En cualquier país del mundo, la salud de un presidente es un asunto de Estado; de Seguridad Nacional, por todo lo que significaría no sólo su muerte, sino que no estuviera en buenas condiciones físicas y mentales para gobernar.
Este es el caso de Andrés Manuel López Obrado, quien sistemáticamente se ha negado a informar acerca de su salud física y mental, pues no hay que olvidar que debido a sus antecedentes médicos, tiene que consumir todos los días un coctel de medicamentos.
Y no es una cuestión de morbo o de buenos o malos deseos. El tema es relevante porque López Obrador tiene bajo su responsabilidad el futuro de 120 millones de mexicanos, y más de uno pudiera pensar que a veces no está completamente lúcido.
Sus dos contagios de Covid-19 son lo de menos, pues se contagió por negligente al rechazar el uso de cubrebocas y no respetar la sana distancia. Ni en sus reuniones de gabinete ni en su giras de trabajo tomó precauciones.
Se puede dar ese lujo porque, como presidente de México, tiene un ejército de especialistas que están al pendiente de su salud. No le falta atención hospitalaria ni medicinas, contrario a al resto de todos los mexicanos.
Cuando gobernaba Vicente Fox, fue intervenido quirúrgicamente de la espalda y todo se hizo público, y esa sí fue una cirugía programada.
También Enrique Peña Nieto se sometió a una operación de un nódulo en la garganta, y se hizo público. Incluso en ambos casos los médicos encargados de la salud presidencial ofrecieron conferencias de prensa para explicar lo que se hizo, y despejar cualquier duda.
Es más, cuando el 3 de diciembre de 2013 el propio Andrés Manuel tuvo que ser intervenido de emergencia por un infarto agudo al miocardio, los médicos del hospital privado donde fue atendido ofrecieron varias conferencias para informar acerca de la salud del paciente.
Claro, eran épocas de otro gobierno, que entendió la importancia de tener informada a la opinión pública sobre el tema. Y no se trataba del presidente, pero sí del principal político de izquierda, y si no se manejaba todo con transparencia, se podría haber creado una crisis política.
Esa es la importancia que López Obrador le debe dar al tema de su salud, pues los mexicanos tienen todo el derecho de saber en qué condiciones físicas y mentales está el gobernante que toma todas las decisiones en el país.
Pero el tabasqueño tiene un cálculo político para todo, y cree que si todos saben qué medicamentos tiene que tomar a diario para mantenerse, sus enemigos políticos lo atacarán, como él mismo lo hizo con Fox y Peña.
Además, si se sabe que su salud es frágil, sería un síntoma de debilidad, que no sólo hacia afuera, sino al interior de la 4-T, se leería como la claudicación de su mandato, y los animales de su granja sería los primeros en salir de su corral.
Sobre todo porque el mismo inquilino de Palacio Nacional abrió el juego sucesorio con una inusual premura, lo que desató los demonios al interior de Morena y dio pie a peligrosas divisiones internas, que hoy tienen en jaque a su proyecto.
Pero como si una segunda intervención médica para atender los problemas cardíacos del presidente no fuera suficiente, está su mensaje video-grabado 24 horas después, en el que dice que “hay presidente para un tiempo más…”, pero que ya tiene listo su “testamento político”.
Como esa acción regularmente la realizan quienes temen que ya no les quede mucho tiempo en esta vida, y que si se van seguramente sus herederos se despedazarán por lo que deja, el presidente abrió más interrogantes.
Si López Obrador piensa que dejando un testamento político, como si país fuera suyo, garantizará que quienes se queden acepten mansamente a los que él deje nombrados como sus herederos, entonces su salud mental sí está mal.
Antes de que se realizaran los funerales seguramente las tribus de Morena y de la 4-T en general tendrían ya desempolvadas sus lanzas para masacrase entre ellos mismos. El país entraría en una crisis política mayor a la que se dio tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Pero no sólo por los caníbales morenistas, sino porque legalmente no puede heredar cargos a nadie, y el artículo 84 de la Constitución Política establece con claridad qué procedería en caso de la ausencia definitiva del Presidente de la República.
“En caso de falta absoluta del Presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o sustituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor a 60 días, el secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo… “Quien ocupe provisionalmente la Presidencia no podrá remover o designar a los secretarios de Estado sin autorización previa de la Cámara de Senadores.
Asimismo, entregará al Congreso de la Unión un informe de labores en un plazo no mayor a diez días, contados a partir del momento en que termine su encargo”.
El nombramiento definitivo de un presidente sustituto lo tendría que hacer el Congreso de la Unión, que se se constituiría en Colegio Electoral, y ya sabemos que en ese supuesto el “testamento político” presidencial iría al bote de la basura.
Esa es la importancia de la salud presidencial