El virus de COVID-19 sigue siendo una grave amenaza para la salud pública. Hoy una retrospectiva que debe ser analizada, permite identificar que en el tiempo transcurrido aparezcan evidencias de un riesgo latente.
Autoridades sanitarias han ido comprobando que la emergencia surgida hace tres años, sufre una amenaza que no puede ser ignorada o minimizada.
Ya no solamente es un peligro latente para los sectores laborales y productivos, sino que involucra a la sociedad en general. Generar conocimiento y tener documentación en la que aparece la alta intensidad del virus, no es cuestión de acciones alarmantes pero si previene sobre una nueva realidad.
La advertencia hecha por profesionales con una amplia representación en el mundo de la salud pública demuestra un rebrote que prende focos de alerta.
No se trata de magnificar o presentar exponencialmente un tema que ha dejado altos índices de daños ocasionados, más bien la pretensión es advertir de situaciones que deben enfocarse a la prevención de un riesgo latente.
Tampoco se limita a que los viajeros entren y salgan del país y que se demande el uso de las mascarillas, menos a que se desdeñe y desprecien las alertas de extremar cuidados.
Quizá deba tenerse presente ajustarse a las medidas sanitarias que fueron utilizadas cuando surgió la pandemia. Tener una comunicación para que se actúe de manera diferente de lo que dicen y hacen, porque nadie está realmente a salvo.
Ya en el pasado hubo necesidad de enfrentar un estado de alarma frente a los embates de COVID-19 que obligaron al confinamiento.
Cuando aparecieron los primeros brotes en nuestro país, nos encontramos ante un escenario desconocido. Huno necesidad de adaptarse a marchas forzadas y la rutina diaria se ha vio transformada al alterarse los límites entre lo personal, lo familiar y lo profesional.
Además vinieron las restricciones que produjeron limitantes de contacto social y graves afectaciones psicológicas y emocionales de carácter generalizado.
Ahora se trata de identificar una respuesta natural ante una posible amenaza, bien sea real o percibida pero que ya es tema de las autoridades sanitarias federales y que sirve para alertarnos sobre posibles peligros ante los que debemos reaccionar.
Sin exageraciones o actitudes alarmistas, son tiempos en los que debemos estar atentos a las necesidades y demandas que deban solventarse con oportunidad.
No estamos exentos de las reacciones que surgen inicialmente ante esta situación y que están relacionadas con emociones de carácter negativo que con frecuencia aparecen acompañando al miedo.
La tristeza, la ira, la sensación de soledad, impotencia, incertidumbre y los temores aparecen con frecuencia pudiendo provocar diferentes síntomas como la ansiedad, la depresión o el bloqueo que, inevitablemente, trastocan y transforman el universo laboral y empresarial con las repercusiones económicas y financieras que impactar en todos los sectores.
Hubo varios cambios que se hicieron evidentes como consecuencia de la crisis del coronavirus COVID-19. Entre ellos uno de los más importantes fue el auge del teletrabajo, que representó grandes beneficios, pero también inconvenientes en diversos aspectos sociales y laborales.
No debemos olvidar, ni podemos ignorar, que en esos escenarios otro gran cambio que se tuvo que enfrentar fue la transformación de las condiciones económicas y sociales.
Tampoco puede despreciarse que la pandemia de COVID-19 va a tener un fuerte impacto en los sectores productivos, donde inevitablemente el aspecto laboral corre el riesgo de enfrentar una nueva crisis ligada al desempleo y cierre de empresas o disminución de inversiones para generar nuevos empleos.
Lo dicho, no se trata de generar malos augurios. Pero frente a la información generada en círculos de especialistas sanitarios, no está por demás tener presente el alto riesgo que se avecina.
¡Feliz temporada navideña! Y que el año 2023 sea venturoso para todos.
