Opinión

Memoria fresca

Los temas puestos sobre la mesa, eran álgidos.

Atrás habían quedado el espacio y el tiempo dedicados para una entrevista periodística.

Ya eran momentos para el diálogo, no para el debate.

Había condiciones para incursionar en terrenos agrestes, escarbar en los rincones y las guaridas construidas para atrincherarse.

Él, solemne y parco. Imperturbable. Templado y firme, como correspondía a su investidura y a su origen.

Yo, ya sin bolígrafo ni libreta en mano.

Pero atrevido y dispuesto a romper la indiferencia y la serenidad, sin llegar a provocar exaltaciones que arruinaran la conversación.

Con gesto adusto, lenguaje áspero y muecas hoscas, buscaba protegerse, encerrarse para no invadir terrenos de confianza que lo ubicaran en planos de dificultad.

Huraño por naturaleza, esbozó una leve sonrisa y dio inicio a una cordialidad que rayaba en la familiaridad.

Usted, dijo, debiera abandonar el periodismo y trabajar de cerrajero.

Comentario, halagador por cierto, que dio paso a una expresión de sorpresa y desconcierto.

Está abriendo un cofre a prueba de vulnerabilidades. Un baúl de cerraduras y cerrojos que únicamente se abren con llave en mano.

Traigo una ganzúa, mi general.

Abierto el mueble, cómo quiere que lo llame general o señor gobernador, fue mi argumento para no interrumpir las reflexiones que estaban en el arranque.

No puedo ponerle condiciones, indicó, el trato ya es de amigos. Llámeme como usted quiera, como se sienta mejor.

Sumido en un confortable sillón de piel, en un rincón de aquella amplia oficina con un balcón desde el que se contemplaba la bella arquitectura de la Catedral de Oaxaca, carraspeó levemente.

Eliseo Jiménez Ruiz, general de brigada, Senador de la República con licencia y gobernador que arriba al desempeño emergente de una tarea nada fácil, arrellanado en el confortable espacio, soltó:

Ningún esfuerzo, nunca, es suficiente para garantizar la gobernabilidad. Nadie puede poner en riesgo la estabilidad de un gobierno, de un país, del Estado de Derecho.

Las leyes, usted lo sabe, norman la tranquilidad y la paz de la sociedad. Los gobernantes estamos obligados a garantizar la armonía, la concordia de los habitantes de una Nación.

Con un énfasis que atropelló el silencio imperante en aquel enorme despacho del Palacio de Gobierno, exclamó:

La seguridad nacional es un valor supremo.

Nadie, me escucha amigo periodista, puede ponerla en riesgo.

Y vaya que ese militar vestido de civil sabía a lo que se refería.

El estado de Oaxaca vivía, enfrentaba, acontecimientos que ponían en riesgo el Estado de Derecho. Lo invadía una auténtica crisis política y social.

La disertación y los razonamientos de ese diciembre de 1977 venían al caso porque unos días atrás había sido depuesto el gobernador Manuel Zárate Aquino y se había consumado el interinato del general y Senador de la República por Oaxaca, Eliseo Jiménez Ruíz.

En México gobernaba José López Portillo y el Secretario de Gobernación era Jesús Reyes Heroles.

Tras agotarse la entrevista que concedió al reportero de La Prensa, Jiménez Ruíz dio paso a un conversatorio diferente que daba la oportunidad de tratar un tema supremo de inquietud personal.

Ese hombre de las fuerzas armadas tuvo un papel decisivo en el combate a la guerrilla en el estado de Guerrero, donde su protagonista medular había sido Lucio Cabañas.

LA POLÍTICA, UNA ALTERNATIVA

Oaxaca, como el panorama social a nivel nacional, enfrentaba una convulsión preocupante.

En el marco de una Reforma Política diseñada por Jesús Reyes Heroles se buscaba encontrar salida para dar paso a un proceso de transición democrática y fortalecer el pluripartidismo.

También una alternativa de hacer funcionar una Ley de Amnistía, para exonerar a los militantes de grupos subversivos urbanos y rurales, tales como la Liga Comunista 23 de septiembre, el Partido de los Pobres, el Movimiento de Acción Revolucionaria o el Frente Urbano Zapatista.

Por tanto, no era casualidad que un hombre forjado en la milicia llegar a gobernar las tierras donde el detonador tenía que ser desactivado para evitar mayores consecuencias.

Estratega militar experto en el combate a lo que se daba en llamar movimientos subversivos, el general Jiménez Ruiz tenía grabado en la mente el mapa de la realidad.

Ya depuesto el gobernador Zárate Aquino, tomaban impulso organizaciones como el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UABJO; la Coalición Obrero Campesino Estudiantil de Oaxaca y la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo, Grupos de la Confederación Nacional Campesina, la Central Campesina Independiente y la Unión General de Obreros y Campesinos de México, y algunas decenas de presidencias municipales. De esta manera, confluían en la lucha la COCEI, el Partido Popular Socialista, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Comunista Mexicano y otras organizaciones de izquierda.

Ese coctel de hechos, fue el mejor de los pretextos para tener un hilo conductor en la tertulia de aquella tarde decembrina.

General, realmente la guerrilla urbana tiene las dimensiones para desestabilizar al gobierno…

Pronto, con una rapidez semejante al movimiento de una pantera en búsqueda de su presa, el gobernador atajó:

No las tiene, pero estamos a tiempo de evitar que siga creciendo. La ingobernabilidad no beneficia a nadie. No podemos correr el riesgo de un país en llamas

La tranquilidad, la paz social no tiene precio. La política, los cauces legales, son una alternativa para cambiar los modelos de gobierno, pero nada con violencia. Nada con las armas, los secuestros.

A propósito general, ahora era el visitante quien interrumpía, qué recuerdo guarda de Lucio Cabañas.

Los militares, amigo, no son estamos para guardar recuerdos de las tareas que no son encomendadas para garantizar la paz social.

Y vaya que había motivos de sobra para comentar.

El general de brigada Eliseo Jiménez Ruiz había sido nombrado por el general Secretario Hermenegildo Cuenca Díaz, para combatir y erradicar a la guerrilla.

Las figuras de Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas, eran un estandarte que se agitaba en las montañas guerrerenses.

El exterminio de la guerrilla rural se convirtió en una urgencia, porque además estaba involucrado el secuestro del poderoso Rubén Figueroa Figueroa, quien sería el próximo gobernador.

Por tanto la acción militar para extremar medidas de seguridad, en la que estaban involucrados altos mandos que con el tiempo llegarían a tener relevancia.

Es el caso del entonces teniente coronel Mario Renán Castillo Fernández, quien estudió en Fort Bragg, Carolina del Norte, sede de los boinas verdes del ejército estadunidense.

Durante el estallido de en Chiapas, fue nombrado comandante de la VII Región Militar en sustitución del general Miguel Ángel Godínez.

A la Zona Militar 35 de Chilpancingo, llegó como nuevo comandante el general brigadier Eliseo Jiménez Ruiz, quien tenía al entonces teniente coronel Enrique Cervantes Aguirre como su jefe del Estado Mayor. Éste llegaría a ser Secretario de Defensa en tiempos del presidente Ernesto Zedillo.

Todos ellos desplegados a lo largo de la sierra porque en 1974 el grupo de Lucio Cabañas secuestró a Rubén Figueroa entonces senador del PRI y precandidato a la gubernatura de Guerrero.

Curiosamente Figueroa y el general Jiménez Ruiz eran viejos conocidos porque los dos habían sido elegidos diputados federales por el PRI.

Como pago del rescate, fueron reunidos 50 millones de pesos que se entregaron al grupo armado de Lucio Cabañas. La mitad antes liberación cuando el sacerdote Carlos Bonilla Machorro llevó 25 millones de pesos al grupo de Lucio Cabañas a la sierra de Atoyac, y los otros 25 millones fueron entregados al obispo Sergio Méndez Arceo, una vez que fue liberado Figueroa.

La conversación con el gobernador del estado de Oaxaca fue larga, amena y llena de anécdotas y hechos que no podrían ser resumidos en este breve espacio.

Pero todos ellos relevantes y que ahora, en los nuevos tiempos, cobran mayor importancia por las tareas de las fuerzas armadas.

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