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Memoria fresca

Ironías de la vida.

Luís Echeverría Álvarez, Presidente de México 1970-1976, murió a la edad de 100 años envuelto de sombras.

Una de ellas: falleció el 8 de julio, fecha en la que se le achaca haber orquestado y consumado el llamado golpe de Excélsior, en 1976, con el que se expulsó a Julio Scherer.

En ese mar de tinieblas, tampoco pudo despojarse de la negra imagen de los conflictos estudiantiles de 1968 y el “Halconazo” de 1971.

Las muertes de Tlatelolco y del Jueves de Corpus, herencia perpetua.

También fue cobijado por las tenebrosas marcas de llamada Guerra Sucia y la desaparición de un número no determinado de gente.

Incluso, fue juzgado y sometido a un juicio del que no pudo salir absuelto.

Invadida de claro oscuros, la existencia de LEA estuvo sellada por un régimen populista que lo llevó a la confrontación con los empresarios más poderosos de México.

Tras una reunión que sostuvieron en Chipinque, Nuevo León, llegó a calificarlos como Emisarios del Pasado.

Batalla frontal con los adinerados. Lucha frontal y a muerte.

Lo que aquí se escribe, no pretende ser un juicio sumario ni una condena. Sólo es un relato.

A Luís Echeverría Álvarez lo vi físicamente por primera vez el 24 de diciembre de 1974. Noche de Navidad.

Para lograrlo, hubo de viajar 360 kilómetros. Desde Piedras Negras hasta Ocampo, en pleno desierto coahuilense.

Enviado por el periódico Zócalo para la obertura de una gira presidencial en la que se dibujaba el estilo personal de gobernar.

Trepados, literalmente, en una camioneta combi en la que se repartía el diario. Ahí apretujados, con “El Borrado” (término que se aplica a personas de ojo claro), y el fotógrafo Benjamín Ruiz.

Recorrido que incluyó una larga lista de ciudades, sin contar pequeñas poblaciones, como Río Escondido, Nava, Zaragoza, Allende, Nueva Rosita, Sabinas, Monclova, Frontera, Nadadores, Cuatro Ciénegas San Buenaventura.

Al arribar a Ocampo, un despliegue impresionante de recursos económicos y de personal.

Una larga pista de aterrizaje construida en pleno desierto para que descendieran aviones y helicópteros. Obra que se utilizó por única vez y con el tiempo fue sepultada por la arena. Millonario dispendio.

Cientos de campesinos que portaban pancartas, porque era un evento de ejidatarios en donde surgiría el llamado Pacto de Ocampo integrado por la Confederación Nacional Campesina (CNC), la Confederación Campesina Independiente (CCI) y el Consejo Agrarista Mexicano (CAM).

Ahí sus dirigentes Celestino Salcedo Monteón, Alfonso Garzón Santibañez y Humberto Serrano Pérez.

Eulalio Gutiérrez Treviño era el gobernador.

Llegó parte del gabinete de Echeverría. Hombres como Augusto Gómez Villanueva, Félix Barra García, Luís Enrique Bracamontes, Ignacio Ovalle, Eugenio Méndez Docurro, el general Hermenegildo Cuenca Díaz y otros más. Todos desconocidos, entonces, por el relator.

La llegada del Presidente fue pletórica. A su estilo. Porras y vivas. Matracas y ovaciones sin restricción alguna.

A las 13 horas inició lo que sería una kilométrica, extenuante, reunión con los hombres del campo. Fueron tratados como los problemas de la candelilla, títulos de propiedad, suministro de agua, otorgamiento de créditos, bla, bla, bla.

En el estrado, Echeverría escuchaba y simulaba oír. Atento, dormía con los ojos abiertos. Su disciplina mental se lo permitía. Practicaba el yoga que se lo permitía.

Llegada la media noche, hubo un intervalo en el larguísimo acto para festejar la fiesta navideña.

Cena con tamales y atole. Una verbena de poca duración que fue interrumpida para continuar el conocimiento, como si no se tuviera, de la problemática del campo.

A las 4 de la mañana se suspendió.

Nos vemos en rato más, advirtió el Jefe de la Nación.

Y así fue, se reanudó a las 6 de la mañana del día 25.

Un hecho en particular llamó la atención del inexperto reportero. Un campesino pidió, airadamente, ser escuchado. No le habían permitido, decía, hacer uso de la palabra.

Echeverría Álvarez lo interrumpió. Ya tuviste una intervención anoche a las 11.45. Estabas sentado en el lado opuesto y traías  una vestimenta diferente. Era cierto.

LA ARGENTINA

Con los años cinco ocasiones hubo la oportunidad de intercambiar impresiones personales con Luís Echeverría Álvarez. Siempre recriminó haber publicado la agresión a golpes (publicada en una Memoria Fresca en otra edición) a Mario Cantú, en la ciudad texana de San Antonio.

Escozor, por decir lo menos, causó otro reportaje realizado en el estado de Chiapas.

Durante su mandato, Echeverría se encontraba de gira. De Tapachula se dirigió al municipio de Cacahoatán. Justo en el cruce de la carretera que bifurca los caminos a Ciudad Hidalgo y Unión Juárez hizo una parada no prevista.

Ahí un hombre de origen alemán lo invitó a visitar su finca cafetalera. Eran momentos de esplendor para ese grano que en el mercado internacional se cotizaba a muy altos precios.

Lo acompañaba Fausto Cantú Peña, director del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) y otros integrantes del gabinete.

La Argentina, es el nombre de la quinta.

Majestuosa propiedad. Invadida por miles de cafetos que impresionaban por su auge. Resplandecientes cultivos.

En verdad una propiedad fuera de serie que junto con Mus Ball, situada en las faldas del volcán Tacaná, que es una frontera natural con Guatemala, eran ejemplares.

Hermosa, dijo lacónicamente Echeverría. Y preguntó: Si tuviera que venderla, ¿cuál sería su costo?

Nunca he pensado en venderla, fue la respuesta.

Pero más o menos cuál sería su precio, insistió don Luís.

No está en venta, señor Presidente.

Días después en el Registro Público de la Propiedad en Tapachula, aparecería una escritura de La Argentina con el nombre de un nuevo propietario: Luís Echeverría Álvarez. Profesión: Presidente de la República.

Durante una visita posterior a ese lugar, encontramos a una persona conocida: Antonio Yañez “El Junior”, integrante del cuerpo de seguridad de Echeverría.

Era el administrador, gerente, responsable o lo que sea. Pero el panorama imperante era otro. Una finca en ruinas. No quedaba nada de aquel emporio.

También era del dominio público que Echeverría figuraba como  propietario de un rancho ganadero en una población cercana a Huixtla, llamado Los Luises.

Pero de eso nunca buscamos averiguar.

Los terrenos de Sumiya, donde ahora se asienta el hotel Camino Real de Cuernavaca, Morelos, también fueron de su propiedad.

Años después, un par de ocasiones pude dialogar con ese hombre brillante de pensamiento en su residencia de San Jerónimo.

Una de ellas acompañando a mi fraternal Domingo Suárez Nimo, para versar sobre el financiamiento de un organismo denominado Mexicanos por la Paz, que LEA alentaba y subsidiaba.

Oscuridades y claro oscuros invadieron la vida del ex Presidente Luís Echeverría. A la hora de conversar era un vendaval incontenible.

Frases, citas, remembranzas, comentarios, advertencias, reclamos, todo era irrefrenable. El enorme bagaje cultural se lo permitía.

Un verdadero torrente que se apagó este 8 de julio de 2022.

Paradójicamente ese formador de grandes políticos fue ignorado en sus exequias. Quienes crecieron bajo su amparo, lo negaron al no asistir al sepelio ni al funeral. Nombres sobran.

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