La 4-T, una fábrica de pobres
Después de que Andrés Manuel López Obrador confesara en una de sus recientes mañaneras que su estrategia política es fabricar más pobres, a fin de que sigan apoyando en las urnas el proyecto de la 4-T, ¿qué pensarán los chairos?
Para el presidente de México, quienes dejan de ser pobres se vuelven aspiracionistas y se pasan a la derecha, por lo que no puede contar con ellos para que lo sigan apoyando en las urnas durante las elecciones.
Sin ningún rubor, el tabasqueño dijo desde Palacio Nacional que esa es la razón por la cual no apoya a las clases medias o altas, ratificando con ello sus pronunciamientos de que los mexicanos no deben aspirar a ser ricos o mejor preparados.
Para él su gobierno se reduce a sacar la calculadora y contar cuántos nuevos pobres hay en el país, pues piensa que ese será la base mínima de votos que su movimiento obtendrá en las próximas elecciones.
Ese tipo de políticas son las que aplican las dictaduras del mundo, sobre todo las llamadas izquierdas, cuyos gobiernos se convierten en fábricas de pobres, como sucede en Venezuela, Nicaragua y Bolivia, por ejemplo.
El presidente tiene el derecho de pensar como se le dé la gana, pero de ahí que quiera imponer políticas para empobrecer aún más a los mexicanos hay mucha diferencia, porque eso no fue lo que prometió como candidato.
Jamás dijo que de llegar a la Presidencia de la República se dedicaría a aumentar el número de pobres para hacer que lo siguieran apoyando indefinidamente, porque si eso hubiera dicho, seguramente no habría obtenido el triunfo.
¿Acaso antes de acabar con fideicomisos para la ciencia, el arte, el deporte, la salud o la educación le pregunta a los mexicanos si desean ser más pobres? Claro que no, les dice que pronto disfrutarán de los beneficios de sus acciones, que tengan paciencia.
La receta de los grandes dictadores del mundo es empobrecer a sus gobernados, pero mantenerlos siempre con la esperanza de que algún día mejorarán. Para ello tienen que seguir apoyando políticamente su proyecto, de lo contrario no podrán cumplir con sus promesas.
Por eso los pobres siguen yendo a las urnas a votar por ellos, a fin de que no dejen de darles las dádivas que les permiten sobrevivir, pero que de ninguna forma les ayudarán a tener una vida mejor; ni a ellos ni a sus descendientes.
Pero eso sí, tanto los gobernantes como sus familias se enriquecen con la corrupción que dicen combatir, y las pruebas de ello se pueden hallar en cualquiera de los países que practican estas políticas.
Desde las hijas de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, en Venezuela; los Castro y su élite militar en Cuba, o Daniel Ortega y su familia en Nicaragua, por ejemplo. Todos los dirigentes acumulan riquezas, viven como reyes, mientras que la población muere de hambre.
Esos gobiernos se apoyan en las fuerzas armadas, a las que corrompen con negocios y con mucho dinero para tenerlos de su lado. ¿Alguien piensa que eso pueda pasar en México con el actual gobierno?
Ningún seguidor de López Obrador se atreve a cuestionar siquiera cómo es que dice que los jóvenes no deben ser aspiracionistas. No deben tener más de un par de zapatos y tampoco pretender mejores puestos de trabajo o ir a escuelas privadas, menos en el extranjero.
El tabasqueño dice eso mientras su hijo mayor vive en una residencia en Houston; difunde fotos en partidos de beisbol y futbol americano en los mejores estadios de los Estados Unidos, y todo eso sin trabajar.
Los chairos no lo cuestionan tampoco por enviar a su hijo menor a estudiar en el Reino Unido, uno de los países más caros para vivir. Y tampoco critican que el chaval use tenis y ropa de marca; tenga teléfonos caros y ocupe palcos de lujo en el Estadio Azteca, por ejemplo.
Por supuesto que el chavo no tiene la culpa de nada de lo que dice su padre, pues como buen joven tendrá ilusiones y deseos de vivir bien. De labrarse un buen futuro y de vivir con comodidades, producto de sus esfuerzo.
Si su padre fuera congruente, tendría a sus hijos mayores viviendo en un departamento de interés social y viajando en Metro, con el riesgo de que se descomponga o, peor aún, que se accidente, como ha ocurrido en este sexenio.
Y su hijo menor tendría que estar matriculado en una escuela pública; más aún, en una peje-prepa.
Pero no, López Obrador quiere que los mexicanos sean pobres, pero no sus hijos ni sus familias. Ni siquiera sus colaboradores, que son millonarios y hacen grandes negocios al amparo de su gobierno; sólo el pueblo bueno.
Tras la confesión presidencial de que su estrategia es mantener pobres a los mexicanos para que sigan votando por él, todo mundo puede tener claro por qué actúa de esa forma al frente de su gobierno, del que quiere hacer una fábrica de pobres.
¿Se sentirá a gusto la chairiza?