Los noventa años del PRI
El PRI cumple noventa años de existencia desde marzo de 1929 en que el
general Plutarco Elías Calles ––quien era ateo, probadamente masón, probadamente espiritista––, decidió, sobre el cadáver de Álvaro Obregón, su amigo y jefe, fundar un partido político que abarcara toda la vida nacional revolucionaria.
La existencia del partido (la futura existencia del partido) fue anunciada desde el mayor púlpito civil del país, desde la tribuna más alta de la patria, en el cuarto y último informe presidencial del propio Calles el 1º de septiembre de 1928. El lector no hallará fácilmente muchos o algún caso donde el nacimiento de un partido político oficial se anuncia desde la presidencia de la república, desde el ejecutivo en funciones.
Rescatemos un par de párrafos del discurso de Calles:
“Hay que advertir, en efecto, que el vacío creado por la muerte del señor general Obregón intensifica necesidades y problemas de orden político y administrativo ya existentes y que resultan de la circunstancia de que serenada en gran parte la contienda político, social -por el triunfo definitivo de los principios cumbres de la Revolución, principios sociales que, como los consignados en los artículos 27 y 123, nunca permitirá el pueblo que le sean arrebatados-; serenada, decíamos, por el triunfo la contienda político-social, hubo de iniciarse, desde la Administración anterior, el período propiamente gubernamental de la Revolución mexicana, con la urgencia cada día mayor de acomodar derroteros y métodos políticos y de gobierno a la nueva etapa que hemos ya empezado a recorrer”.
Nótese cómo Plutarco Elías Calles (el único presidente mexicano con dos apellidos paternos) reconocía en el fallecido Obregón al iniciador de la etapa “propiamente gubernamental” de la Revolución. Era el tributo al jefe caído. Se ha hablado de que la muerte de Obregón fue un magnicidio atribuible a Calles (como el de Colosio frecuentemente atribuido a Salinas). Las dos afirmaciones carecen de sentido. Es necio suponer intenciones magnicidas en Calles sobre Obregón y en Salinas sobre Colosio.
Simplemente nadie me ha podido explicar un móvil “razonable” (y perdón por el adjetivo y las comillas). Decir que el móvil de Salinas fue el discurso de marzo de 1994 (“México tiene hambre y sed de justicia”) es afirmar una necedad. En algún otro momento el origen de esa frase la hemos rastreado hasta la Biblia y no tuvo ni tiene la gran originalidad que se le atribuye. Salinas no tuvo motivos, Calles tampoco.
Sigamos con el discurso de Calles de septiembre de 1928:
“Todo esto determina la magnitud del problema; pero la misma circunstancia de que quizá por primera vez en su historia se enfrenta México con una situación en la que la nota dominante es la falta de “caudillos”, debe permitirnos, va a permitirnos orientar definitivamente la política, del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de “país de un hombre” a la de “nación de instituciones y de leyes”. Y se creó el partido de “instituciones y de leyes”, a decir verdad, por su sentido pragmático, más de
instituciones que de leyes.
Incubado y nacido desde el poder los delegados a la (formal) convención fundadora del partido en marzo de 1929 no tuvieron oportunidad siquiera de ponerle nombre: la convocatoria ya decía desde el principio que los delegados estaban convocados a fundar el Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del PRI. Hay analistas que plantean que ha habido realmente tres partidos, el PNR, el PRM desde 1938 y el PRI desde 1946. Para mí es uno solo desde el principio con sólo cambio de nombre y de fachada. El partido más importante del siglo XX mexicano, el PRI, es uno solo desde hace noventa años.
El PRI nació en 1929 con la vocación autoritaria de los regímenes europeos de los años diez, veinte y treinta, el modelo ruso, el italiano y el alemán, concentradores en un solo par de manos de todo el poder del Estado: la Presidencia de la república, la dirigencia real del partido, más la erosión-subordinación de los poderes legislativo y judicial. Al inicio de su ciclo político Calles estuvo de visita en Alemania en agosto- septiembre de 1924, antes de tomar posesión, y vislumbró el ascenso del autoritarismo nacionalsocialista sobre la república de Eber, que era la de Weimar. Al final de su ciclo, en abril de 1936, cuando el general Rafael Navarro lo aprehendió Calles leía el libro fundacional del nacionalsocialismo, Mi lucha, escrito por quien sería el dirigente de la Alemania totalitaria. En los dos extremos de su vida política, hubo influencia en Calles del mesiánico austriaco que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
El autoritarismo flexible (es mi definición) del PRI nunca despareció, se endureció con los años y en menos de medio siglo hizo desparecer toda oposición articulada. En las elecciones presidenciales de 1976 marchó en solitario con López Portillo como abanderado. Sólo un hombre se atrevió, sin registro, al desafío: Valentín Campa. Después de 1976 el PRI impulsó la reforma electoral de 1977. Falta saber si para que se impulsara esa reforma hubo o no alguna “recomendación” de los Estados Unidos, que veía en su patio trasero la consolidación de un horror: un autoritarismo sin opositores articulados.
El PRI siguió cayendo en su tobogán de saqueo, corrupción y agravio, más la comisión de verdaderos despropósitos como (a partir de 2013) cesar profesores mediante una evaluación docente que no evalúa pues no observa en el aula al docente evaluado. Pagaron su culpa en las urnas del 2018. Hoy el PRI cumple noventa años de vida y desea elegir a sus próximos dirigentes con voto directo organizado por el INE. A algo igual se dirige el SNTE. Los dos más grandes monstruos políticos mexicanos, PRI y SNTE, van a un experimento democrático sin precedentes, por el que ninguno de los dos tiene vocación.
Un buen día el PRI terminó por colapsar. A partir de ese colapso del nonagenario PRI los electores depositamos, otra vez, como nuestros abuelos en 1929, todo el poder del Estado en un solo par de manos para el plazo 2018-2024. Hartos exclamamos en las urnas: ‘Hazlo tú, que levantas la mano por tercera vez’. No es López Obrador el responsable de acumular tanto poder.
Hoy es, ciertamente, el Presidente de la República, el fundador y jefe de su partido, líder del Legislativo con dominio en el Judicial, es vigilante de los órganos autónomos, conductor de sus propias ceremonias matutinas, vocero de sí mismo, taumaturgo civil que no necesita intérpretes ni
intermediarios entre ‘su’ Estado y el ciudadano. Sobre los noventa años de PRI y su colapso, nada de esto lo hace López Obrador sólo porque sí. Hartos de tantos agravios, desesperados, los electores le dimos el mandato y todo el poder concentrado en sus manos para que lo cumpla.
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