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Oposición, figura ausente

La función y tarea de la oposición políticamente, es convertirse en un contrapeso, ser una alternativa y denunciar en instancias judiciales cuando sea necesario pero no ser obstáculo o dique para frenar las políticas públicas que tengan viabilidad.

Debe tener como objetivo fundamental privilegiar la vocación de gobernar, aunque sin adueñarse de funciones que le son ajenas o están fuera de su competencia.

Tiene que asumir un papel de equilibrio sin dañar la gobernabilidad ni desvirtuar la funcionalidad de los procesos democráticos.

La buena oposición no es la que busca deslegitimar, entorpecer, frenar o boicotear al gobierno en turno, sin embargo también tiene la responsabilidad de evitar convertirse en cómplice o encubridor de los yerros.

En México la complacencia de partidos políticos que debieran asumir ese compromiso de ser balanza en los criterios de administrar una tarea reguladora, sirve para buscar y obtener prebendas.

Partidos opositores de conveniencia que se transforman en encubridores y secuaces de las tropelías que se cometen al amparo de quien ejerce el poder.

Dejan su papel de aliados para convertirse en cómplices y colaboradores para garantizar su supervivencia y seguir gozando de las prerrogativas que inmerecidamente reciben.

Olvidan que entre los principios básicos de su condición está frenar los excesos y las intromisiones del Ejecutivo en las facultades de los poderes legislativo y judicial.

Además, hacen caso omiso de la transparencia en su labor y con tareas poco edificantes se alejan de la crítica para asumir una condición de aliados sumisos.

Los partidos políticos que recurren a posturas indignas que se atrincheran en la deshonra, tienen presente que han sido favorecidos por el manto protector de quienes pregonan equidad y se consumen en tareas absolutistas.

Tradicionalmente las fuerzas opositoras se convierten en un factor de equilibrio, pero esa función está distante de los institutos que arropados por la inmoralidad de defender sus intereses de privilegio, someten sus decisiones al mejor postor.

Lejanos al contenido de sus documentos básicos y a la lealtad que asumen en el papel que deben desempeñar para justificar su razón de ser ante los militantes y simpatizantes, prefieren el entreguismo y el humillante servilismo de sus dirigentes.

La oposición deja de ser una herramienta confiable como representante de la ciudadanía al no garantizar los compromisos que le dan la razón de ser.

En esa función, los segmentos de oposición pierden la posibilidad de manifestarse como ideologías de contrapeso y de articulación para garantizar la solvencia del poder en turno.

Las voces disidentes al gobierno, desaparecen. Enmudecen y se tornan en un muro de contención de la crítica, prefieren adoptar un papel degradante y verse pisoteados en su autonomía.

Lo que pudiera ser una oferta política para enriquecer las propuestas y acciones de gobierno adquieren una etiqueta despreciable al ejercer una función repugnante de comparsas.

En tanto que el Gobierno marca la agenda de los debates, el principal protagonismo de la oposición consiste en romper esa tendencia y dejan de ser creativos para evitar imposiciones.

Todos los gobiernos de las últimas décadas han pasado de ser opositores, a gobernantes. Saben, con precisión, cuáles son las reclamaos de la población, qué esperar la colectividad de un gobierno en turno, pero al arribar al poder se ven superados por la amnesia.

Los representantes de los partidos políticos que han llegado a la cúspide del poder, saben que perder una elección no implica retirarse de las contiendas electorales, porque la derrota los ha obligado a encontrar alternativas para fortalecerse.

Pero hay partidos, esos que son denominados satélite, que no abrigan la esperanza de crecer y verse en la cima del poder.

La cumbre no está hecha para ellos. El conformismo tiene su respaldo en la falta de autenticidad y la verdadera representación popular, porque se han convertido en un negocio.

Están destinados al fracaso y fuera de aspirar al fortalecimiento, abrevan en el conformismo sin importarles la crisis de credibilidad, porque al ser parte de alianzas comerciales, cumplen sus objetivos de mercenarios.

Sin buscar profundizar en las estructuras jerárquicas de esos partidos satélite, es suficiente con revisar sus compromisos y ofertas políticas para corroborar que el entreguismo tiene como principal objetivo no perder las canonjías y las migajas que les entregan, y que ellos reciben sin pudor alguno.

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