sergio Mendez. Elis Regina. Walter Menderley. Un mundo fascinante.

Otro estilo, pero no menos significativo, reconstruir y soñar con el Sapo Cancionero que Montiel Talonia hizo llegar a mi vida.

La letra de esa canción propia de las peñas de los años 70, lo dice todo:

Sapo Cancionero, canta tu canción, que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

Aludo a esos dos personajes para manifestar y tener vigente la satisfacción de tener viva la lealtad que me profesaron, entregaron y enseñaron sin restricción alguna.

¡¡GRACIAS!!!

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