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Riesgos de trabajo, un tema rezagado

“Piedad, piedad, para el que sufre, piedad, piedad, para el que llora……un poco de calor en nuestras vidas y una poca de luz en nuestra aurora….  Toña “La Negra”

¿Cuántos trabajadores de la salud se infectaron de COVID? ¿Cuántos policías o militares han muerto o quedado discapacitados peleando contra delincuentes?,

¿Cuántos trabajadores transitan o terminan con estrés crónico o padeciendo patologías crónico degenerativas vinculadas por sus trabajo?,

¿Cuántos familiares hay como víctimas derivadas de esos fenómenos? …..no lo sabremos jamás, pero no tenemos ninguna duda de que los números son muy altos por desgracias acontecidas en el trabajo.

La salud, no tiene precio, pero tiene un altísimo valor incuantificable en dinero, la salud es un tesoro invaluable, es una gracia, es plenitud de estar hecho a imagen y semejanza de Dios.

Preservarla, deber ser la más alta prioridad para todo trabajador, empleador, sindicato y para el estado pero no es así, nos hemos adaptado a las tendencias del trabajo indexado a la producción salvaje convirtiéndolo en un medio de depredación de la salud, soslayado los grandes valores del mantenimiento de la vida saludable.

Los sistemas, de previsión social sobre estos temas, se han vuelto anacrónicos, son insuficientes y soslayan las lastimosas aflicciones emocionales y sociales que padecen los afectados directos e indirectos, ya no digamos las lesiones de daño moral, frustraciones, lucro cesante o perjuicios indirectos.

Por un momento pensad en la situación emocional y crisis de sobrevivencia que enfrentan los huérfanos y viudas, que han dejado los caídos en cumplimiento de su trabajo.

Indudablemente, ayudan las indemnizaciones, pensiones y la asistencia médica ulterior, pero jamás será suficiente ni compensatoria ni mucho menos restitutoria de las situaciones o expectativas previas al accidente.

Tristemente, hemos deshumanizándolo este aspecto de nuestro modo de ser laboral, de nuestro sistema legislativo y de justicia para el trabajo y es hora de hacer algo para remediarlo.

Las normas laborales de todos los niveles, garantizan pomposamente el derecho a la salud y a la previsión social, pero la ejecución de estos postulados se vuelven un vía crucis para alcanzar los beneficios del sistema indemnizatorio y de asistencia social.

Para alcanzar algún beneficio, se exige agotar trámites sujetos a condiciones inciertas como opiniones de médicos, peritos o resoluciones judiciales o recabar pruebas con determinadas características y superar condiciones inimaginables que en muchos casos rebasan las capacidades de los necesitados.

Esos trámites ya no los acompañan los sindicatos, tampoco los patrones los afectados quedan solos con sus mermadas fuerzas para luchar contra su suerte y destino para intentar superar los obstáculos invisibles de todo tipo.

La cultura de la solidaridad social, debe evolucionar para mejorar las acciones de prevención que eviten tragedias en cada centro de trabajo y esto incluye por supuesto grandes cambios en nuestra forma de hacer las cosas para corregir prácticas peligrosas, debemos incorporar como prioridad el cuidado, el uso irrestricto de todas las medidas de seguridad posibles.

Pero si a pesar de la prevención sobreviene la tragedia, debemos, como sociedad hacer algo valioso que ahora no existe, al menos en la calidad deseable.

Debemos abrazar con sensibilidad humanista la asistencia a los afectados o sobrevivientes de riesgos de trabajo, lo necesitamos todos, unos por sufrirlas, la sociedad por solidaridad auténtica y los sindicatos por ética, congruencia y lealtad con quién alguna vez votó por ellos.

No basta, pero deben aumentarse los valores que la Ley Federal del Trabajo establece para cada afectación física, y los montos asistenciales para la discapacidad derivada de patologías derivadas del trabajo.

Las instituciones de seguridad social deben rediseñar sus trámites para simplificarlos y acompañar con asesoría y gestión de trabajo social oficiosa a los necesitados, supliendo las deficiencias de sus reclamos; deben, con autenticidad, apoyar al necesitado.

Por piedad, por misericordia, porque lo mandan las más sensibles fibras del humanismo solidario, por caridad, por dignidad, porque esas lágrimas pudieron derramarlas nuestros ojos o los de nuestros seres queridos debemos corregir lo que está mal en estos temas.

Nunca jamás alcanzaremos a comprender la magnitud del dolor ajeno ni la desesperación que provoca en un compañero la discapacidad derivada de un riesgo de trabajo, ni su progresivo deterioro, pero si podemos ser empáticos, solidarios, sensibles con huérfanos, viudas o compañeros de trabajo disminuidos en sus capacidades físicas.

No sólo eso, es nuestro deber como compañeros de trabajo, es una obligación moral nacida del humanismo solidario al que estamos obligados, es congruente con la solidaridad social que inspira los postulados del orden jurídico y por cuanto a los sindicatos, es su deber por muchas más razones y ¿Porque no decirlo con todas sus letras?, es su deber porque para eso les pagamos cuotas sindicales, para eso piden el voto y para eso tienen autorización para tener comisionados con goce íntegro de sueldo.

Los beneficios deben extenderse al acompañamiento asistencial de huérfanos durante su etapa escolar y juvenil, de viudas en sus procesos de readaptación a sus circunstancias, al involucramiento de discapacitados en actividades compatibles con su situación, a su acceso a espacios de cultura, recreación y turismo, sumarlos a como dé lugar en actividades productivas compatibles con su condición, ¡Cada ser humano tiene necesidad de sentirse útil y serlo!,  ¡La sociedad necesita que así sea!

La indiferencia legislativa, institucional, sindical y social con los que padecen afectaciones por riesgos de trabajo es un muy mal síntoma de descomposición de los valores de nuestras comunidades.

Tenemos que exigirlo como tema a los representantes sindicales, a los candidatos que pidan los votos, poner el tema en conversaciones, reclamarlo a patrones y a subir esos reclamos en redes sociales.

La lucha de solidaridad con compañeros de trabajo y sus sobrevivientes debe ser permanente, vital, es legítima.

Amigo lector, al llamar su atención y proponerle que luche por estos temas, recordé aquella frase que algún día escuché de vos del Director General de los Reclusorios en la Ciudad de México que invirtió en la remodelación de los centros penitenciarios, bromeando decía, “Hay que arreglarlos, no vaya a ser que algún día tengamos que vivir aquí”; de la anécdota aprendamos con prudencia.

Mejoremos la asistencia a los damnificados de riesgos laborales, no vaya a ser que algún día la necesitemos para nosotros o los nuestros.

carblanc@yahoo.com

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