La lectura de: por una democracia progresista (I)
Traspasando ocho décadas de vida el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas sigue siendo una de las voces más pertinaces, activas y lúcidas entre quienes nos preocupa la crisis de la República. En su reciente libro <<Por una Democracia Progresista>> reflexiona sobre las que considera las problemáticas más acuciantes e impostergables de nuestro desarrollo político, económico y social. Trazando una radiografía puntual, erudita y sin concesiones sobre el país que estamos dejando cómo herencia a nuestros hijos, nietos.… a las nuevas generaciones; un grave riesgo ante amenazas como el cambio climático, la pandemia, el desempleo, la inseguridad, la desigualdad, la pobreza y las desviaciones de nuestra vida democrática e invita a un debate sobre el presente para retomar el camino hacia un futuro mejor.
Político reconocido por la intensidad de un compromiso personal con la Revolución Mexicana y la democracia, por su juicio y dialéctica; tres veces candidato a la presidencia de la República es un hombre sin resentimientos, nos habla de sus intentos por contribuir a enderezar el rumbo de nuestro país, cuando era gobernador de Michoacán. Hoy retoma esa idea en las pagina de este su reciente libro, “Sin embargo la situación actual es muy distinta a la de entonces (1985)”, pero nos hace recordar el nefasto “Consenso de Washington”, el destructivo “neoliberalismo”; la creciente pobreza y la profunda desigualdad, agravada por los efectos de la pandemia. Por cierto a mi juicio como médico mal manejada.
Con la lectura de <<Por una Democracia Progresista>> podremos identificar la fuente del problema: desviaciones y claudicaciones políticas por un lado, y políticas que han mercantilizado y corrompido nuestra democracia por otro. Solo una ciudadanía comprometida puede luchar por establecer un Estado social más justo, y sólo podremos hacerlo si entendemos la profundidad de ese reto y sus dimensiones. No es demasiado tarde para recuperar nuestro lugar como sociedad ni la noción de quienes somos como país. La desigualdad cada vez más extendida y profunda que padecemos no está impulsada por leyes económicas inmutables, sino por leyes que hemos permitido la redacten legisladores sumisos e ignorantes, que empleando su mayoría con inmoralidad ocultan sus fines, sin considerar los efectos de una conducta reprobable, violan la Constitución y son enemigos de una democracia progresista.
Es evidente desde que la Revolución mexicana fue asaltada por las fuerzas de la oligarquía para acelerar y arbitrar la continua expansión del capitalismo a través de reformas estructurales neoliberales, pero tarde hemos localizado la fuente del problema y sus consecuencias, el tiempo histórico de la colonia no ha desaparecido de las mentes confusas de quienes no la dan por concluida y retorna cada vez que la duda, la ignorancia o la política desvían los fines positivos históricos de la nación. Se ha olvidado lo que representa el Estado mexicano y hay grupos que pretenden liquidarlo, pero en esta lectura sabemos en que nos hemos equivocado y tenemos que reencauzar el camino. Sólo una ciudadanía responsable puede luchar por restablecer el Estado social y el Estado de derecho, y sólo podrá hacerlo si entiende, identifica y reprueba la irracional actividad de los enemigos de la República, la Constitución e Instituciones.
Aceptemos que existe una teoría de lo que se conoce como revolución pasiva que pone de relieve los procesos de acumulación de capital en México y han definido una forma de Estado y están insertos dentro de desarrollo desigual y combinado del capitalismo global; al parecer se ha olvidado que: la Revolución mexicana es más que significativa, ya que nació directamente de las contradicciones dentro del imperio mundial, y porque fue la primera de las grandes revoluciones en el mundo colonial y dependiente en la que las masas trabajadoras desempeñaron un papel primordial, bastaría con recordar la lucha de Ricardo y Enrique Flores Magón y sus proclamas en el periódico Regeneración.
Es necesario recordar que la democracia no gira sólo en torno a las instituciones, al binomio Estado/individuo y a la mediación del Estado de derecho, ni sólo en torno al hombre económico y a sus exigencias y contradicciones. Para que exista una democracia debe existir también una sociedad democrática, es decir una pluralidad de intereses y de poderes sociales difusos, distintos del poder político y que no se pueden someter a él: esos poderes sociales son los poderes económicos privados, pero también los poderes asociativos de los sindicatos, incluyendo a las clases medias y hoy en día, una serie de poderes neutrales de garantía; entendidos como autoridades. Sin embargo, no hay democracia allí donde, si bien se respetan algunos principios del pensamiento democrático, la sociedad se impregna de un espíritu y prácticas antidemocráticas: por ejemplo, una sociedad en la cual no sea posible la libertad de expresión o no se respetan los principios y derechos fundamentales de los trabajadores, una sociedad en la cual se controla la información o se la obliga al conformismo, una sociedad en la cual conviven “grupos” que no dialogan entre sí. No hay democracia donde no existen contrapoderes sociales, donde el Estado, aunque conserve una formal tripartición de los poderes soberanos y una formal legitimación electoral, el Ejecutivo sea el único actor político y pueda hacer lo que quiere con la sociedad y los individuos sin encontrar resistencia alguna.
De acuerdo con Jürgen Habermas: “la sociedad, y sobre todo ella, debe contribuir a la afirmación de la razón moderna, es decir de la democracia, que necesita del nexo estratégico, constructivo, entre el individuo y las instituciones políticas pero también del nexo expresivo y argumentativo entre razón y sociedad, es decir de una razón que ponga en comunicación racional, no sólo instrumental, a los sujetos cada vez más numerosos que actúan en la sociedad, que el dinamismo de la economía conduce a encuentros y desencuentros”.
La democracia quiere una sociedad abierta, cruzada por el logos, cuyos sujetos son personas, no sólo funciones políticas (ciudadanos) o económicas (trabajo y capital). Por lo tanto, la libertad de asociación (típica del liberalismo moderno junto con las libertades civiles, y económicas) debe ser también una libertad cultural: una sociedad no es democrática si no se ve enriquecida por centros de producción y difusión de la cultura (universidades, editoriales, periódicos, centros culturales, medios de comunicación masiva) fuertes, autónomos y en competencia entre sí”. No existe una sociedad democrática con un pensamiento único, o sin pensamiento.
Aclaremos que es importante la Recuperación de un Proyecto de Nación y que democracia progresista se entiende bajo un contexto donde no solo es un mero dato cronológico sino una respuesta madura en términos de racionalismo político y de Estado para responder a las grandes crisis que sacuden al país, y la tarea es: democratizar la institucionalidad nacional, contar con una economía que crezca de manera sostenida en el largo plazo, con sustentabilidad social y ambiental, y una sociedad igualitaria, el reto es que requiere del esfuerzo más grande por parte de una mayoría de los mexicanos, ¿será mucho pedir ese esfuerzo a quienes nos interesa reconstruir las instituciones de la República, el Estado social y el Estado de derecho?
Coincido con su apreciación sobre la Revolución Mexicana, como movimiento ideológico, político y social; la construcción de Instituciones y el posterior periodo de desmantelamiento institucionalizado, subordinación y retroceso material que ha seguido, en el que ya no ha habido gobiernos que se precien de revolucionarios. “La Revolución Mexicana estalló contra la dictadura porfiriana al grito de “¡Sufragio efectivo! ¡No Reelección!”. Ese es un punto de partida incuestionable de nuestra Constitución política.
Somos libres de cambiar el mundo y de comenzar algo nuevo.
Sin la libertad mental para negar o afirmar la existencia, para decir “sí” o “no” —no simplemente para expresar acuerdo o desacuerdo con declaraciones o propuestas, sino con las cosas tal como se presentan, más allá del acuerdo o del desacuerdo, a nuestros órganos de percepción y cognición— ninguna acción sería posible; y la acción es, desde luego, la verdadera materia prima de la política. Hanna Harendt.
“Desconozco si nuestro desenvolvimiento político, social, económico cultural nos llevará al socialismo. No creo que sea el momento de discutir lo que deba o no entenderse en detalle por socialismo, ni que lo que resultará de ese debate debiera ser el proyecto por instrumentar en nuestro país. De lo que sí tengo certeza es que el interés individual habrá de anteponer el colectivo, que la igualdad tendrá que estar presente en lo interno y en lo internacional y que no se puede y no se debe seguir en la caída en todos los órdenes, como ha ocurrido en estas últimas décadas”. (Considero, se refiere a lo que vivimos en el transcurso del siglo XXI) “Conviene pensar en lo mucho que no se corrigió anteriormente para no repetir errores”. Pero el tobogán de deterioro que prevalece en la actualidad no puede ni debe ser el destino de México. Lo que percibo es que sectores muy amplios de mexicanos aspiran a lo que entiendo por una vida en democracia con respeto y capacidad de ejercicio de derechos y obligaciones, con una vida digna y sin apremios, con oportunidades para todos y sin privilegios injustos o mal habidos”.
La historia decidirá si la palabra socialismo está definitivamente muerta y debe ser reemplazada. La opinión de Thomas Piketty, es que puede salvarse, y de hecho sigue siendo el término más apropiado para designar la idea de un sistema económico alternativo al capitalismo. En cualquier caso, uno no puede contentarse con estar <en contra> del capitalismo o del neoliberalismo: hay que estar también y sobre todo <a favor de> otra cosa, lo que exige ser capaz de definir con precisión el sistema económico ideal que uno desearía poner en práctica, la sociedad justa que uno tiene en mente, sea cual sea el nombre que finalmente decida darle. ¿Democracia Progresista? O ¿Social Democracia? ¿cual es el término más apropiado para responder a las contradicciones de nuestra democracia que parece una sola voz, la del poder absoluto en todas sus determinaciones?
El capítulo X de este libro, nos habla de la Constitución del 5 de febrero de 1917 carta fundamental en la que la Revolución Mexicana concretó su proyecto de nación. En su contenido los artículos 3o, 27, 39, 123 y 130 desde el punto de vista del Ing. Cárdenas se define su posición político- ideológica. Yo agregaría el artículo 83 de nuestra Carta Magna. Para que nadie tenga la osadía o desvergüenza de pretender reelegirse violando la Constitución.
Una respuesta de contenido social cuya eficacia, en términos políticos, sociales y económicos, perduró hasta fines de las décadas de 1970 o 1980, si bien a través de gigantescas deformaciones históricas, y cuya capacidad propositiva y formativa se agotó bajo el impulso de las fuerzas de la globalización. Las instituciones de la Revolución y la democracia necesitan un mínimo elemento de esperanza en que las cosas mejorarán en el futuro o al menos que las pérdidas no serán demasiado importantes porque la ira y el enfado siempre estarán al alcance cuando llega a la decepción.
En el capítulo XIII habla sobre la intensa edificación institucional y la expansión de la presencia e implantación del Estado mediante la educación, “Avance en el reparto de la tierra; creación de la Universidad de México y fuerte impulso a la educación; creación del Banco de México, la Comisión Nacional de Caminos, la Comisión Nacional de Irrigación, la Secretaría de Educación Pública y las brigadas culturales de ésta: la edición de libros y su amplia distribución, Autonomía Universitaria, la expedición de la Ley Federal del Trabajo y la creación de Nacional Financiera. Todo ello no exentos de convulsiones políticas.
Podemos leer sobre el Plan Sexenal y con ello recordamos la llamada crisis de junio de 1935 que obligaría a Plutarco Elías Calles a salir del país, a Cárdenas a deshacerse de su primer gabinete y a Ezequiel Padilla a una rendición de cuentas “sobre su comunicado de prensa” ante el presidente Lázaro Cárdenas. El quebranto de amistad no era una disputa por el poder, que era constitucional en el presidente Cárdenas, sino para fijar una política anunciada en el Plan Sexenal. Y el recuento histórico nos dice que cien mil obreros se manifestaron en apoyo al presidente Cárdenas.
Los cambios estaban escritos. Ninguno, en aquel entonces, advirtió que el Plan sería el compromiso secreto de un hombre silencioso: Lázaro Cárdenas. Por ello pudo decir el 1 de septiembre de 1935:
“Apenas iniciada la vida del gobierno que presido y delineadas sus tendencias hacia el exacto cumplimiento del programa del Plan Sexenal, surgieron inesperadamente acontecimientos políticos que plantearon un serio problema de intranquilidad general, que amenazaban minar las bases del régimen republicano y destruir el principio de nuestras instituciones legales”. <Una ironía histórica: el Plan Sexenal del PNR>. El 30 de marzo de 1938 fue disuelto el PNR, fundándose, para una “democracia de trabajadores”, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM). 12 días después de la expropiación de las compañías petroleras. Y otro rumbo tomó el Plan Sexenal.
Páginas más adelante en el capítulo XV escribe sobre el Presidente Lázaro Cárdenas, como un hombre de la Revolución, “pero no de toda la Revolución, sino de sus sectores mejor definidos y, en su