rssindical.mx

Trabajadores del henequén, hundidos en la marginación

En su época de esplendor fue llamado el “Oro Verde”, y era un campo fértil para el cultivo, la explotación, la industrialización y la comercialización.

Para los trabajadores y las familias de quienes participan en la recolección, los derechos laborales se volvieron un sueño incumplido. Por el contrario, sumidos en la separación social ha decidido buscar alternativas de sobrevivencia.

El ciclo de riqueza tuvo su mejor momento en las décadas de los años 60 y 70, cuando incluso por decisión presidencial comenzó a operar la empresa paraestatal Cordeles de México (COR- DEMEX) que habría de sucumbir por su ineficacia, corrupción y malos manejos en la administración

De la mano vino un desplome productivo que generó una problemática económica y social en la que viven inmersos los trabajadores yucatecos dedicados a esa actividad.

Actualmente la superficie cultivada alcanza las 15 mil hectáreas ubicadas en 16 municipios de Yucatán donde participan entre 3 mil 500 y 6 mil campesinos así como 11 empresas privadas para producir 8 mil toneladas anuales, con un pago al productor de la fibra del henequén de 14.50 pesos por kilo.

La producción prácticamente se encuentra estancada desde hace más de 30 años, lo que ha provocado miseria, desempleo y un éxodo a las ciudades, incluso migración a los Estados Unidos de lo que derivan desintegración familiar y otros riesgos. 309 ejidos son los que integran la zona henequenera.

HISTORIA PATÉTICA

En 1961 la producción alcanzó 139 mil 650 toneladas de fibra mientras que en 1993, ya desaparecida CORDEMEX y liquidados los casi 40 mil ejidatarios henequeneros del programa de subsidios del Gobierno Federal, la producción llegó a 27 mil 007 toneladas.

Álvaro López Ríos, Secretario General de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas, es uno de los dirigentes que se ha mantenido al frente de los trabajadores agrupados en centrales que los representan. También la Confederación Nacional Campesina (CNC) interviene.

El henequén ha sido ignorado en los esquemas gubernamentales para buscar su reactivación. No ha sido tomado en cuenta al pasar de los sexenios.

Por ello se pide que el Gobierno Federal lo incluya en el programa Sembrando Vida ya que sería un impulso para hacer producir de nuevo las tierras en los ejidos y en las comunidades rurales en la zona henquenera yucateca.

En 1980, los cultivadores de henequén representaban el 87.3% de la población dedicada a las actividades primarias. Diez años más tarde este porcentaje se había reducido al 69.8% de ese mismo sector. Es decir, 37 mil henequeneros de un total de 53,924 productores primarios.

En la región las oportunidades de empleo son insuficientes para satisfacer las demandas económicas y prácticamente es nula la posibilidad que quienes están ligados al aprovechamiento del henequén, puedan incorporarse a la población económicamente activa.

Las opciones para satisfacer las necesidades familiares son pocas y limitadas. Emplearse como jornaleros en los ranchos y desfibradoras cercanas son parte de ellas.

La migración regional, estatal, nacional o internacional, es una opción por la que se han decidido las nuevas generaciones. En principio, ir a la ciudad de Mérida a trabajar por ejemplo.

La escasa escolaridad y calificación en el trabajo así como la sobreoferta de mano de obra existente provocaban que su remuneración sea baja e insuficiente.

López Ríos ha sostenido que en Yucatán, después de 31 años de esplendor, la producción de henequén esté estancada en 27 mil toneladas y los campesinos productores de esta península se ubiquen en estado de emergencia desde 1993 a la fecha, obligados a vender sus tierras, a no producir el “oro verde”, atados al desplome económico de esta industria y fuera de cualquier programa del Gobierno Federal lo que ocasionó migración de campesinos jóvenes hacia la Rivera Maya, a las grandes ciudades del país e incluso se fueron en busca del “sueño americano”.

El legendario “Oro Verde” se fue extinguiendo y nadie pudo evitarlo. Hoy es urgente que los gobiernos Federal y estatal contribuyan a alentar la producción del henequén para evitar exterminio.

En opinión de Guillermo Cauich, dirigente estatal de la UNTA en Yucatán, el «Oro Verde» era el motor de la economía en la entidad. “Hoy el campo está total- mente abandonado y aquellas desfibriladoras están convertidas en ruinas”.

Actualmente el henequén se cultiva en 15 países y México es el segundo productor más grande, al producir el 7% del henequén mundial mientras que Brasil produce un extraordinario 54%.

De ahí que surja la necesidad de exigir al gobierno en turno que esta industria sea reactivada porque la sociedad mexica- na y mundial requiere regresar a los hilos naturales, a lo que es el oro verde, a mover la economía.

Actualmente son 6 mil familias activas en el ramo del henequén pero ahora la producción es parcelaria porque prácticamente con la Reforma a la Ley Agraria y la liquidación de los henequeneros de CORDEMEX, muchos vendieron o renta- ron sus tierras.

En los últimos 8 años la superficie cultivada de henequén en Yucatán creció un 28 por ciento al pasar de 12 mil hectáreas que se trabajaban en 2012 a 20 mil hectáreas actualmente, y la producción de la fibra superó las 27 mil toneladas en el mismo período, con un valor superior a los 241 millones de pesos. Desde su plantación hasta su cosecha se requiere esperar cinco años.

 

URGE INVERSIÓN

Guillermo Cauich afirma que a través del jugo del henequén se puede producir etanol para biodisel y tequila, mientras que con la fibra se elaboran pastas de papel, láminas de henequén, sacos de mecate, cuerdas, hilos, bolsos, tapetes, zapatos, alfombras, hamacas; hasta alimento para ganado en su proceso de producción.

Actualmente crece la demanda de fi- bra natural en el mundo de tal suerte que es necesaria la participación del Estado en políticas públicas vinculadas al sector para incrementar la inversión junto con las empresas en el campo yucateco.

El reto es generar fuentes de empleo y activar la economía rural pues se tiene que mejorar la red carretera, apoyos y créditos accesibles para adquirir herramientas de trabajo y camiones de carga para transporte de hojas y plantas desfribriladoras sin olvidar construir caminos rurales y saca cosechas.

Desde la óptica de los dirigentes que representan a los trabajadores, es lamentable que el henequén no sea tomado en cuenta por el Gobierno Federal en el programa Sembrando Vida ya que sería un impulso para hacer producir de nuevo las tierras en los ejidos y en las comunidades rurales en la zona henquenera yucateca.

Los desfibradores son los obreros encargados de la extracción de la fibra del henequén. Los usos de esta fibra son múltiples. Baste decir que sirve de materia prima para la elaboración de, entre

otros productos, diversos tipos de hilos, cuerdas, bolsas, sacos y alfombras. Los esteroides para la industria farmacéutica igualmente se encuentran entre sus derivados.

Estudios elaborados sobre la materia establecen que l sitio donde habitan estos obreros es conocido localmente como la zona henequenera. Es una extensa área de catorce mil kilómetros cuadrados que rodea a la ciudad de Mérida en la cual los henequenales día a día ceden terreno a parcelas de cítricos y a la maleza que, en no pocos casos, crece entre ellos.

Originalmente eran campesinos quienes generaban el ingreso familiar a través de la realización de actividades primarias y venta de su fuerza de trabajo en las antiguas desfibradoras de capital privado cercanas a sus sitios de residencia o en la realización de tareas manuales por cuenta propia.

Esos mismos análisis indican que hasta la década de 1960 Yucatán era un Estado cuya economía dependía de las actividades primarias que realizaban los habitantes de sus zonas rurales.

De todas estas actividades el cultivo del henequén y su posterior industrialización era la de mayor importancia. Indica- dores de esta importancia eran el número de hectáreas dedicadas, cultivadores y trabajadores en general que de ella dependían. Los volúmenes de su exportación y el valor estimado de su producción igual- mente testimoniaban la relevancia de esta industria.

A pesar de la importancia de esa industria, quienes entonces se dedicaban a la siembra de los vástagos, limpieza del terreno y corte de las hojas del agave, no obtenían -como sucede en la actualidad- la remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de sus familiares más inmediatos.

El tiempo necesario para que las hojas de la planta puedan ser cortadas y vendidas para su desfibración es de 7 años y la fluctuación de los precios y los desastres naturales como incendios o granizadas eran, y siguen siendo, los obstáculos más frecuentes a los que se enfrentaban dichos agricultores.

Trabajos elaborados por especialistas en el ramo, han dedicado a establecer que étnicamente los desfibradores son mayas. Entre ellos su origen prehispánico está presente tanto en su vida cotidiana como en los demás elementos que constituyen su cultura.

El henequén es uno de los elementos que conforman la identidad profunda
de los desfibradores de Yucatán. Su simbolismo, cultivo, uso y nomenclatura se encuentran fuertemente arraigados en su historia, ideología, cultura material y relaciones sociales.

Los desfibradores asimilaron los anteriores elementos a través de la socialización primaria que recibieron básicamente en su hogar y la escuela. Desde pequeños la familia se encargó de transmitirles su lengua, sus ritos, ideas, actitudes, prácticas organizacionales, formas de trabajar

y modos de hacer las cosas. De manera informal, acompañando al padre o a la madre, observando lo que ocurría a su alrededor e inclusive a través del juego, fueron asimilando los roles que les correspondían en el seno familiar. A medida que pasaron de uno a otro grupo de edad, dejaron de ser espectadores para convertirse en actores de su propia realidad.

A decir de los estudiosos del ramo, la historia de los mayas de la zona henequenera de Yucatán, y la de esta entidad, no se comprende sin las haciendas donde se cultivaba y extraía la fibra de este agave.

Sin embargo, esta historia tiene diferente signo según sean sus actores. Para los descendientes de los peones acasilla- dos, la hacienda representa la época de la esclavitud en la que se trabajaba desde antes del amanecer hasta el anochecer.

Por medio de la tradición oral han llegado hasta ellos los relatos de las fajinas, la tienda de raya, las deudas que nunca terminaban de pagar, de la cárcel y la limpia para los que rompían las leyes tácitas que normaban la vida en la hacienda.

En cambio, para las élites económicas y sociales la hacienda es el recuerdo, igualmente mitificado, de un sistema en el que el trabajo le dio a Yucatán una riqueza hasta ahora inigualada.

Racionalidad fielmente expresada con el lema Labor omnia facit que hasta hoy permanece grabado en el edificio principal de la antigua hacienda Sacapuc en el municipio de Motul. En el marco de este pensamiento propio de los criollos, el

maya era quien con su flojera se oponía al progreso y por ello había que castigarlo. Ideología que en la actualidad prevalece entre quienes anhelan el retorno de esa sociedad opulenta cada día más distante.

En 1961 se creó la empresa de participación estatal Cordemex, S. A. de C. V. mediante la asociación de los productores privados y el gobierno federal.

Tres años más tarde este último la adquiría en su totalidad con lo cual se trans- formó en empresa paraestatal. Entre sus objetivos se encontraba la modernización de la industria henequenera a fin de man- tener su competitividad en el mercado internacional.

Parte medular de este proyecto era la instalación de desfibradoras equipadas con la más moderna tecnología capaces de superar los volúmenes obtenidos por las plantas existentes y ofrecer una fibra de mejor calidad. La instalación de las nuevas desfibradoras fue paulatina. Las dos primeras abrieron sus puertas en 1967 y recibieron los nombres de dos de los más grandes héroes mexicanos: «José Ma. Morelos y Pavón» y «Benito Juárez». La primera se instaló en el municipio de Telchac Pueblo y la segunda en el de Baca.

En sus trabajos de estudio y análisis, los expertos expresan que la incorporación de quienes habrían de ser los obreros de estas plantas fue de acuerdo a los conocimientos que cada uno tenía sobre la extracción de la fibra del henequén.

No tenían una calificación como obreros. Sus conocimientos al respecto dependían de la amplitud de las estrategias que habían seguido para generar el ingreso familiar.

Los primeros que se incorporaron a la empresa referida fueron estos últimos. Igual como ocurría cuando se emplea- ban como jornaleros en los ranchos y parcelas de propiedad privada, su trabajo consistió en el desmonte y quema de los terrenos donde CORDEMEX instalaría sus desfibradoras. Del mismo modo, otros que se empleaban temporalmente como albañiles, así fueron contratados para la construcción de los edificios de las desfibradoras.

Posteriormente, cuando concluyó la instalación de las desfibradoras, algunos de los anteriores fueron contratados para la ejecución de las tareas más sencillas del proceso de extracción de la fibra del agave.

Por ejemplo, descargar las hojas, recoger la pulpa, tirarla y tender la fibra para secarse al sol. En estos casos, no hubo capacitación previa como sucedió con quienes se emplearon en la transformación de la fibra en productos terminados. Bastaron la observación y el sentido común para el aprendizaje de estas tareas.

Ser obrero no significa únicamente estar frente a una máquina y manipularla. También implica hablar, actuar, pensar y organizarse como obrero. Pero más todavía implica reconocerse como tal. Los desfibradores incorporaron a los conocimientos y habilidades que habían adquirido a través de su trabajo en las desfibradoras, los elementos que fueron generando en los años siguientes. Un hecho que contribuyó para ello fue la creación de su primer sindicato.

Formar un sindicato fue una experiencia novedosa para todos ellos. Implicó adoptar actitudes, ideas y relaciones diferentes a las que hasta entonces habían tenido.

El reconocimiento del sindicato «José María Morelos y Pavón» por parte de las autoridades civiles y laborales, le dio a los desfibradores los derechos que se les ha- bía negado. Pero también impuso condiciones que provocaron transformaciones en sus hábitos de trabajo.

Quienes pertenecían al ejido estaban legalmente impedidos para trabajar en las desfibradoras. La posesión de parcelas propias hizo que algunos desfibradores se decidieran por abandonar las tareas en la extracción de la fibra y volvieran a sus labores agrícolas.

Los que permanecieron fue porque, aunque habían sido jornaleros de campo, no poseían tierra alguna o, quienes sí la tenían, porque pudieron alternar su tra- bajo en esas plantas y sus parcelas.

Antes de finalizar el período de Miguel de la Madrid se inició la restructuración de la industria henequenera. La cual habría de concluir con su reprivatización durante el mandato de Carlos Salinas de Gortari. Algunas desfibradoras fueron vendidas a particulares y otras transferidas a la Confederación Nacional Campesina y la Unión Nacional de Trabajadoras Agrícolas. Sin el respaldo que les daba su sindicato, ni los salarios y prestaciones que les confería su Contrato Colectivo.

En los trabajos de investigación, los expertos dejan asentado que las plantaciones proliferaron al término del siglo XIX, cuando en su mayoría reorientaron su actividad productiva hacia el cultivo exclusivo del henequén. La hacienda henequenera fue la más conocida y desarrollada y alcanzó la plenitud entre 1860 y 1910.

La explotación de fibra y productos manufacturados subió de mil toneladas en1860 a más de 200 mil en 1910, con lo cual se marcó definitivamente la inserción de este producto en la economía mundial, que a su vez proporcionó a Yucatán una época de gran prosperidad.

Hoy la realidad es muy diferente, la caída en la producción y explotación del henequén ha sido el factor para sumirlos en una marginación que no parece tener fin.

Salir de la versión móvil