Opinión

¿Por qué, Roberto?

La pregunta, Roberto, es tardía pero oportuna.

¿Por qué?

Es una interrogante que nos gustaría resolver.

¿Por qué?

Los motivos para dejar consumir tu vida, solamente estarán guardados secretamente en tu interior.

Decidiste dejar extinguir tu vida, a sabiendas de que tienes gente que te ama y te respeta.

Comprendemos, pero no entendemos, que no fue malgastar ni derrochar el tiempo.

Sabías que tu espacio iba reduciéndose y se agotaba y lo dejaste correr.

Tampoco fue inútilmente, porque sembraste ese adiós que con aplausos y porras te llevas en las maletas que te acompañan en el largo viaje.

Ya no es momento de reclamos ni de reproches. Te has ido y algún día habrás de reunirte con quienes fueron tus compañeros de esa vida en la que las angustias, los temores y las indecisiones terminaron por dominarte

Pero nos gustaría saber ¿por qué?

Verte taciturno, ahora puede advertirse, no solamente era parte de la reflexión. Más bien formaba parte de un esquema en el que compartir ese universo, era una pena  más.

Pasado el tiempo, analizar una conducta en la que te replegabas como lo hacen los combatientes que van perdiendo la batalla, es difícil aceptarlo pero así fue.

Fue una decisión personal dejar que los dolores y los achaques avanzaran en silencio, como es costumbre en los adversarios que gozan el exterminio.

Podría decirse que eras una flor que se marchitaba aunque tú la regaras diariamente a tu manera.

Pocos, o nadie, tendremos los elementos de valor para juzgarte.

Fuiste como un bloque de hielo que se derrite ante los embates del clima.

Hermético disfrutaste la existencia que te forjaste, gozabas al compartir los avances de las estrategias con tus compañeros de oposición a lo que considerabas injusto.

Al fin politólogo de la década de los años 70, construías castillos en el aire para que pudieran dar alojo a los idealismos que fueron una bandera para tu causa.

Tus amigos de lucha, de quijotescas elevadas y sublimes aspiraciones, tendrán que recordarlo.

Porque eran ambiciones que no rayaban en la codicia ni en la mezquindad.

Ya no es momento para reclamos o impugnaciones a lo que dejaste de hacer.

Los desacuerdos, que los hubo en material laboral, fueron parte de los ingredientes que toda escaramuza genera.

Eras un apasionado sindicalista. Pruebas las hay, y de sobra, en quienes conocieron y padecieron tus airados, pero acertados, reclamos.

Porque hubo y hay, procedimientos laborales indignos, indebidos, que lesionan a trabajadores que no tienen la posibilidad de defenderse.

Y también están presentes los dirigentes sindicales sumisos y omisos, y los que con contubernios y corruptelas se aferran a exprimir los jugos de las prebendas.

No eras docto en la sapiencia de las argucias laborales, pero sí un acucioso de lo que la ley y la letra escrita figura como una constancia de compromisos que no se cumplen.

Pudiste darte cuenta de que hay dirigentes sindicales y autoridades que al empeñar la palabra buscan una argucia que demerita el lenguaje y el compromiso.

Y aunque luchaste, la solución no estaba a tu alcance.

Como muchos a quienes serviste, no tuvieron un minuto para acompañarte y despedirte. Hasta el final fueron dominados por su miserable actuar.

Al final, Roberto González Farfán, no entendemos ¿Por qué?

Hasta pronto.

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