Opinión

Memoria fresca

A la distancia recordar el patético cuadro, estremece.

Toca fibras internas y remueve recuerdos que sacuden el alma.

Zarandea, de manera inmisericorde, el cuerpo completo.

Era la mañana del 19 de septiembre de 1985 y Rosario exclamaba con angustia: Por favor llévele este cassette a mi familia.

Dígales que se lo manda Chayito, así me llama mi mamá. No sea malo, ellos están esperando noticias mías.

La entrecortada voz de Chayo, era débil. Apenas audible. Estaba llena de angustia, más que de dolor.

Ella, estaba sepultada entre los escombros de un edificio de la avenida San Antonio Abad que no resistió la furia del  terremoto registrado a las 7.17 horas.

Costurera de oficio. Cuerpo frágil. Desnutrida, para decirlo fácil.

Apenas había cumplido la mayoría de edad de una vida que estaba a punto de extinguirse.

Para asistir a laborar, tenía que levantarse a las 4.30 de la madrugada.

Tenía que bañarse y darse una retocada para llegar presentable a sus labores.

En la entrecortada conversación, relató que era el sostén de su familia.

Cubría los gastos de la familia integrada por tres hermanos menores y su madre.

La señora, de nombre Petra, lavaba y planchaba ropa ajena.

Del salario de Chayito y los reducidos ingresos obtenidos por su progenitora, se cubrían los gastos de la renta, la luz, el agua, la comida y, muy de vez en cuando, comprarse ropa.

La palabra humilde se queda corta para describir las condiciones en que veían pasar el tiempo.

Precaria situación que no era suficiente para amargarles la vida o dar paso las quejumbres.

Ser felices y salir al paso con un estado de ánimo que ayudara a vencer las dificultades, era una meta que cumplían sin dejarse atropellar por las angustias.

Aun en condiciones adversas originadas por la furia de la naturaleza, no se dejaba vencer.

Chayo estaba ahí. Sepultada entre los escombros de un edificio que no resistió la saña del impresionante movimiento telúrico que castigó al Distrito Federal de manera devastadora.

Esa mañana del 19 de septiembre de 1985 un terremoto de magnitud 8.1 grados Richter, azotó a la Ciudad de México.

El país sufría el episodio sísmico más mortífero y destructivo de su historia. Alrededor de 7:17 AM, un movimiento telúrico de forma oscilatoria y trepidatoria sacudió las zonas sur, occidente y centro del país.

La Ciudad de México era la zona más afectada por la energía liberada por el terremoto que podía compararse a la equivalencia de 1,114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una.

El epicentro se localizó en el Océano Pacífico, cerca de la desembocadura del Río Balsas, en la costa de Michoacán.

La rotura del contacto se dio entre las placas de Cocos y de Norteamérica. Según informó el Instituto de Geofísica de la UNAM.

Su duración fue de casi cuatro minutos, de los cuales, un minuto y treinta segundos correspondieron a la etapa de mayor movimiento.

La desolación de los edificios donde quedaron sepultadas cientos de trabajadoras de la costura, era apenas una pequeña ventana que mostraba la destrucción.

Las secuelas de esa mañana fueron catastróficas, un trágico despertar.

Muertos, heridos, desaparecidos, damnificados, edificios públicos, privados y casas habitacionales destruidas; inmuebles en peligro del derrumbe.

Interrupción en el servicio de agua, energía y teléfonos. Fugas de agua y gas.

Rupturas en el asfalto y la paralización total en el servicio de transporte colectivo.

En sólo dos minutos cerca de 30 mil estructuras presentaron daños totales, y 68 mil daños parciales, aproximadamente.

Colonias como Tlaltelolco, Centro, Doctores, Roma, Condesa y Obrera fueron las más afectadas.

Entre los edificios más importantes que se vinieron abajo estaban el edificio Nuevo León del Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco. Los edificios del Multifamiliar Juárez; Televicentro (hoy Televisa Chapultepec), los Televiteatros (hoy Centro Cultural Telmex); los Hoteles Regis (ahora Plaza de la Solidaridad); el Hospital Juárez, Hospital General y el Centro Médico Nacional.

Ante las fallas eléctricas y los daños sufridos en Televicentro (Televisa hoy en día), la radio se convirtió en el medio más eficiente para mantener informada a la población.

En el edificio de CONALEP, el Hotel del Prado, en la mayor parte de las construcciones en ruinas reportaron explosiones en los sistemas de abastecimiento de gas.

Tras la tardía respuesta de las autoridades, desde primeros momentos los voluntarios de la sociedad civil estuvieron trabajando.

Ahí nacieron Los Topos. Para auxiliar en el rescate, en la evacuación de inmuebles y zonas de peligro.

Hubo, aunque la más significativa fue la que tuvo lugar el 20 de septiembre a las 19:38 hrs. Su magnitud fue de 7.3 grados en la escala de Richter.

Los trabajos de rescate obtuvieron resultados fructíferos al localizar y retirar personas con vida atrapadas entre muros y estructuras derrumbadas.

Pero hubo millares, todavía no es exacto calcular cuántos fueron, de  muertos.

Se desconoce el número total de víctimas. Voces oficialistas hacen correr le versión de reportes que van desde los 3 mil 629, hasta la última cifra oficial emitida en el 2011 por el Sistema Sismológico Nacional de 40 mil personas defunciones.

Quizá esa cantidad sea menor a la real.

Nadie sabe, nadie puede asegurar cuántas fueron las víctimas. Es arriesgado apostar por un número exCTO.

También mencionan que fueron cerca de 4 mil las personas rescatadas de entre los escombros, algunos diez días después del sismo.

Dentro de los más de 500 inmuebles siniestrados se realizaron brigadas de supervisión y rescate.

Este acontecimiento mostró la enorme solidaridad de la población. Gente de toda clase salió disciplinadamente a las calles para ayudar en la medida de sus posibilidades.

Moviendo escombros en busca de víctimas atrapadas, preparando comida, donando medicinas, trasladando heridos en autos particulares.

Las impresionantes cadenas humanas, formadas por civiles en calidad de voluntarios, fueron fundamentales para remoción de escombros.

Ante el pasmo que sufrieron los gobernantes, emergió lo que desde entonces se denominaría sociedad Civil para demostrar la unificación de una sociedad que se encontraba por encima de sus autoridades políticas.

Una inmediata respuesta a un suceso de inimaginables dimensiones.

Un organismo fundamental fue la Cruz Roja Mexicana, proveyendo de socorristas para la ayuda tanto de víctimas como de voluntarios.

Sobra decir que compañías, comercios y empresas detuvieron labores por varios días. Lo mismo que hicieron las oficinas gubernamentales y las escuelas.

Aquel evento que ensombreció a los mexicanos, conmocionó a la comunidad internacional.

NO ESTOY TRISTE…

En medio de la arruinada realidad, estaba Chayo que imploraba llevar un mensaje y el cassette a su familia.

Vivía, por decir algo que refiera su domicilio, en Cuautepec Barrio Alto. En los límites de la delegación Gustavo A. Madero y Tlalnepantla, Estado de México.

A medio cerro estaba ubicado el espacio ocupado por la familia de Rosario.

Una casa de madera con techo con láminas de cartón.

Más difícil que localizar la ubicación, fue pronunciar palabras para notificarles que Chayito había quedado sepultada por los escombros de una edificación que no aguantó los embates del sismo.

El llanto derramado por doña Petra y sus pequeños hijos podrían haber sido suficiente para  sacudir y trastornar un corazón de piedra.

Puesto el cassette en una grabadora portátil, surgieron acordes melodiosos de un ritmo contagioso.

Luego de la introducción sonora, empezó la letra: Quiero ponerme a beber, un cigarrillo fumar…

El humo del cigarrillo, su nombre. Edgar Leandro el compositor. Carro Show, los intérpretes.

Las facciones oscas de doña Petra, se transformaron.

En medio del dolor y la pena, la mirada de tristeza era superada por una expresión de amor, de ternura.

Dijo:

Cuando Chayito estaba preocupada o angustiada, ponía esa melodía y se ponía a bailar. Como si fuera una artista de cine.

Era su canción preferida.

Lo cierto, es que era la única melodía que Chayo tenía para disfrutarla. No había más. Por eso la guardaba con tanto celo.

No había más grabaciones, como tampoco en adelante estaría esa joven para contonear su cuerpo y pedirle a su familia que no se dejaran vencer por la pobreza. Por la miseria.

Esa versión bailable parecía una letanía para dibujar un himno en un mundo de aspiraciones.

No estoy triste, no es mi llanto, es el humo del cigarrillo que me hace llorar…

Y describe: una rosa que un día se marchitará…

Justo aquel día que permanece en la memoria colectiva, Chayo se marchitó como la flor de la canción.

 

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