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En autorismo, la histlria nunca nos lo cuenta todo

El ritmo y la intensidad repentinamente acrecentados por estos días de preocupantes acontecimientos, la pandemia y la guerra en Ucrania se suman a toda una maraña de influencias negativas en lo local; la polarización política de una población en centros urbanos superpoblados cargados de tensiones, la irritación de una clase media educada que ha perdido gran parte de su capacidad económica y a la implantación de una nueva escala de valores asociadas al crecimiento de pobreza y desempleo que han desplazado los ideales y objetivos de esa clase media inmersa en un sistema político bajo tensión.

La guerra en Ucrania nos presenta un incendio que lo devora todo, igual que la pandemia desde hace dos años, nos impone a la fuerza el presente de crueldad con una claridad en demasía. Desde las vísperas de la guerra de Troya, Casandra viene profetizando en vano <nadie le cree>, porque un rasgo suicida de la condición humana es el empeño de no ver lo que está frente a sus ojos, al igual que si se profetizan los abusos de la democracia para legitimar el autoritarismo, muchos no lo creen.

Huid -decía Robespierre-, Huid de la antigua manía: -vean ustedes amables lectores como no es nueva-. Huid de la antigua manía de querer gobernar demasiado; dejemos a los individuos, dejemos a las familias, el derecho de hacer libremente todo lo que no daña a los demás; dejemos a los municipios el derecho de organizar sus propios asuntos; en resumen, devolvamos a la libertad de los individuos todo lo que se le ha arrebatado ilegítimamente, todo lo que no pertenece necesariamente a la autoridad pública. (Pero se dilapida en una clientela que aplaude por recibir dinero de las arcas públicas).

¿Es que acaso la democracia consiste en crear un gobierno autoritario, corrupto, inepto y más mentiroso que ningún otro, cuya única diferencia consiste en que ha sido elegido por el pueblo y actúa en su nombre por encima del Estado de derecho? Si así fuera, ¿no habremos dado al autoritarismo un aspecto de legitimidad que antes no tenía, y habríamos asegurado así la fuerza y el poder que necesitaba?

La historia no se repite, pero si nos deja aleccionadores datos. Cuando el general José María Morelos escribió “Los Sentimientos de la Nación”, seguramente recurrió a las enseñanzas de la historia y entregó al Congreso de Chilpancingo ese valioso documento, preocupado ante la posibilidad que las discordias entre grupos condujeran a una división total en contra de los intereses libertarios del país y que ese país que imaginaba acabará desmoronándose y, seguramente recordaba que los demagogos se aprovechan de la libertad de expresión para elegirse en tiranos.

“Que los “Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos”. Estableciendo un sistema de pesos y contrapesos, evitando ese mal que los antiguos filósofos denominaban tiranía. Morelos tenía en mente que: la usurpación del poder por un solo individuo o grupo, lleva la posibilidad de que los gobernantes burlen las leyes en su propio beneficio.

Es cierto que el pueblo, sea como nación revolucionaria, o como pueblo romántico, en teoría no coincide con el Estado y no puede vincularse a la ciudadanía formal sin deformaciones y contradicciones

Si bien es verdad que la nación no fue históricamente una alternativa al Estado, sino que más bien ha sido capturada por su fuerza, terminando por otorgarle legitimidad, también es verdad que la nación, primero revolucionaria y luego la romántica, representa un principio político distinto del Estado, que puede llevarlo tanto hacia la democracia sustancial como hacia el autoritarismo e incluso hacia el total totalitarismo y tenemos ejemplos en el mundo. Pero aunque el pueblo está sujeto (a causa de las dinámicas políticas y económicas internas) a padecer fragmentación y exclusiones, e incluso a convertirse en “plebe”, no le hace caso a las profecías de Casandra.

Desde siempre, una gran parte del debate político en nuestra nación ha tenido que ver con el problema del abuso del poder en el seno de nuestro orden, un modelo que nos ayuda a comprender la importancia de utilizar la dialéctica y el conocimiento para intervenir en la vida cívica, política y cultural, y porque la democracia es algo por lo que tenemos que luchar si pretendemos que perviva, aún a pesar de los caprichos de las relaciones  de poder de un régimen autoritario convertido en un sistema de “castas” que solo se acerca a la sociedad en los periodos electorales.

Una responsabilidad de la democracia progresista y participativa para el encauzamiento de un Proyecto de Nación, es el respeto al Estado de Derecho, el encuentro con un líder ausente, la verdad razonada, el combate a la mentira, el fortalecimiento a las instituciones, el combate al autoritarismo, a la corrupción, a un gobierno sin rumbo, a su aliada la ignorancia como arma política, la violencia, el sufrimiento y la penuria.

Las democracias tienen una larga historia del empoderamiento de regímenes autoritarios, y hasta de simpatía para con esos demonios, en cuanto la apatía, el resquebrajamiento interno y la falta de homogeneidad, tanto social como cultural del ciudadano lo permite.

La ignorancia es un producto pedagógico que se usa para reprimir el pensamiento y que favorece cierta forma de antipolítica que socava determinados elementos de juicio y reflexión fundamentales para la democracia.

Al mismo tiempo, es un factor crucial, no sólo para generar conformidad, sino también para aplastar la disconformidad. Para Chomsky, la ignorancia es un arma política que beneficia a los poderosos, no una situación general anclada en alguna inescrutable hondonada de la naturaleza humana.

La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad.

Socava la democracia y el Estado de derecho, da pie a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de vida y permite el florecimiento de la delincuencia organizada, el terrorismo y otras amenazas a la seguridad humana.

Puntos de ineludible responsabilidad del gobierno en turno con el uso legítimo de la fuerza para proteger a la población.

La corrupción afecta infinitamente más a los pobres porque desvía los fondos destinados al desarrollo, socava la capacidad de los gobiernos de ofrecer servicios básicos, alimenta la desigualdad y la injusticia y desalienta la inversión y las ayudas extranjeras.

La corrupción es un factor clave del bajo rendimiento y un obstáculo muy importante para el alivio de la pobreza y el desarrollo.

Existe una trampa para atrapar ratones. Es una caja con una puerta por donde puede entrar el ratón. En esa caja, hay un pedazo de queso, cuando el ratón lo toma, se cierra la puerta, queda atrapado. Esto mismo les pasa a los gobernantes autoritarios corruptos.

Entraron al palacio presidencial atraídos por el queso, que en este caso es el poder, y quedaron atrapados. Si dejan el poder, ponen en peligro su libertad o hasta su vida, así como las de sus familiares y cómplices. Su alto cargo les permite preservar mejor las enormes fortunas que se han robado.

Es obvio, que esos autócratas no tengan deseo alguno de abandonar el poder.

Bajo esa metáfora que atrapa a los gobernantes corruptos se da luz a uno de los grandes retos del mundo de hoy. ¿Qué destino se le debe dar a esos absolutistas? En el pasado, aquellos que no eran asesinados o encarcelados y lograban huir con el fruto de su corrupción, solían radicarse en los paradisiacos lugares frecuentados por la realeza europea.

Ahora, los opresores que pierden el poder terminan en Europa, pero no en Mónaco o Biarritz, sino en la Corte Internacional de Justicia llamado también Tribunal Penal Internacional que funciona en el palacio de la Paz en La Haya (Países Bajos), principal órgano judicial de las Naciones Unidas.

La impunidad de la que disfrutaron un buen número de tiranos desapareció cuando el expresidente de Chile, Augusto Pinochet de 82 años, fue arrestado estando hospitalizado en el London Clinic en la ciudad de Londres en 1998. << En una cama de ese hospital, el exdictador chileno Augusto Pinochet contemplaba por primera vez la posibilidad de comparecer ante un tribunal por genocidio y terrorismo.

Veinticinco años y un mes después de encabezar el sangriento derrocamiento del gobierno democrático de Chile>>.

Lo que al parecer no recordamos es que:  Marcó jurisprudencia global sobre los crímenes de lesa humanidad. Esa medida fue una expresión de la nueva doctrina de derechos humanos: la “jurisdicción universal”. Esto marcó el comienzo de una nueva era de responsabilidad por violaciones graves de los derechos humanos.

Para quienes han violado las constituciones nacionales a capricho, quienes han gobernado con autoritarismo, violando los derechos humanos, quienes han abusado de poder y, al abrigo de la corrupción que da pie a violaciones de tales derechos, se han enriquecido ellos, su familia y camarilla, dimitir significa ir a la cárcel, ¿cuantos hoy en la impunidad, temen confrontar ese riesgo?

Ahora los jueces de la Corte Internacional pueden actuar contra violadores de los derechos humanos de terceros países y es posible buscar la justicia de forma transnacional.

Naturalmente, esta realidad hace a los autócratas más obstinados en aferrarse al poder. Ya que no tienen garantía alguna de que la impunidad que les puedan prometer otros gobiernos sea duradera.

Las circunstancias, las alianzas y los gobiernos cambian, y los nuevos gobernantes pueden decidir que no están obligados a honrar los compromisos de sus predecesores.

Para estos autócratas, el único gobierno confiable es el que ellos presiden y las únicas Fuerzas Armadas que los defenderán son las que ellos comandan.

Este es uno de los problemas más espinosos de nuestro tiempo. ¿Se deberá juzgar como crímenes de lesa humanidad, la corrupción que impide a los gobernados pedir justicia frente a la irresponsabilidad autoritaria; castigar a los responsables de la muerte de cientos de miles de inocentes frente a la pandemia?

O, más bien, la ética, la justicia y la democracia están obligadas a tratar de derrocar a estos regímenes autoritarios. La historia nunca nos lo cuenta todo.

El búho de Minerva sólo alza su vuelo en el ocaso (crepúsculo) frase célebre escrita en 1820 por el filósofo Friedrich Hegel. (La lechuza era el emblema de Minerva la diosa romana de la sabiduría, Hegel quiso expresar que realmente sólo se llega entender una era o momento histórico una vez que éste ha concluido.

Si bien el fervor de la ciencia social por los problemas del cambio ha sido un acontecimiento reciente y repentino, corremos por lo tanto el peligro de ser inundados por una marea de teorías y ofertas demagógicas de cambio, y esto por lo menos nos deberá hacer abrir los ojos ante el hecho de que cualquier teoría general, si posee un mínimo de adecuación, debe poder tratar el cambio tan fácilmente como permita la estabilidad sociopolítica donde se emprenda, para que la estabilidad tenga un sentido significativo, es preciso que represente un estado cuyo ritmo de cambio sea suficientemente lento como para no crear problemas especiales.

Sin embargo cambio siempre hay. Aunque hay cambios para retroceder.

México ha vivido y sufrido millares de pronunciamientos y conoció tres revoluciones, tres verdaderas transformaciones: la Independencia, la Reforma y la Revolución social. “Prospere la yedra vividora en las tumbas de sus héroes y de sus víctimas”: Alfonso Reyes

Según cuáles fueran nuestros intereses, recurramos a la historia para   observar como el cambio y el desarrollo, tanto en las naciones nuevas como las antiguas, provocaron la aparición de partidos, legislaturas, nuevas pautas de reclutamiento político, nuevas clases de motivaciones políticas, formas especiales de grupos de intereses, tipos de participación política diferentes de lo que conocemos.

Pero al final nos encontraremos ante la necesidad de poner algún orden en esa confusión de teorías descriptivas materiales y parciales ya que ante el desorden se infiltra el demagogo <hijo perverso de la democracia> que ofrece cambios a su modo que le permitan acceder al poder para “gobernar” bajo el cínico sello de ineficiencia, corrupción y autoritarismo. Ese escenario es peligro latente cuando de buscar en el desorden cambios con destino incierto.

Como explicarnos, que las llamadas teorías de grupos de intereses, partidos, personalidades o cambios políticos estructurales que han podido surgir al amparo de una irritación social provocada por gobiernos que en abuso del poder se enriquecieron, endeudando y empobreciendo al país en general, lo que obligó a la sociedad a dar un giro buscando un cambio, que no se dio.

Y en cierto punto, ahí donde se ha producido un cambio es en la estructura sociopolítica, ahora podemos descubrir que el reordenamiento de las clases sociales modificó la distribución del poder en la sociedad de modo tal que una nueva élite política suplantó a la anterior, con iguales o peores defectos.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk,  en su libro Ira y tiempo, describe la ira como un motor que impulsa la historia. ¿Qué papel ha jugado la ira en la búsqueda de un cambio para avanzar?

Ya que la ira surge allí donde se impone la decepción. Y la decepción aumenta cuando las promesas no se cumplen. En la medida en que vivimos en un mundo de promesas y decepciones y en que no hay cofradía política que no genere decepciones, la ira siempre estará ahí. Y la alternativa a la decepción no puede ser la resignación.

La realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarse con lo inesperado, para lo que no estamos preparados. “Y mañana es demasiado tarde”.

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