Conozco tantas historias sobre el particular, que incluso se han escrito libros y argumentos como para filmar películas y series televisivas de largo contenido.
Son tal el número de presuntos involucrados, algunos ya en prisión y otros con órdenes de ser capturados, que es difícil saber cuántos están realmente implicados en el tema que ha dado vuelta al mundo.
Sobran los que dicen conocer la verdad, quienes juran y perjuran tener información de primera mano pero no se atreven a relatarla ante una autoridad competente.
Desde luego que si alguno de ellos accede a leer este texto, no tardará en lanzar calificativos que descalifiquen el punto de vista que no es cosa del otro mundo.
Debo aclarar que no soy investigador ni tengo cursos en el FBI, Scotland Yard, la CIA o el Mossad. Simple y llanamente es una reflexión que parte de la lógica que cualquier ser humano está en condiciones de aplicar sin devanarse los sesos.
Han corrido océanos de tinta en revistas, periódicos, panfletos, pancartas, mantas de protesta y utilizado decenas de millones de palabras en programas de radio y televisión para dar entrevistas, hacer comentarios o verter opiniones.
Conspicuos intelectuales, expertos en materia de seguridad, estudios científicos, participación de especialistas agrupados en organismos internacionales, autoridades del nivel municipal, estatal y federal, todos para expresar condenas y acusaciones.
Es inútil retomar aquí los supuestos y las tesis que sobre el particular han surgido para exigir justicia y alimentar un asunto del que se han beneficiado política y económicamente personas a quienes no les ha importado negociar con el dolor y la ausencia de seres humanos.
Abogados investidos de un puritanismo que se desvanece con los honorarios que acostumbran a percibir, leguleyos que justifican procederes apartados de los más elementales principios del derecho y la legalidad.
Estrategas de la comunicación que explotan teorías apartadas de la realidad y que asumen roles de Torquemada para que se lleve a la hoguera a quienes señalan para ser incinerados o llevados a una picota pública para saciar su sed de sacrificio.
Hubo detenidos, que las evidencias señalaban por haber participado activamente y ahora se encuentran libres. Gente que va por la vida llena de culpas y disfrutan de la libertad.
Todo este universo de reflexiones está ligado al Caso Iguala, donde fueron sacrificados estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, Guerrero, y que oficialmente han sido declarados en el pasado y en el presente reciente, que no están con vida.
Las dudas que me atormentan y me hacen pensar en una historia incompleta, son ¿Por qué adjudicarle al hecho el término Ayotzinapa si en verdad tuvo lugar en Iguala?
Pero la principal es ¿qué hacía un grupo de estudiantes en una ciudad que se encuentra a más de 100 kilómetros de distancia de donde teóricamente estudiaban?
¿Por qué viajaban en un autobús que fue robado y pudo ser interceptado por la policía en el largo trayecto?
¿Cuál era la verdadera relación entre los victimados y los victimarios?
¿Qué papel jugaban los jóvenes con la delincuencia organizada?
¿Quién los patrocinaba, auspiciaba y respaldaba para actuar?
¿Por qué los padres que ahora, justificadamente, piden que aparezcan nunca se preocuparon de conocer las verdaderas actividades a las que se dedicaban?
¿Cuándo se dieron tiempo para certificar que, realmente, eran estudiantes que aspiraban a la docencia?
¿Cuántos minutos, horas o días dedicaron los atormentados progenitores a enterarse de las actividades que al margen de la ley cometían sus hijos hoy desaparecidos?
Hay decenas de interrogantes que nadie se ha ocupado de esclarecer o dar a conocer. Valdría la pena que todo el proceso judicial se retomara desde el principio con aspectos que involucran directamente a los desaparecidos.
Cierto que debe hacerse justicia y enjuiciar a los responsables, pero también es saludable establecer los roles que cada una de las partes cumplió. Incluidos, por supuesto, quienes perdieron la vida.
El rompecabezas no estará completo si falta alguna de las partes y, hasta ahora, hay verdades sesgadas que nadie tiene el valor de asumir con apego a la realidad.
No se trata de justificar los excesos de la autoridad, pero tampoco de convertir en próceres a quienes manipulados por mercenarios.