Sorprende cuando el curso de una civilización toma un giro insospechado a quienes hemos vivido y hasta hoy sobrevivido y nos vemos amenazados por males que asociábamos con las pasadas edades de barbarie, y culpamos, a cualquiera menos a nosotros mismos.
¿Cómo podremos despertar una mayor conciencia pública que se traduzca en políticas conscientes que enfrenten la realidad y reduzcan las profundas brechas de pobreza y desigualdad?
Qué significan las palabras pobreza y desigualdad y cuál es su dimensión actual, independientemente del debate público acerca del 1% y el 99% estamos más advertidos que nunca sobre su significado, por ello que importante es recuperar el Estado de bienestar como parte importante de la agenda política del Estado.
Cuando se escucha el término desigualdad, muchas personas piensan en términos de alcanzar la <<igualdad de oportunidad>>. Esta frase se encuentra frecuentemente en discursos políticos, promesas de partidos políticos y retórica de campaña. Es una poderosa convocatoria con largas raíces en la historia. En su ensayo clásico Equality Richard Tawney argumentó que todas las personas deben estar “igualmente habilitadas para conseguir lo mejor de las capacidades que poseen“.
La respuesta sustentada con razones es abogar por una creciente inversión en educación y formación profesional, descartando ideas políticas dominantes actuales extrañas o imprácticas a primera vista.
Quizá el desafío más obvio es analizar la financiación a las medidas necesarias, antes de discutir en el legislativo la aritmética presupuestaria, sin embargo, se debe considerar la objeción preponderante de que existe un conflicto inevitable entre realidad y eficiencia.
Requiere por lo tanto repensar aspectos fundamentales de nuestra sociedad moderna y que descartemos ideas políticas equivocadas pasadas y recientes sobre la desigualdad de consumo contra la desigualdad de ingreso. El énfasis debe ponerse en el combate a la pobreza como estrategia para alcanzar otro objetivo el combate a la desigualdad.
El hecho es que en los campos de pobreza y desigualdad, la legislación no va más allá de ciertas reglas generales sobre las que puede alcanzarse un acuerdo que alcance una mayoría, mientras que en la dirección de la actividad económica los intereses que han de conciliarse son tan divergentes que no es posible conseguir un verdadero acuerdo en una asamblea democrática.
Es importante ver con claridad las causas de una admitida ineficacia del legislativo cuando se enfrentan con una administración detallada de los asuntos económicos de la nación y hay ausencia de conocimiento y libertad para responder a tal responsabilidad. La falta no está sólo en la capacidad o incapacidad de los legisladores ni en el poder legislativo como tal, sino en las contradicciones inherentes a la tarea que se les encomienda, si pasan por alto la separación de poderes. No se les pide que actúen en lo que puedan estar de acuerdo, sino que lleguen a un acuerdo sobre la completa dirección de los recursos nacionales. Para una tarea semejante, empero, el sistema de la decisión por mayoría es inapropiado. Las mayorías se alcanzan cuando se trata de una elección entre pocas alternativas; pero es un suponer creer que tiene que existir una opinión mayoritaria sobre todos los asuntos.
No hay razón para que deba existir una mayoría dentro de cada una de las diferentes vías posibles de acción positiva si su número forma una mesnada. Cada miembro del legislativo puede preferir, para la dirección de la actividad económica, algún plan en particular antes que la ausencia de un plan, más, para la mayoría, puede no resultar ningún plan preferible a la falta de todo plan.
Tampoco puede lograrse un plan coherente rompiéndolo en partes y votando sobre las cuestiones particulares. Una asamblea democrática votando y enmendado un plan económico global, artículo por artículo, tal como se delibera sobre un proyecto de ley ordinario, carece de sentido. Un plan económico, que merezca estudio, debate y aprobación, tiene que responder a una concepción unitaria. Incluso si el legislativo pudiera avanzando paso a paso, aprobar un proyecto, éste, al final, no satisfaría a nadie.
El cambio tecnológico, la globalización y la pandemia, tres fuerzas que han reconfigurado radicalmente los mercados del trabajo de y entre grupos de países clasificados según su ingreso, hay grandes diferencias en cuanto a las respuestas en relación con el daño ocasionado en el mercado laboral, porque se condujo a una profunda brecha en la distribución de la riqueza. Puntualizamos, ese progreso tecnológico en el mundo del trabajo no fue una fuerza de la naturaleza, sino una respuesta como decisión social y económica.
El futuro del trabajo se halla ante un panorama incierto y lo mismo ocurre con los sindicatos. La historia debería atraer mayor atención: al éxito o fracaso a la hora de limitar los daños causados por una horrible pandemia. La globalización, los cambios demográficos, medioambientales y tecnológicos han modificado los mercados laborales de hoy y determinarán los del mañana. Frente a ello, es importante la transición de los sindicatos: ¿qué papel tendrán estos en el futuro mundo del trabajo?
Coincidimos en que el ensanchamiento de la distribución del ingreso ha ido a la par con la caída del papel de los sindicatos y de la negociación colectiva, la tasa de membresía sindical es cada vez más baja, aunque existe un debate que debemos considerar sobre el grado de influencia de los sindicatos y la negociación colectiva para lograr mejoras sustanciales en salario y bienestar. Las diferencias saltan a la vista en los estudios que han procurado determinar el grado en que la reducida membresía sindical ha sido responsable del ensanchamiento de la precariedad salarial.
La disminución sustancial en la tasa de sindicalización, explica una parte importante o significativa del crecimiento de la desigualdad salarial, la disminución en el poder sindical se debe mucho a las reformas laborales, diseñadas por organismos financieros internacionales con la complacencia de gobiernos nacionales.
Bajo este contexto, no podemos perder de vista la larga y con frecuencia violenta historia del establecimiento de los derechos de organización colectiva, tampoco ignorar el grado de hostilidad en que las actividades sindicales están ahora regidas por un marco laboral que se ha tornado crecientemente hostil, donde la tendencia de las décadas recientes ha sido reducir los derechos de los trabajadores. Los que participan en una acción de trabajo formal son vulnerables ante el despido y la victimización. Pero la disminución también puede estar relacionada con lo que está pasando en el combate a pobreza y desigualdad.
Un problema evidente de los intentos empíricos para identificar el impacto de los sindicatos en la distribución del ingreso salarial es la dificultad de encapsular la fuerza de negociación con los indicadores económicos
La crisis de COVID-19 puso de manifiesto y agravó los problemas existentes en el mundo del trabajo. A nivel mundial, la afiliación sindical ha ido mermando paulatinamente, y con ello la capacidad de los sindicatos para organizar y prestar servicios a los trabajadores.
Mientras la pandemia de COVID-19 sigue teniendo efectos significativos en los mercados laborales mundiales, la OIT advierte de una recuperación lenta e incierta, y destaca las marcadas diferencias en el impacto que la crisis está teniendo entre los distintos grupos de trabajadores y países.
Entre todos los escenarios posibles para los sindicatos, ¿cuál es el más probable? Sin duda, la hipótesis más favorable es la de revitalizarse en un marco de “Unidad, Renovación y Reorganización”, según lo cual los sindicatos encuentren tácticas innovadoras y formen coaliciones para representar los intereses de todos los trabajadores.
El sindicalismo no puede ser ajeno a la situación interna en cada organización en particular, a la política laboral que se ha implementado, a la situación económica que enfrenta el país y a la política en general del país. Y considerar como suyos los problemas de la clase media y del trabajo informal, a quienes hay que fortalecer y consolidar, hacerlos más homogéneos y darles instrumentos jurídicos para que puedan defender sus intereses y así ser partícipes de las luchas que enfrenta nuestro país.
El sindicalismo requiere nuevos enfoques que lo lleven a la consumación de sus más caros ideales promoviendo la unidad para afianzar un verdadero cambio social. “Nunca más se debe permitir que el movimiento obrero se fraccione o se divida”, porque de antemano sabemos que cualquier fisura provocada en sus filas, lo debilita y no le permite encarar con la fuerza suficiente los problemas que a diario confronta, y menos ocuparse del futuro de la clase trabajadora.
El sindicalismo debe estar consciente de que pobreza y desigualdad son una deuda social, herencia de los errores políticos cometidos en el presente y pasado, errores que históricamente los pagan clases medias y trabajadores.
Alrededor del 80% de los países del mundo recurrieron al diálogo social, tripartito y/o bipartito, como parte de la respuesta a la crisis de la COVID-19. Los temas de negociación más frecuentes fueron la protección social y las medidas en materia de empleo, las relaciones laborales, la seguridad y salud en el trabajo (SST), y las medidas fiscales.
Existen sindicatos que han encontrado formas innovadoras de llegar a nuevos miembros y contribuir a las respuestas a la crisis mediante el diálogo social. Hay ejemplos positivos de la revitalización de los sindicatos; por lo general, abarcan:
• Organizar y prestar servicios a los nuevos afiliados, como trabajadores jóvenes, trabajadores de la economía informal o de la economía de las plataformas digitales.
• Hablar o actuar con una sola voz, comprendido esto como la capacidad de actuar colectivamente en todos los sectores, a nivel nacional, regional y mundial.
• Asegurar una gobernanza interna apropiada, mediante un conjunto de normas transparentes que rijan el mandato, la gestión, las elecciones y las actividades sindicales en un marco de unidad.
• Reforzar un diálogo social eficaz e incluyente sobre las cuestiones de hoy y del futuro.
Los cuatro escenarios futuros para los sindicatos – marginación, dualización, sustitución y revitalización – son posibles, y de hecho están teniendo lugar en este momento, en ocasiones en un mismo país, en diferentes sectores y en diferentes combinaciones. Por ejemplo,
• La dualidad como forma de resistir a la marginación;
• La sustitución como fuente de inspiración para la revitalización;
• La revitalización como apertura a la dualización.
Diversas herramientas, tales como la prospección o la concepción de hipótesis, pueden ser de utilidad para los sindicatos que estén experimentando esta incertidumbre, y les permitirán adelantarse a los cambios, estudiar los posibles panoramas y propiciar la acción transformadora.
Ahora bien, en este contexto de múltiples transiciones que imponen tantos y tan graves problemas a los sindicatos, estos deberán demostrar una gran resiliencia y una notable capacidad para revitalizarse de forma innovadora. Hoy más que nunca se necesitan sindicatos fuertes para construir un mundo del trabajo basado en el desarrollo sostenible que garantice trabajo decente para todos. De ser así será un buen augurio de cara al futuro.
También es necesaria una acción urgente y coordinada, inclusive en el contexto multilateral, para garantizar que todas las personas, a nivel mundial, tengan un acceso oportuno, equitativo y asequible a vacunas, tratamientos y medidas de prevención contra la COVID-19 de calidad, seguros y eficaces, tales como tecnologías de la salud, diagnósticos, productos terapéuticos y otros productos de salud contra la COVID-19, distribuidos equitativamente en todos los niveles de la sociedad, lo cual es indispensable para preservar la seguridad y la salud, frenar la creciente desigualdad dentro de los países y entre ellos, y reactivar las economías y construir un futuro mejor.
Proporcionar a los trabajadores una protección adecuada, reforzando la aplicación y el control del cumplimiento de las normas internacionales del trabajo, con especial atención a los ámbitos en los que se han detectado profundas brechas de desigualdad a raíz de la crisis sanitaria. Esto incluye el respeto de los principios y derechos fundamentales en el trabajo; un salario que aleje de la precariedad establecido por ley o negociación colectiva; límites máximos al tiempo de trabajo, protección a la seguridad y salud en el medio ambiente en el trabajo, tomando en cuenta los desafíos que plantea la pandemia de COVID-19.
Mejorar el acceso a la protección contra el desempleo involuntario para dar apoyo a los trabajadores que han perdido sus puestos de trabajo y sus medios de subsistencia debido a la pandemia y para facilitar las transiciones; Proporcionar a los trabajadores acceso a una licencia remunerada por enfermedad, así como a servicios de atención a la salud, asegurando la cobertura de las personas en cuarentena o auto-confinamiento y estableciendo mecanismos más rápidos para el pago de las prestaciones.
Las consecuencias de la pandemia en el mundo del trabajo han sido arrolladoras y de gran alcance; entre otras cosas: provocó pérdidas de horas de trabajo y el consiguiente aumento del desempleo, del subempleo, de la inactividad y de la informalidad; empobreció los ingresos laborales y empresariales; hubo cierres y quiebras de micro, pequeñas y medianas empresas; planteando cuestiones nuevas en materia de seguridad y salud en el trabajo y de derechos fundamentales en el trabajo; perturbó las cadenas de suministro, causó desempleo lo cual tuvo consecuencias de gran alcance para los trabajadores; a consecuencia de ello, se agudizó la pobreza, y se profundizo una vez más la brecha en desigualdad, económica y social.
El mundo del trabajo se ha visto profundamente afectado por la pandemia de la COVID-19. Además de la amenaza que supone para la salud pública, el trastorno económico y social amenaza los medios de vida y el bienestar a largo plazo de millones de personas.
¿Cómo es que reducir la desigualdad impulsa la economía? Porque potencia los mercados internos. Si uno logra reducir la desigualdad quiere decir que tiene un sector de la población que puede consumir mucho más, que tiene un mercado interno mucho más potente. Si los sectores de bajos ingresos pueden consumir más tecnología, más productos industriales o más servicios, todo eso es potencial de desarrollo.
Los jóvenes, una generación que ha visto interrumpidas la educación, la formación y el empleo. La crisis provocada por la pandemia ha perturbado profundamente la educación, la formación y el empleo de los jóvenes, para quienes es aún más difícil encontrar trabajo, realizar con éxito la transición de la educación y la formación al trabajo, continuar su educación o desarrollar actividades empresariales, por lo que corren el riesgo de ver reducidas sus posibilidades de aumento del nivel salarial y de promoción profesional a lo largo de su vida laboral.
El porcentaje del producto interno bruto (PIB) en inversión para investigación y desarrollo, tiene que avanzar significativamente para reducir la desigualdad. Lo mismo para avanzar en ciertas áreas con desigualdad; acceso a la educación de calidad y la atención a la salud, porque la desigualdad entre ingresos y concentración de riqueza sigue siendo muy alta.
Debemos superar debilidades que trastocan logros alcanzados con tanto esfuerzo en la reducción de la pobreza en décadas pasadas, es amplía la brecha entre los países desarrollados y en desarrollo y es urgente invertir esa tendencia, es necesario desarrollar políticas económicas, ambientales y sociales en el combate a la desigualdad que converjan con la económica mundial, esos cambios necesarios tienen que hacerse para lograr la prosperidad, conectando ciencia y tecnología, investigación y desarrollo con desarrollo productivo. Compromiso que no permite descuidos con la ciencia, la innovación y las nuevas tecnologías, todo lo contrario se debe robustecer el papel que estas tienen frente a la nueva realidad que nos dejará la pandemia.
¿Por qué el gobierno debería buscar incrementar el nivel de empleo? Porque el empleo es la ruta principal de los individuos y sus familias para escapar de la pobreza y para que las sociedades retornen a niveles mínimos de desigualdad; el dilapidar las arcas públicas, regalando dinero no es el camino para la prosperidad, es una estrategia no para combatir la pobreza e ignorancia, es para engrosar las filas clientelares para el aplauso y la obediencia irracional.
El potencial para mejorar la vida de las personas pobres mediante diferentes maneras de distribuir el dinero público no es nada comparado con el potencial aparentemente ilimitado de generar más empleos y un mejor reparto de la riqueza con base en el trabajo de elevada productividad en toda la planta industrial y en ello los trabajadores están de acuerdo, establecer un régimen de productividad que permita ser más competitivos en calidad y precio, lo cual no se debe interpretar como sinónimo de intensificar el trabajo, de explotación, eliminar puestos de trabajo, de eliminar las conquistas laborales y anular la acción sindical. Productividad debe traducirse en mejores salarios, readaptación de la mano de obra para incorporarse a la neotecnología que exige el nuevo mundo del trabajo.
Desde el año 2000 hasta la fecha la Organización de las Naciones Unidas ha implementado acuerdos para el combate a la pobreza en 2008 la crisis económica financiera y ahora la pandemia han provocado retrocesos para alcanzar el Objetivo número uno <<Fin de la pobreza>> de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. “El recurso más importante que poseen las personas que viven en la pobreza es el potencial de su propio trabajo, su capacidad de trabajar productivamente. El trabajo, incluyendo el Estado de bienestar, es por lo tanto el camino principal para salir de la pobreza para los individuos, las comunidades y los países.
A pesar de las buenas intenciones, el progreso hacia la reducción de la pobreza ha sido lento; debemos detenernos y escuchar los razonamientos sobre la desigualdad existente porque el umbral de la pobreza se ha mantenido constante en términos de poder de compra en la mayoría en contraste con una minoría que concentra poder y riqueza. Para decir lo menos, los derechos económicos y sociales se han convertido en asuntos discutibles a través de las fronteras.
La ciudadanía es un concepto de realización de reclamos. Se define, por lo tanto, por la forma como actúa la gente. Por lo tanto como ciudadanos preocupados por la pobreza y desigualdad, reconocemos que la ciudadanía no puede producir igualdad por sí misma y no necesariamente conduce a las personas a superar la pobreza, pero al igual que en la Roma republicana, la ciudadanía proporciona un marco para la discusión y el debate acerca de la clase de entidad política y la sociedad en la que deseamos vivir, enfrentando las complejidades de vivir en un mundo que está fragmentado, que es desigual y está interconectado.