Opinión

Hombres y mujeres, la canija equidad

“Nuestra sociedad es masculina y hasta que no entre en ella la mujer, no será humana”.

—Henrik Johan Ibsen, dramaturgo noruego.

El primero que comparó a una mujer con una flor, fue un poeta, el segundo fue un imbécil” dijo Voltaire y ¡Dijo bien!, la gracia, delicadeza y belleza propia de la mujer, nada tiene que ver con sus habilidades laborales y derechos a ser valorada y respetada, ¡Nadie debemos confundirnos!

La humanidad desde siempre asumió estereotipos arbitrarios acerca de la mujer considerándola el sexo débil, restringida al hogar y crianza, propició una errática idea de minus valor por razones de fuerza bruta o las inherentes a la menstruación o la maternidad negándose a reconocer que hombres y mujeres compartimos un potencial analítico y laboral de exactas cualidades.

El mundo cambió, repentinamente la humanidad después de toda su evolución recargada en el machismo, se sorprendió con la exigencia de reconocer que hombres y mujeres tenemos derechos idénticos.

Cuando terminó la segunda guerra mundial, las sociedades se dieron la oportunidad de voltear a temas existenciales, fue cuando empezó un renacimiento real de ideas sobre lo que somos como especie y cobró relevancia el reclamo legítimo de reconocer a mujeres y hombres como iguales.

Si bien los avances legislativos son valiosos en todo el mundo, lo cierto es que no hemos logrado superar la barrera cultural de la idiosincrasia arraigada por milenios de formación machista.

Esa inequidad engendra muy graves consecuencias, ellas por razón de género, llevan la peor parte en temas de violencia, en seguridad pública y social, en discriminación, en respetabilidad sexual, en hábitos de recreación, esparcimiento y en oportunidades para el trabajo.

Aún ahora, la mayoría de labores domésticas o de crianza en las familias mexicanas, lo asumen principalmente mujeres y suelen no ser remuneradas, a veces ni siquiera en gratitud de sus familias.

En estos temas todos, incluso las mujeres afectadas, tenemos mucho que aprender y debemos construir nuevos hábitos de convivencia.

Lo primero a que estamos obligados, es a hacer conciencia de la gravedad del problema que entraña grotescas injusticias que nos lastiman a todos.

Hacer conciencia nos obliga a repudiar la indiferencia al tema y las malas prácticas de convivencia personales y sociales en que participamos.

El segundo paso es entender con empatía, beneplácito y buena actitud que debemos abrazar las mejores prácticas de convivencia en las que los varones asumamos con gusto la extinción de privilegios inequitativos con relación a mujeres y fomentemos la equidad para hacerla parte de nuestros hábitos de convivencia.

Lo tercero es hacer trascender estas convicciones y actitudes en nuestras zonas de influencia, hijos, familia, compañeros de trabajo, vecinos etcétera.

Entendamos que no es un problema que sólo corresponda al gobierno, a las escuelas o a las iglesias, es un problema de toda la sociedad, incumbe a medios masivos de comunicación, religiones, centros de trabajo, familias, actividades sociales y, más importante, a nosotros mismos.

Específicamente, en los trabajos, todos debemos exigir que la competencia sea leal entre hombres y mujeres.

Debemos repudiar las malas prácticas discriminatorias como el hostigamiento, la paga minoritaria a mujeres, los chistes peyorativos y el aprovechamiento de jefes o clientes ante mujeres que jamás tendrían con varones.

La inequidad, no sólo es problema de mujeres, es de toda la sociedad, es nuestro problema y no se limita a un número de oportunidades o miembros en un grupo colectivo, es un tema de calidad en los tratos que tengamos entre todos en nuestra especie.

Todos los cambios causan desajustes, desequilibrios, intranquilidades, rompen con posiciones pre establecidas y con la cómoda idea de que todo estaba bien y por ello nos confronta.

Pero en realidad, debiera dolernos más prolongar las condiciones de inequidad y seguir beneficiarnos de ellas a costa de otras.

El discurso, parece trillado, pero no lo será jamás mientras pervivan injusticias e inequidades que podamos evitar.

La ruta del cambio, cobrará víctimas, removerá resistencias, derrumbará liderazgos, costará sangre, lágrimas, dolor, pero sin duda serán mucho menos graves que el dolor generalizado de las víctimas que continúan padeciendo la inequidad y viven bajo el peso aplastante del machismo.

No hay un modelo perfecto de prácticas sociales equitativas de género en el mundo, ninguna sociedad puede asumir que ya lo logró, pero es nuestra responsabilidad construir un mundo mejor en este tema, al costo que sea.

No será fácil modificar el arraigo ancestral del machismo abrazado como práctica habitual surgido desde que prevaleció el homo sapiens sobre otras especies.

Después de todo, evolucionar hacia la equidad, nos involucra y nos conviene a todos.

carblanc@yahoo.com

 

 

 

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