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lectura de: Por una democracia progresistas (segunda parte)

En sus relaciones con el mundo a través del tiempo, en el tránsito de su construcción nacional, México primero tuvo que luchar por consolidar su independencia, defendiéndose de los tratados ruinosos que le pretendían imponer a cambio de su reconocimiento como nación independiente, y después debió enfrentar la agresión de grandes potencias que le arrebataron territorio, se apoderaron de sus riquezas y han atentado hasta la fecha en contra su soberanía. Bastaría con recordar “El tratado de Paz, Amistad y límites de Guadalupe Hidalgo, todavía vigente, por él cual, México se vio desposeído de más de la mitad de su territorio.

Nuestra libertad ha perdido toda conexión con lo más importante; esto es, con creer que podemos cambiar algo en el mundo. Esa creencia era común a todos los grandes profetas, teóricos, ideólogos y escritores de la modernidad. En la actualidad, todas las grandes utopías se han desvanecido. Vivimos en un periodo de sombrías novelas “de advertencias” y de distopías, aunque incluso estas últimas se convierten pronto en objetos de consumo fácil y sin complicaciones. La sensación de determinismo y fatalismo, fortalecida no sólo por nuestro desconocimiento de por qué y como los sistemas económicos se desploman y de por qué nos azotan repetidas crisis sociales, sino también por nuestra dependencia total de mercados distantes y fluctuaciones monetarias en países lejanos, potencia la falsa ilusión de que los individuos somos capaces de cambiar cosas solo mediante reacciones espontáneas, actos de benevolencia y compasión, palabras amables y comunicación intensa.

Acaso el dolor de hoy es más profundo que el de tiempos pretéritos? No lo considero así, son tiempos con un significado completamente distinto y porque la amargura de nuestras desilusiones tiene como respuesta a la razón, la ciencia, y el aprecio por la libertad, valores que impregnan y esterilizan la tierra donde hay que sembrar la semilla nueva donde el futuro nacerá. Vida e historia son una cosa misma; la historia aparatosa del pasado es nuestra misma vida en el presente, con datos exactos y con leyendas debemos, pues, tratar de reconstruir la historia. La vida de hoy, mañana será historia, eso es inevitable.

En la actualidad todas las grandes utopías se han desvanecido, la tecnología y las redes sociales se han convertido en nuevas formas de control y separación. Se registran, se exponen y participan. Basta con dar con el modo de mantenerlos en un sistema en el que no haya posibilidad de esconder nada a estructuras bajo control del Estado. La privacidad se está muriendo en nuestras mismas narices. Ha dejado simplemente de existir, no sólo porque ya no hay mensajes sin leer ni que no estén controlados por extraños, ni cosas que como la literatura clásica bien estimulada un ser humano tenga el derecho e incluso el deber de llevarse consigo a la tumba. Lo que ha desaparecido es sencillamente aquello que correctamente llamábamos un secreto, y que se ha convertido en un bien de venta libre, un objeto de intercambio, una clave  de entrada a un éxito momentáneo y fugaz, cuando no en una debilidad que muestra que tienes algo que ocultar, lo que posibilita que te chantajeen y te presionen para despojarte de los últimos vestigios de tu dignidad y tu independencia. Somos víctimas de una decadencia nacional.

Durante siglos el símbolo y la encarnación del mal fue el diablo, ya como Mefistófeles. El diablo de toda la vida  representaba el mal sólido con su lógica simbólica de la búsqueda y captura de almas humanas y su implicación activa en los asuntos humanos y terrenales. En política se limita a perseguir su objetivo tratando de invertir y deslegitimar el orden social y moral establecido. Eso nos dice que el mal sólido es una forma de mal amoralmente comprometido y activamente implicado, acompañado de una solemne promesa de justicia e igualdad sociales en el final de los días de este mundo. La maldad líquida, sin embargo, surge acompañada de la lógica de la seducción y los mecanismos para desentenderse de las cosas. Si Prometeo y Satán eran según Vytautas Kabolis dos protagonistas de la subversión, el levantamiento y la revolución, los héroes de la maldad líquida tratan de despojar a la humanidad de sus sueños, sus proyectos alternativos y sus poderes para discrepar. No será difícil identificar esos demonios.

Que lejos hemos quedado de quienes involucrados en la Revolución mexicana tenían e impulsaron un proyecto de nación, para que los gobiernos se declararan orgullosamente revolucionarios. El siglo XXI es testigo de que quienes aspiran al poder político, sólo obran por mal y codicia, evidentemente son contrarios a cualquier conducta que pudiera identificarlos a la causas de una Revolución mexicana que no ha muerto a pesar de quienes han claudicado y la han traicionado. Por otra parte, el gobierno ha cometido un error: ha olvidado lo que representa el Estado mexicano.

Ante tal indignidad y desvergüenza debemos recordar las palabras de Ponciano Arriaga, dichas en momentos parecidos al que vivimos:

“Nadie debe perder el orgullo de ser mexicano.

Nuestro país vencerá esta hora de estupidez y de venganza impune, de burla y desprecio por lo que somos como pueblo. La vencerá respetando la Constitución, reduciendo el poder “unipersonal” y enfrentando a quienes llevan en sus espaldas el estigma de propiciar la contrarrevolución”.

Es necesario arrancar la máscara de la hipocresía del rostro del enemigo, desenmascararlo a él y a las maquinaciones y manipulaciones engañosas que le permiten dominar sin utilizar medios violentos, es decir, provocar la acción incluso al riesgo de la aniquilación para que pueda surgir la verdad, porque si reflexionamos, son algunos motivos que subyacen a la violencia actual en el campo de la política.

La construcción y el rompimiento de conexiones históricas, la diversidad y la desigualdad de las relaciones a través del espacio, dejan a mucha gente con la incertidumbre de dónde tienen el derecho de estar, acerca de su sentido de pertenencia a diferentes tipos de colectividades, acerca de dónde pueden ejercer ciertos derechos, acerca de dónde pueden ser escuchadas sus voces.

La inequidad se ha vuelto tan profunda que algunos observadores desde hace tiempo se han preocupado de que ciertos vínculos sociales desarrollados a lo largo de décadas se comenzaban a erosionar. Pierre Rosanvallon, un especialista en historia política y social de la Europa del siglo XVIII a la fecha señala esta descomposición silenciosa de los lazos sociales y, simultáneamente de la solidaridad humana y pone en evidencia que nunca como ahora se había hablado tan profusamente de Inequidades mientras se hace tan poco por reducirlas. También aquí las personas en nuestros días se sienten incapaces de ser los ciudadanos que alguna vez actuaron para hacer que nuestro país fuera más justo.

Vivimos en un mundo que es diverso, desigual e interconectado.

El problema de la desigualdad no es una cuestión de economía técnica, sino de política práctica, garantizar que quienes están en la cima paguen la proporción de impuestos que le corresponde —poner fin a los privilegios especiales de los especuladores y al tráfico de influencias—es a la vez pragmático y justo. Revertir una política de la codicia no significa abrazar una política de la envidia. La igualdad no tiene que ver solo con los tipos impositivos marginales de los de arriba sino también con el acceso de nuestros hijos a la alimentación, a la salud, a la educación y el derecho a la justicia para todos. Si invirtiéramos más en educación, salud e infraestructura, sanearíamos nuestra economía, ahora y en el futuro. El hecho de que ya lo hayamos escuchado o leído en otras ocasiones no significa que no deberíamos volver a intentarlo.

El reconocimiento y defensa de los derechos sociales está bajo amenaza permanente por parte del capitalismo global. Las protecciones sociales son desafiadas en nombre de la disciplina de mercado y de la austeridad. Es el Estado-nación el único baluarte para defender el Estado de derecho y el Estado social.

A todos niveles se siente en el aire una mezcla tóxica de ausencia de alternativas y de exacerbación de la crisis, una entidad mutante que se desdobla en crisis económica, financiera, política, ecológica, sanitaria, energética, ética civilizacional. Esta mezcla tóxica combina la sensación de que algo termina y a la que es imposible que emerja algo nuevo. Como diría Antonio Gramsci, es un tiempo de monstruos.

Hoy, el bloqueo de lo nuevo parece total y si alguna señal existe de que algo nuevo pueda surgir en el horizonte es más motivo de miedo que de esperanza. Un empate histórico parece consumarse a la orilla del abismo, de tal manera que no parece posible dar pasos hacia delante ni hacia atrás. De ahí la sensación de implosión, un orden mal disfrazado de caos, un caos que por repetido, parece el único orden posible. Si el propósito de la actual administración pública era rectificar lo realizado por la anterior, el alcance de las medidas excedió el propósito de corregir llegándose, por tanto, a la gradual demolición de su estructura histórica. Es indudable que tal labor sólo pudieron emprenderla personas adversarias del Estado y formadas en ideologías ajenas a la Revolución Mexicana.

El capítulo XIX se refiere a: La recuperación de un proyecto de nación. Dejando claro que “la Revolución Mexicana es un proceso vivo, inacabado, y que su propósito central sigue siendo la edificación de una amplia, sólida y perdurable democracia en México, así como un equitativo y solidario orden mundial”. <Yo agregó que: Un país en declive tiende a volverse caótico y errático en su política internacional>.

En este capítulo. Nos dice y estamos de acuerdo que los tiempos del neoliberalismo han sido de entreguismo y destrucción para México y para los mexicanos; y coincido en que son tiempos de reencauzamiento, reconstrucción y construcción, términos y preocupaciones que he comentado personalmente con el ingeniero Cárdenas. Sobre la pandemia hace un recuento no solo de contagios y muertes, reflexiona sobre la pérdida de empleos, el crecimiento de la pobreza, la recesión económica y su repercusión en la actividad productiva, pérdida de ingresos salariales por un involuntario desempleo en millones de trabajadores, <que fueron obligados a retirar parte importante de su cuenta individual del fondo de pensiones. Ya que fueron abandonados a su suerte sin seguro para el desempleo ante un confinamiento obligado>. A pesar de ser posibles financieramente por el gobierno. También pone el dedo en la llaga, las deficiencias de los sistemas de atención a la salud del país y la urgente necesidad de reestructurar todo el sistema de salud.

Ahora en la tarea: Democratizar la institucionalidad nacional, contar con una economía que crezca de manera sostenida en el largo plazo, con sustentabilidad social y ambiental, y una sociedad igualitaria que requiere un esfuerzo mayor por parte de la mayoría de los mexicanos. Aceptemos el reto, salgamos de nuestras trincheras clases medias, trabajadores manuales e intelectuales, para intervenir en un debate con ideas y capacidad dialéctica, buscando un cambio para avanzar, no para retroceder.

El Estado es la estructura funcional que la propia sociedad, que el pueblo ha configurado para preservar y acrecentar sus intereses bajo un Proyecto de Nación. Es un Estado nacional que existe para que ninguna de las clases sociales pueda oprimir a las demás ni sobreponerse a la nación; un Estado que se precie de revolucionario está obligado a procurar el bienestar creciente de toda la población y a cumplir el programa de transformación social delineado por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un programa que por su vigencia debemos retomar para eliminar con decisión la políticas que han llevado a la situación de contradicciones, claudicaciones, desviaciones y retrocesos que hemos vivido durante el siglo XXI .

El cambio es la ley de la historia de nuestra inconclusa Revolución, porque la historia no se hace solo con datos, sino también con interpretaciones, por ello es interesante el planteamiento de convocar a una Asamblea Nacional en la cual con una democracia participativa se conforme una mayoría social que respalde políticamente un renovado proyecto de nación que responda a nuestra vulnerabilidad ante fenómenos extremos relacionados con el clima y otras crisis, desastres económicos, sociales y medioambientales, entre otras preocupaciones y lo mejor será que quien convoque sea el propio Ing. Cárdenas, por su autoridad moral, su capacidad de convocatoria, su compromiso con la democracia y con los ideales de una Revolución que no ha muerto, permanece viva y eso debe reanimarnos para salir de nuestra trinchera, redoblar esfuerzos y responder a quienes la han desviado.

Leer este libro es como estudiar la síntesis de un programa de gobierno, escrito por un hombre que debió ser presidente  de México.

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