Opinión

Memoria Fresca

Ver una estufa de gas en el corazón de la selva, era inexplicable.

Porque ahí no llegaban tanques del combustible, ni había instalaciones.

Pero esa, era una de tantas sorpresas.

Luego de un largo viaje por carretera, trepados en un jeep cargado de provisiones alimenticias, habíamos arribado al sitio elegido.

El objetivo central, trazado en el Distrito Federal, era llegar a La Selva Lacandona.

Junto con mi compañero Gildardo Solís, afamado fotógrafo a quien se calificaba como El Mago, habíamos tomado un vuelo de la Ciudad de México a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Al día siguiente tras rentar la unidad automotriz, iniciamos el recorrido de una extensa travesía.

Era el mes de mayo de 1979.

Con la finalidad de descansar pasamos la noche en un albergue indígena de Ocosingo y por la mañana fuimos despertados con las hermosas notas musicales surgidas de cinco marimbas.

Los intérpretes eran niños que no rebasaban los 12 años.

Tras consumir un sobrio desayuno, volvimos a tomar camino. Pasamos Chancalá y Velasco Suárez hasta llegar a las márgenes del río Lacanjá-Chansayab.

El reto era cruzarlo. Al otro lado del caudaloso afluente, una tercia de infantes que hablaban en un idioma inentendible reían ante la impotencia que proyectaban nuestros rostros.

Hubo una negociación y, finalmente, con un puñado de pesos conseguimos cruzarlo.

Ya en el corazón de aquella frondosa jungla, tuvimos frente a nosotros a Pepe y Carmelo Chambor, acompañados de King Obregón.

Legendarios y emblemáticos personajes lacandones que habían participado en la cinta cinematográfica Cascabel.

Junto a ellos Moisés y Luís, en esa época infantes que entre sus manos jugaban con el dinero que les habíamos entregado.

Para justificar nuestra presencia y cumplir con el cometido de hacer un reportaje, hubo un extenso diálogo.

Ellos vestían pantalones de mezclilla y camisas de nylon. Pero cuando repentinamente escucharon el ruido de un motor, corrieron presurosos a sus chozas para ataviarse con un largo cotón blanco, de manta tejido en un telar de cintura.

Como por arte de magia, cambiaron la imagen de sus atuendos. Sobre su cuerpo colgaron un arco y unas flechas. Sorpresivamente se tendieron en un camino larguísimo de tierra.

Desde las alturas, de una avioneta cayó una bolsa de plástico repleta de billetes y sólo así abandonaron el sitio para que la aeronave pudiera aterrizar.

Iba repleta de turistas extranjeros que, con efectivo a cambio, pudieron fotografiarse con ellos.

Ya sin la presencia de los visitantes, hubo intercambio de anécdotas.

La vivienda es de construcción rústica, predominando la madera en las paredes, pisos de tierra y techos de guano y de la palma de guano.

Pepe Chambor mostró una impresionante colección de relojes, entre los que había un rolex que había pertenecido a José López Portillo quien en calidad de candidato presidencial los había visitado.

Producto de una relación carnal entre familiares, no permitían emparentar con gente de lo que ellos llamaban extraños, algunos padecían estrabismo. También la desnutrición los esclavizaba.

Los lacandones no llegaban a medio centenar. Era una etnia casi en extinción.

Ahora la Selva Lacandona es una de las regiones de México de más alta prioridad de conservación.

Está clasificada como uno de los sitios que tienen una buena integridad ecológica e incluyen también registros comprobados de especies globalmente amenazadas. Con ejemplares endémicas que podrían albergar la última población del planeta de alguna especie en peligro de desaparecer.

SAQUEOS IRREFLENABLES

Su indiscutible riqueza biológica está acompañada también por una gran presencia cultural, ya que es hogar de lacandones, tzeltales, ch’oles, tzotziles, mayas, chuj, tojolabales, jakaltekos y mames.

La Comunidad Lacandona tuvo su origen en el Decreto Presidencial de 1972, que dotó de 614,321 hectáreas a 66 jefes de familia donde se generan constantes y numerosos conflictos por el territorio de la región.

El Decreto convirtió en invasores a cinco mil tzeltales y ch’oles que habían establecido anteriormente 38 colonias. Las 21 colonias sin resolución presidencial aceptaron de mala gana reubicarse en dos centros de población.

Frontera Echeverría (actualmente Frontera Corozal) y las ocho comunidades ch’oles, que integraban 475 familias, y Doctor Velasco Suárez (actualmente Nueva Palestina), dieron origen a las trece comunidades tzeltales, constituidas por 822 familias.

El gobierno prometió entregarles títulos de posesión como “comuneros lacandones” y servicios. Los tzeltales y ch’oles reubicados fueron convertidos en lacandones “de segunda”, se les concedió voz y voto en las asambleas, pero tuvieron que aceptar que la presidencia del Consejo de Administración del Comisariado de Bienes Comunales y del Consejo de Vigilancia de la Zona Lacandona siempre estuviera reservada para un “lacandón auténtico”.

La región vive convulsionada por los conflictos agrarios, generados por el Decreto de 1972, mediante el cual el gobierno constituyó la Comunidad Lacandona y convirtió en ilegales al resto de los poblados.

Durante 35 años, se creó una espiral de venganza entre las comunidades indígenas de la selva, en la que los lacandones cumplieron el papel de favoritos del gobierno.

Pero no sólo eso. La enorme riqueza forestal, que incluye maderas preciosas como la caoba, fue un botín permanente de explotación y saqueo.

La Comunidad Lacandona está ubicada en el municipio de Ocosingo. Debido a los conflictos agrarios que han marcado su historia, encontrar un mapa oficial se dificulta, pues el territorio decretado ha sufrido distintas reducciones en sus 45 años de existencia.

De acuerdo con los comuneros lacandones, el territorio de 614,321 hectáreas (otorgado a la Comunidad) ha sufrido varias reducciones, y hasta 2013 pensaban que había perdido 161,010 hectáreas.

Sometida a una explotación forestal irracional, la deforestación sigue consumiendo a la Selva Lacandona y la magnitud del problema ha puesto en riesgo el equilibrio ecológico en la región.

Desde los satélites la deforestación es evidente. Las imágenes muestran cómo la Selva Lacandona ha perdido su grandeza y su esplendor.

Conformada por una exuberante y variada flora y una amplia riqueza de fauna, con especies endémicas y en peligro de extinción.

Se calcula que desde la década de los 70, la selva ha sufrido una reducción de su tamaño del 70%.​ Entre las amenazas a las que se enfrenta esta selva están la deforestación, el descuido de fuentes de calor, los asentamientos humanos ilegales y la caza furtiva.

Otro grave problema que padecen, es la incursión de grupos religiosos que los divide y los enfrenta al grado de victimarse entre ellos al defender la palabra de Dios.

El derramamiento de sangre entre católicos, protestantes, testigos de Jehová, adventistas y otras creencias, es inadmisible.

La fauna silvestre muestra una gran diversidad. En la Selva Lacandona se encuentran muchas especies endémicas de las selvas húmedas mesoamericanas de las cuales varias están amenazadas o en peligro de extinción, como el jaguar, el águila arpía, el guacamayo escarlata, el tucán pico de iris y otros animales de especies de anfibios como la rana de ojos rojos.

Enclavada en la cuenca del Río Usumacinta, en el estado de Chiapas, se estima que concentra una quinta parte de todas las especies que habitan en México (20%).

Pero un mal que ha penetrado en la zona, es el tráfico de piezas arqueológicas y el saqueo inmisericorde de reliquias sustraídas por extranjeros y que se encuentran en manos de coleccionistas de diferentes países.

En museos del contexto internacional también hay piezas de origen maya que fueron extraídas ilegalmente de la región

A lo que debe sumarse que en la región hay un predominio de contrabandistas de enervantes y pistas clandestinas donde aterrizan aeronaves procedentes de Sudamérica.

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