Chambas indignas, hay niveles
“Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado.”
Octavio Paz
Todos hemos escuchado la empática frase “No hay trabajo indigno”
Se equivoca quién lo diga, ¡Si lo hay y mucho!.
Hay una renuncia implícita a la dignidad cuando el trabajo tiene objetivos o métodos inmorales, ilícitos o sin ética y sucede en muchos casos que ya nos acostumbramos a tolerar.
Es indiscutible que para cada quién, generalmente se impone la necesidad de obtener recursos para sobrevivir y satisfacer necesidades vitales propias y de nuestra familia; esta certeza, la imponen las crudas reglas de la realidad.
Pero en el tema, hay niveles grotescos de indignidad que debemos visibilizar y repudiar.
Las actividades deliberadamente inmorales o ilícitas se han desbordado en nuestras sociedades; muchas ya se desempeñan abierta y públicamente, con cinismo extremo y este frenesí llega al absurdo de convertirse en modelos referentes para jóvenes que los perciben como exitosos.
Algo está mal en nuestra sociedad que nos hace tolerantes e indiferentes ante el delito, la inmoralidad o falta de ética y ello inserta en nuestra forma de ser social la normalidad de la cultura del abuso, la generalización de la falta de respeto y el enojo constante.
Algo no estamos haciendo bien que nos conformamos con estas malas prácticas sociales y cívicas.
Veamos.
Hoy ante nuestra vista, trabajan muchos sujetos en cárteles que secuestran, extorsionan, imponen cuotas de piso, exigen consumos a productos de sus empresas, producen drogas, las venden, las imponen y custodian a sabiendas que dañan a otros; casi todos sabemos de personas incorporadas a esas malas prácticas y reconocemos que en ellos hay códigos de jerarquías, lealtad, aspiración de ascender en esas estructuras y sentido de pertenencia, parecido a como acontece en un trabajo normal.
Empero, la indignidad de formar parte de esa estructura es distinta entre la del campesino que cultiva plantas y la del que jala un gatillo, dentro de esos grupos, también hay niveles.
En el servicio público, a la vista de todos, abiertamente hay funcionarios tranzas a todos los niveles, traficantes de influencia, policías que extorsionan o cohechan, funcionarios que trafican contratos de obra a cambio de moches, muchos que hostigan a ciudadanos para sacarles dinero o los que sólo cumplen su deber a cambio de dádivas, entre estos, también hay niveles.
Pero hay un tema igual de lamentable que impostergablemente debe llamar nuestra atención.
Me refiero a la indignidad de los trabajadores que se desempeñan al servicio de líderes políticos exhibidos como notoriamente corruptos que traicionaron los valores que los postularon y perdieron rumbo.
La historia está llena de encumbrados líderes políticos que ofreciendo ser honorables y se volvieron monstruos ayudados por gente que, a pesar de su fracaso, se mantuvo cerca de ellos renunciando materialmente a su dignidad.
En la mayoría de casos, los colaboradores continúan a su servicio preservando sus privilegios y salarios, no se apartan, flotan ahí, enquistados en las instituciones, murmuran, les da pena, pero no se separan.
¿ Qué les pasa?, ¿No tienen dignidad?
Casi nadie renuncia a permanecer coadyuvando con el liderazgo político de quién se ha exhibido públicamente como un sujeto errático, corrupto o traicionero a los valores cívicos y políticos que impulsaron su encumbramiento.
Al parecer, cada quién prefiere preservar su posición de privilegio a pesar de su deber ético de no ser parte de un gobierno fallido y en ello, subyace una penosa indignidad.
En temas como este, recordamos a Octavio Paz, quien materialmente renunció a continuar sirviéndole al gobierno en el cargo de embajador en la India, tan pronto confirmó que era cierta la matanza de Tlatelolco, materialmente renunció a ejercer el cargo en ese nivel, pero no se apartó de continuar siendo asalariado del servicio exterior que era su vocación ni se volvió opositor al régimen; hay niveles.
Gandhi renunció a un modelo de vida de ricos que le ofrecía su brillantez personal y preparación como abogado y optó por la pobreza y humildad digna negándose a los privilegios del modelo al que ya había accedido; ¡Que diferencia!, hay niveles.
La dignidad, amigo lector, es un valor ético, se aprende desde la cuna, desde el sacrificio de apartarse de lo agradable y fatuo en aras de mantenernos vigentes en los valores.
Insisto, debemos visibilizar estos temas y exigir que nuestras figuras públicas, se apeguen a la ética y valores; es nuestro derecho.
Entiendo claramente lo subjetivo del tema, sus dificultades, inclusive nuestra idiosincrasia que nos hace proclives a mantenernos en zonas de confort ante lo irregular, como mexicanos, no somos santurrones, pero, como en todo, hay niveles.
carblanc@yahoo.com