Opinión

Memoria fresca

La pregunta, fue lanzada como una bola rápida.

Con una velocidad cercana al centenar de kilómetros, para no dar mucho tiempo a que hubiera tiempo de meditarla largamente.

¿Cuál es la fórmula para ser triunfador?

Y vino una respuesta, vertiginosa, veloz:

Nunca salir al diamante derrotado.

Llena de una impresionante rapidez, sin permitir vacíos o lentitudes que contuviera dudas, abundó:

El que sale vencido, está destinado al fracaso. Triunfar es tener presente que uno es ganador.

Una mentalidad derrotista, es el motor de los fracasados.

Quien se abrace a la mediocridad nunca aceptará retos que lo lleven a ser exitoso.

Aunque el ambiente que prevalecía en el restaurante era ruidoso, las palabras de Benjamín “Cananea” Reyes se escuchaban con inmensa claridad.

Mánager de los Diablos Rojos de México, en cada expresión demostraba que era un estratega nato.

Estudioso de métodos, costumbres, técnicas, sistemas, terrenos, estadísticas, trayectorias, historiales y mañas.

Experto que entendía todo el universo de lo que era su vida y su pasión: el béisbol.

Adentró del terreno de juego, era impulsivo. Un vendaval de pasiones contagiosas que trasmitía a la novena de jugadores enfundados en la franela del equipo que encabezaba.

“Cananea” Reyes era un sinónimo de victorioso, de dominante, arrollador. En síntesis, un campeón.

Benjamín Reyes Chávez, nacido en Nacozari, Sonora, el 18 de febrero de 1937 llevó sobre sus hombros ser un beisbolista y mánager mexicano considerado uno de los mejores manejadores en la historia del béisbol mexicano.

Logró títulos en la Liga Mexicana de verano y de invierno. Uno de sus máximos logros fue darle a México por primera vez el Campeonato de la Serie del Caribe de 1976 celebrada en la República Dominicana al ganar 5 de 6 juegos disputados.

Y algo más que no es menor: Hasta el momento de haberlo tratado personalmente y entablar una sólida relación de amistad, el único mánager mexicano en haber dirigido en las Ligas Mayores de Estados Unidos por tres partidos a los Seattle Mariners, por suspensión de su mánager titular Maury Wills.

Debutó como jugador profesional en 1965 en la Liga Mexicana de Béisbol con los Charros de Jalisco. Fungió en el campo principalmente como tercera base o como outfielder, pero podía jugar casi cualquier posición en el campo, incluso a veces como receptor o como lanzador.

En sus 54 años de vida (murió el 10 de diciembre de 1991) construyó una figura dominante.

Una prueba de ello:

En 1971 fue adquirido nuevamente por Jalisco, esta vez como mánager-jugador. En su primera campaña consigue llevar al equipo al primer lugar de la zona sur, lo que les da el derecho de jugar la serie final ante los Saraperos de Saltillo.

Los primeros 3 partidos son ganados por Saltillo, pero por primera y única ocasión en la Liga Mexicana de verano, un equipo se levanta en una serie de esa desventaja y los Charros de Jalisco obtendrían su segundo título, al ganar los 4 siguientes partidos.

Benjamín “Cananea” Reyes ganó más de mil Juegos con los Diablos Rojos. En la cueva del México, nadie puede olvidarlo. Por algo lo llamaban, también, El Pelón Mágico.

Al final de su carrera como mánager Benjamín “Cananea” Reyes termino ganando 1,475 juegos de temporada regular, de los cuales 1,188 triunfos fueron con el equipo de sus amores, los Diablos Rojos del México, a quienes llevó a la conquista de los campeonatos en las temporadas de 1974, 1976, 1985, 1987 y 1988.

El número 10 que usaba “Cananea” fue retirado y es parte de la galería de inmortales de los escarlatas, y fue situado en el Salón de la Fama del Béisbol Mexicano el 20 de junio de 1992.

CONFIANZA Y HONRADEZ= A AMISTAD

Aquella noche de tertulia en el restaurante 4º Bat, propiedad de un español apellidado De la Bandeira y ubicado en avenida Cuauhtémoc frente al parque del Seguro Social, era un escarceo de preguntas y respuestas.

El periodista, como si tuviera en las manos esa bola de 108 costuras, lanzó un Slider:

¿Un personaje de tu talla, con tu fama, conoce la amistad?

No hubo un roletazo a manera de respuesta. Fue un batazo que se voló la barda para que los embazados llegaran a la registradora:

La amistad es sinónimo de confianza, de honradez, de complicidad.

Una amistad, no de trato superficial ni basada en el interés, implica  aceptar los defectos, cualidades y virtudes de la otra persona.

Es  saber escuchar, dialogar, opinar y aceptar la crítica.

Me preguntas si conozco la amistad, enfatizó “Cananea” Reyes, y te respondo: ¿Qué nos tiene aquí sentados? La amistad.

Reconozco, dijo, el valor y la importancia que tienen los aficionados y los seguidores de los Diablos Rojos. Pero compartir alimentos y experiencias vividas en el juego, solamente lo hago con amigos.

Benjamín “Cananea” Reyes era una persona ruda. Duro, estricto, pero sin doble cara.

Ese personaje que lucía una vestimenta que lo hacía mostrarse tosco, áspero y hasta violento, estaba lleno de atenciones y afectos que dejaba brotar con amabilidad.

La cercanía estaba basada en un acontecimiento imprevisto. Fortuito.

Tiempo atrás ninguno de los dos hubiéramos concebido esa amistad, bueno ni siquiera la posibilidad de un acercamiento.

Fue Carlos Pérez Monsalvo, cronista deportivo excepcional, amigo y compañero en La Prensa, el autor y promotor del encuentro.

Una noche en la redacción, se me acercó y me dijo: ¿Tienes tiempo de acompañarme al partido de hoy? Juegan los Diablos Rojos contra los Sultanes de Monterrey.

Más por curiosidad y en respuesta a la generosa invitación, hubo una decisión afirmativa.

Camino al estadio, en la conversación Carlos le daba vuelta a un tema que no sabía cómo plantear. Percibida la dificultad, pregunté qué originaba tan inesperado momento.

Conoces al “Cananea” Reyes, soltó a bocajarro, al mánager de béisbol.

Soy fanático y seguidor del México, deslicé, pero nunca he tratado a un personaje de esas dimensiones.

Es que Benjamín me pidió que le presentara a un periodista que sepa de política, que la entienda y despeje algunas dudas que tiene.

Alcé los brazos a la altura de los hombros como una expresión de sorpresa, para sólo agregar: Bueno, si de algo sirvo pues allá vamos.

Ahí comenzó el encuentro que me permitiría tratar, conocer y construir una amistad nunca calculada.

Incluso fui invitado por “Cananea” y Roberto Manzur (propietario del equipo) a viajar con ellos a diversos puntos de la República Mexicana para estar presente en juegos disputados por la escuadra escarlata.

Retomo la conversación de aquella cena donde Benjamín dijo:

La amistad es poder compartir las alegrías, las penas, las lágrimas, la felicidad, pero también los temores, las dudas, las derrotas pero principalmente los triunfos.

La amistad es un afecto que supera los valores individuales para lograr la suma de intereses comunes.

Al expresar esos sentimientos, “Cananea” dejaba atrás el trato arisco para dar paso a la sutileza y a un lenguaje fino, afable.

Debo decirlo, no era un hombre culto pero tampoco ignorante.

Inteligente de sobra, se abría para conocer lo que le era incierto.

Como aquella mañana en el campo beisbolero de la ciudad de Campeche, tras una derrotada sufrida en el partido de la noche anterior, cuando preguntó:

¿Dime qué ves diferente, algo que pueda argumentar con el ampáyer para meterlo en dificultades?

Para quien escribe todo era normal. Nada extraordinario que estuviera fuera de lugar.

Hasta que con inocencia, más bien ignorancia, pregunté si todas las almohadillas medían los mismo.

Mandó traer una cinta métrica y descubrió que una de ellas, la de segunda base, era de menores dimensiones.

Punto exacto para esa noche armar una trifulca.

Más si con una frase me quedo para recordarlo, la comparto:

La amistad es un regalo del cielo.

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