López-Gatell ya se fundió
De ser un rockstar, acabó como lo que siempre fue concebido: un fusible al que luego de ser usado se podía desechar
Los cinco minutos de fama del subsecretario Hugo López-Gatell terminaron abruptamente, y de ser un rockstar, acabó como lo que siempre fue concebido: un fusible al que luego de ser usado se podía desechar.
Cuando el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador lo nombró como el encargado de la estrategia para contener la pandemia del Covid-19 en el país, los primeros en levantar la ceja fueron los integrantes de la comunidad médica, pues conocían de sus limitaciones.
El locuaz doctor, hombre de buena oratoria, tenía como principal antecedente en contra el errático manejo de otra pandemia: la de influenza en 2009. Por su pésima conducción fue relevado de esa responsabilidad por la administración del presidente Felipe Calderón.
Y quizá su mayor mérito para que el actual gobierno de la 4-T lo haya puesto al frente de la actual pandemia haya sido precisamente ese: López Obrador odia tanto a todo lo que huela a Calderón, que apoya a López-Gatell con tal de desquitar su coraje contra el ex panista.
A pesar de la pésima estrategia implementada y de enfrentarse con la comunidad médica y científica no sólo del país, sino con autoridades de la Organización Mundial de la Salud, el subsecretario fue respaldado y proyectado a la fama desde Palacio Nacional.
De ser un ilustre desconocido, el doctor pasó a ser todo un rockstar, al grado de dar entrevistas a revistas de sociedad y el corazón, y a atender peticiones de selfies a quien le pedía; básicamente simpatizantes de Morena, incluidos alcaldes, diputados y hasta secretarios.
Era asiduo a las conferencias mañaneras, en las que el presidente lo elogiaba a tal grado que el doctor llegó a sentirse en los cuernos de la luna, sobre todo después de justificar que López Obrador no usaba cubre-bocas porque era una fuerza moral, no de contagio.
A pesar de que declaraciones como esa chocaban con la mínima base científica -necesaria para una tarea vital como la que le encomendaron-, sus bonos entre los simpatizantes de la 4-T crecieron como la espuma.
Alcanzó tal nivel de popularidad, que entre sus cercanos llegó a hablar de la posibilidad de buscar la nominación a la candidatura presidencial en 2024, pues la cercanía y apoyo del inquilino de Palacio Nacional así se lo dejaban ver.
No importó que sus pronósticos sobre los muertos que tendría la pandemia en México fallaran por una diferencia de más de 200 mil, si se toman en cuenta sólo los números oficiales. Y de medio millón extra, según las cifras de los registros públicos.
Sus críticas a las vacunas rusas, al uso de cubre-bocas, a los padres de los niños que con justicia reclaman medicamentos contra el cáncer hubieran tirado a cualquier autoridad de Salud en el mundo; en México fue motivo de elogio al interior de la 4-T.
Novato en las lides políticas, no se dio cuenta del juego perverso del presidente, quien necesitaba de un fusible para quemar cuando le llegara la descarga eléctrica en que se convertiría el reclamo social por las pésimas condiciones en materia de atención médica oficial.
En Palacio Nacional lo mantienen artificialmente con vida, porque quieren que cuando llegue el juicio de la sociedad sobre el manejo de la pandemia y la falta de atención a niños con cáncer, a quienes se atrevió a calificar de golpistas por exigir sus medicamentos, ruede su cabeza.
Parece que López-Gatell jamás ha entendido que no es amigo de López Obrador; quien sólo lo está utilizando para sacrificarlo como chivo expiatorio cuando les llegue el juicio de la sociedad y sea el momento de pagar las cuentas.
Los flancos que el doctor se ha abierto son tantos, que al final no va a saber ni por dónde le va a llegar el golpe final de la venganza.
Y es que su vanidad y egolatría, combinadas con su ignorancia política, lo llevó incluso a enfrentarse con dos de los favoritos del presidente: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, a quienes quiso exhibir públicamente y desacreditarlos antes los ojos de su jefe.
Sobre todo a la jefa de Gobierno, a la que más de una vez quiso imponer su estrategia para el combate a la pandemia, obligándola a seguir la línea que él marcaba desde su oficina, aunque Sheinbaum no estuviera de acuerdo con ella y quisiera tomar un camino distinto.
El subsecretario le hablaba al oído al presidente para convencerlo, hasta que la gobernante se hartó y se quejó amargamente ante el inquilino de Palacio Nacional; ahí logró ponerle un alto al nefasto doctor.
Por su parte a Ebrard lo quiso exhibir como negligente para la adquisición de las vacunas contra el Covid-19, a pesar de que esa no era su chamba. Al final el canciller hizo la tarea y gracias a su gestión el fármaco llegó a México y más de la mitad de la población hoy está vacunada.
Es de esperarse que quien quiera que en 2024 llegue a ocupar la silla presidencial por parte de Morena; o peor aún, si la oposición recupera el puesto, a López-Gatell le van a cobrar una factura tan alta, que las de la CFE contra los ciudadanos se va a quedar chiquitas.
Desde ahora se puede considerar un fusible desgastado, a punto de quemarse para ser reemplazado.