La esencia de la política es el poder. Y desde la antigüedad, el camino tradicional hacia el poder ha sido la dedicación a la política. En realidad, el poder es a los políticos lo que la luz del sol es a las plantas: tiende naturalmente a buscarlo.
Iniciaron el siglo y no se dieron cuenta que se encontraban a la mitad de un largo y sinuoso camino, con unos tramos en reparación y otros en construcción para restaurar el desempeño eficaz del gobierno después de recurrentes crisis económicas y políticas en las décadas finales del siglo XX y que debían emprender trabajos de innovación institucional y gobernanza (las mejores prácticas de gobierno). Para dar respuesta a las condiciones contemporáneas de la vida asociada, que se distinguen por la creciente diferenciación de la sociedad, la mayor autonomía de personas y sectores, la expansión de la economía global, la conectividad digital, la formación de regiones políticas y económicas, el terror a la persistencia de pobreza y desigualdad en el país, como en otras partes del mundo; alcanzar los Objetivos para el Desarrollo, un ambiente de interfase entre pasado y futuro. Y para colmo la “nueva realidad” que impone la pandemia.
Sus preocupaciones son motivadas por los fantasmas del pasado que rondan ominosas por la mente de nuestros jerarcas políticos con el reloj atrasado. No han podido enterrar esos fantasmas en la más honda profundidad del pasado y no aciertan aún a vivir el presente sin rencor, en paz y confianza. Se muestran incapaces para conducirse a superiores metas de convivencia y reconstruir así la credibilidad social perdida en su capacidad y seriedad.
La experiencia demuestra que a pesar del meticuloso cuidado en la selección de un candidato, los mediocres serán siempre los más numerosos, y que por lo menos una vez por siglo algún insensato llega al poder. En tiempos de crisis, la administración bien organizada podrá seguir atendiendo a lo esencial, llenar el intervalo, y a veces demasiado largo, entre la imprudencia y la prudencia.
Me pregunto qué habría sido de la Transición sociopolítica al siglo XXI si en lugar del cuarteto formado por Fox, Calderón, “Peña” y López, los protagonistas hubieran sido Colosio, Diego, Cárdenas o Manlio, cabe otra pregunta, qué hubiera pasado si José Antonio o Ricardo, hubiera ganado en 2012?
Pero llegaron los peores. Todos ellos criticando la corrupción y despreciando la sucia política del PRI, sin dejar de lado alianzas y mecenazgos, los amigos de Fox y su patrocinador Lino Korrodi, financiamientos ilegales, la pareja presidencial y su protagonismo, más la complacencia de un gobierno que entregó el poder, todo ello bajo un marco referencial de la LVI legislatura (de la cual fui integrante y reacio a una reforma que puso el poder en bandeja de plata al oportunismo) que fue responsable de la reforma política de 1996, y en efecto eso se confirma a partir de 1997. Y me niego a aceptar que la democracia haya nacido a partir de esa reforma.
Recuerdo haber saludado años después en un restaurante de avenida de la Paz al Lic. Fernando Zertuche Muñoz (QPD) quien había sido Consejero y Secretario Ejecutivo del Instituto Federal Electoral, acompañado del Lic. José Woldenberg quien había sido el presidente del IFE con el cual me presentó y les comenté sobre mi voto bajo reserva, sin dejar de reconocer su importante esfuerzo por dar certidumbre a los procesos electorales que les toco calificar.
Hoy reconocer el papel que juegan el INE y el TEPJF no significa aceptar que nuestro sistema actual sea impecable. Las reformas electorales de 1977 a 1996 promovieron avances que requerían los nuevos tiempos de México y la democracia, pero las de 2007 y 2014 resultaron negativas porque limitaron la libertad de expresión, introdujeron restricciones excesivas que abrieron las puertas al oportunismo, la reelección de verdadero pillos y la antipolítica.
Puede que ganar unas elecciones siga siendo una de las grandes emociones “de los caminos de la vida”, pero el brillo de esa victoria “no es como se esperaba”, se extingue ahora muy rápido para dar paso a la frustración. Ni siquiera presidir un gobierno autoritario es ahora algo tan seguro y poderoso “como lo imaginaban”.
La política siempre ha sido el arte del compromiso, pero ahora parece haberse convertido en el arte de impedir que se logren acuerdos. El obstruccionismo y la parálisis son rasgos cada vez más habituales en el sistema político, en todos los niveles de toma de decisiones, en todas las áreas del gobierno. Las coaliciones fracasan, las elecciones se celebran de acuerdo al calendario electoral y los <mandatos> que otorgan los votantes a quienes las ganan son líquidos y escurridizos.
Lo que hacen los políticos con el poder varía; pero la aspiración a poseerlo es el rasgo fundamental que tienen en común. Como dijo Max Weber hace un siglo: El que se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines, ideales o egoístas, o bien para alcanzar “el poder por el poder”, es decir, para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere. Pero ese sentimiento de prestigio es una emoción frágil. Y en estos tiempos, es cada vez más efímera.
Inicia el siglo XXI un mundo kafkiano para el proyecto histórico de la derecha democrática. Escenario de sinsabores para una formación política que luchó durante seis décadas buscando el poder, pero le llegó en el momento más inesperado y por vías insólitas una candidatura impuesta, una alianza incómoda y Fox nunca entendió lo que significaba ese triunfo electoral, no supo qué era la gobernanza (dinámica, compleja y diversa), como resultado, seis años perdidos.
Durante ese sexenio México llegó a extraer cerca de 5 millones de barriles diarios de petróleo, al precio internacional promedio de $100 dólares por barril; la abundancia petrolera llevó al país a un crecimiento económico sin precedentes. Pero su ineptitud fue evidente un gobierno sin brújula, resultado, inseguridad y corrupción creció. El “gobierno del cambio” no pudo con el paquete. El sexenio del cambio y la refundación de la República, como reiteradamente afirmó Vicente Fox se convirtió en un sexenio perdido.
La guerra de Calderón, su lucha frontal en contra del crimen organizado, pero se le cuestionó su falta de estrategia en esa lucha y su terquedad de mantener a García Luna al frente de la seguridad pública federal, le tocó paliar la crisis económica financiera de 2008 con más pena que gloria.
Durante seis años no se aplicó el término de gobernar: “gobernar puede entenderse como la totalidad de las interacciones en las que participan los sectores públicos y privados a fin de dirigirse al objetivo de resolver problemas de la sociedad y crear oportunidades, prestando atención a las instituciones que están a la vista en las áreas de políticas de bienestar social y son los contextos de estas interacciones de gobernar para establecer fundamentos normativos en todas las actividades”.
En el último año de Calderón, la economía del país creció 3,9 %, y la delincuencia organizada y la corrupción también crecieron.
Un candidato réplica de muñeco de pastel mal hecho, pero con el auxilio de la mercadotecnia ganó la elección en 2012 y arrancó con altas expectativas, pronto exhibió ineptitud, complicidades y corrupción.
Y la pobreza en México según datos del INEGI, paso de 53,3 a 55,3 millones de pobres representando el 42,2% en una población de 120 millones de habitantes. Un presidente acumulando riquezas impunemente, tres mil nuevos pobres diarios. Y la increíble fuga del chapo Guzmán.
Un gobierno ejemplo de impunidad y complicidad con un ex presidente inmensamente enriquecido que no aclara ni convence sobre donaciones, herencias, ni cómo acúmulo una fortuna que huele a corrupción. Sólo provocó la indignación de todos los mexicanos de bien que buscaron un candidato a la presidencia que castigara de acuerdo a la ley tales abusos y pusiera fin a la política del desorden financiero propicio para las estafas maestras, apoyado en la utopía neoliberal convertido en abandonos tranquilizadores del laisser – faire.
López Obrador quien como perredista, desde los tiempos de Fox imaginó la silla de águila al alcance de su mano, aprovecha la irritación de una clase media que repudiaba y repudia a “peña nieto” y la convence de que al votar por él se castigaría a todo un grupo de ladrones que estaban amafiados en un gobierno inepto y corrupto.
Esa promesa resultó atractiva para millones de votantes que estaban hartos de la corrupción, el cinismo, la impunidad y el decepcionante ejercicio de tres sexenios con tres depredadores. Aunque el PRI del pasado, adolecía defectos innegables, su desaparición implicó la pérdida de importantes reservas de conocimiento y talento muy especializado que no ha sido fácil que reproduzcan los grupos políticos o hasta los carismáticos individuos que los reemplazaron. Muchas de esas atractivas <<caras nuevas>> que reemplazan a los partidos políticos y a los líderes de siempre, suelen ser lo que el historiador suizo Jacob Burckhardt llamo <<terribles simplificadores>>, demagogos que buscan obtener el poder a base de explotar la ira y la frustración de la población y mediante promesas atractivas pero <<terriblemente simples>> y, en definitiva engañosas.
Pero esa clase media desconocía lo que revela el periodista Alejandro Aguirre Guerrero (El Universal 19/08/2021) El telefonazo de 29 de Julio entre AMLO y EPN. Siete minutos de conversación donde se pone de manifiesto una aparente tranquilidad entre ambos. Lo malo del poder es que da una sensación irremediable de impunidad. En política los secretos son susurros y los susurros no permanecen secretos, se olvidaron que los secretos son ánforas huecas.
Y accedió a la silla del águila “Protestando Guardar y hacer Guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República”. Aun así, se ha gobernado sin sentido de Estado, bajo un sello, la ausencia en pro de un bien superior: la democracia en favor de la República. Y se ha instalado un gobierno unipersonal, que desconoce la división de poderes.
32 meses han pasado, el país con una población económicamente activa de casi 57 millones, hay 15 millones sin acceso a la salud, entre 2018 y 2020 hubo un incremento de 3.8 millones de personas en situación de pobreza, un aumento del 41.9% al 43.9% 55.7 millones, la percepción sobre inseguridad es creciente, hay escasez de medicamentos, reducción de recursos para la salud, educación, el campo, la ciencia, la tecnología, el número de muertes causadas por pandemia o por delincuencia crece.
Cada quien con su leyenda y su camino, pero estamos hartos y hablamos de antipolítica en relación con las manifestaciones de indignación contra la corrupción, los escándalos, la dilapidación del dinero público y su malversación con fines clientelares; contra la ineficiencia del control ético sacada a la luz de la administración pública en la mayoría de los casos. El efecto de todo ello no podía ser otro que un profundo sentimiento de ultraje, seguido de un alejamiento de la política con una sensación de náusea y de repudio. Porque todos al llegar al poder han contado con aliados, cómplices codiciosos.
El papel primordial del Estado es imponer el orden; si falla a la hora de cumplir con ese cometido, se convierte en un <<Estado fallido>> (nótese que no hay ninguna otra razón para que un Estado reciba ese calificativo de <<fallido>>. El cómo alcanzar ese calificativo es, sin embargo, una cuestión controvertida. Pero los hechos lo hacen evidente.
En la práctica, el monopolio de la fuerza se condensa en la potestad de los órganos gobernantes del Estado —comoquiera que estos se seleccionen, se afiancen y legitimen su derecho a imponer disciplina a sus súbditos— para trazar la línea que separa la coerción (la violencia legítima) de la violencia sin más (la coerción ilegítima). La primera se aplica en el mantenimiento de la ley y el orden, una labor que incluye principalmente la eliminación de la segunda, cuyas manifestaciones concretas se clasifican como actos de violencia. Éstos son ilegales y, por ese mismo motivo, se presupone que alteran y minan el orden.
Inmersos en la utopía transitamos bajo un modelo de desarrollo en el cual se incluye las remesas enviadas por 40 millones de mexicanos a nuestro país que ascienden a más de 40,000 millones de dólares y seguramente para 2021 será superior esa cifra, bajo ese modelo se incluye un amplio sistema de tarjetas de subsidio a grupos vulnerables de una población clientelar que incluye adultos mayores, madres solteras, becas para jóvenes que significan una derrama anual de 400,000 millones de pesos, (equivalente a 20,000 millones de dólares) pasando por alto que dilapidar las arcas públicas no genera riqueza.
De acuerdo con estudios elaborados por organismos financieros internacionales consideran el crecimiento de la economía como una condición indispensable, aunque no la única, para reducir la pobreza. Pero bajo ese mundo kafkiano no se protegió a los trabajadores víctimas de la pandemia cuando involuntariamente perdieron su empleo, fueron obligados al retiro de su precario fondo de pensión. Una de las principales razones de la desesperación de quienes perdieron su empleo o su pequeña empresa a causa de la pandemia, procede, en realidad, de que el Estado los abandonó ante el infortunio y sus consecuencias, y que lo ha replicado en cierto número de sectores de la vida social que le correspondía y de los que se responsabilizaba ese Estado.
La historia social enseña que no existe política social sin un gobierno social capaz en gestionarla y que no es el mercado, como se intenta hacer creer actualmente, sino es el gobierno quien puede socializar la economía de mercado, a la vez contribuir enormemente a su eficacia.
Esas remesas que se publican como orgullo del gobierno, debiera hacernos reflexionar ya que demuestra que por muchas décadas, diferentes gobiernos no han sido eficientes para dar empleo digno a millones de trabajadores mexicanos, ni para combatir desigualdad y pobreza.
No importa la ceguera ante la historia responde a la vieja frase de Groucho Marx: ¿A quién va a creer? ¿A mí o a lo que ven sus ojos?
El liderazgo es un talento muy especial: la particularidad del talento consiste en que, para influir decisivamente en los demás a través de la credibilidad, es importante la verdad en el discurso, no estamos hablando de un demagogo, ser jefe, es ganarse la confianza y el compromiso de los demás, empezando por la autocrítica del liderazgo. “La base de la política es la credibilidad y para mantenerla, si tienes conciencia de que te has equivocado, debes reconocer el error”.
¿Nos interesa la verdad? ¿Tiene alguna importancia?….donde la ignorancia es una bendición es una locura estudiar.
Moralmente es tan malo no querer saber si algo es verdad o no, siempre que permita sentirse bien, como lo es prostituirse, no querer saber cómo se recibe el dinero siempre que se consiga es vender artículos robados, bajo la disculpa de trabajar en un prostíbulo.
Todo ello tiende al mismo perfil psicológico; la inmediatez, la “efimerización”, la mentira, el rencor con los lazos del hombre, con las cosas que le rodean, así observamos una misteriosa y terrible estampa y una pretendida trasparencia oscura y desdibujada. Ese vicio nacional, el resentimiento de un rey mezquino con su corte de enanos envidiosos.
La propensión de los líderes políticos siniestros a sus “verdades” fantasiosas y sus creencias incuestionables, es potenciada por la abyección de sus vasallos y la obediencia ciega al dueño de esos caprichos. Pero son inocultables los errores.
Uno de los ejemplos más extremados del capricho es querer un teatro en que la variedad llegue al máximo, y poder presentar cualquier cosa, desde una comedia corriente a una asamblea política, pasando por una canción en una sala de prensa, desde una exhibición de danza hasta un combate de lucha libre..… y, de ser posible todo al mismo tiempo, zona de capricho total. Resultado de ello un plan fantástico en el palacio de la risa, para una pieza teatral multimodal de duración efímera, solo una silueta deslucida proyectándose contra la realidad, pretende sobrevivir a la posteridad en ese “Palacio de la Risa”, visiones fantasmales convertidas a capricho en una supuesta realidad. Y pensar que bajo este guion se escribe una opereta en que se nos informará iniciando septiembre con la frivolidad musical debida, que lo que vemos, escuchamos y padecemos son otros datos.
Las personas que sufren el costo de las políticas caprichosamente erróneas-principalmente trabajadores y clases medias -debieran tener la oportunidad de participar en la definición de la asignación de los costos de ajuste entre los distintos grupos sociales. Una aplicación efectiva de los principios básicos de la democracia postula que las personas afectadas por las decisiones económicas no sólo merecen ser escuchadas, sino que efectivamente “tengan un puesto en la mesa de decisiones“. Es frecuente la ausencia de opinión de los afectados por lo que “deciden” con una secuela indignante de víctimas.
Las clases medias —vectores fundamentales del crecimiento y de los equilibrios sociales— han perdido la confianza en seguir progresando e incluso temen volver a la pobreza, lo cual ha erosionado su apoyo a las instituciones democráticas. El terreno ha quedado despejado para que prosperen líderes populistas carentes de experiencia en gobernanza que, tanto desde la derecha como desde la izquierda, han arremetido contra libertades civiles y el imperio de la ley.
El mundo del trabajo se ha visto profundamente afectado por la pandemia. Además de la amenaza que supone para la salud pública, el trastorno económico y social amenaza los medios de vida y el bienestar a largo plazo de millones de personas.
De no emprenderse una acción inmediata, la economía global se arriesga una vez más a que la recuperación sea frágil y desigual, exacerbada por políticas de austeridad y marcada por el trabajo precario, un elevado desempleo e incertidumbre económica. Cientos de millones de trabajadores y trabajadoras, tanto en la economía formal como en la informal, han perdido empleos, horas de trabajo e ingresos.
Deberíamos comenzar reconociendo que desconocemos cómo calificar y qué hacer en una crisis de estas características. Me da la impresión de que quienes menos van a aprender de esta crisis son quienes se saben dueños de la verdad y que lo tienen todo claro. No han entendido que la humanidad se enfrenta a una crisis que sobrepasa su conocimiento poniendo de manifiesto lo poco que sabemos en relación con catástrofes que son consecuencia de acciones concatenadas, interacciones fatales y debilidad en gobernanza en el plano global y (nacional), cuando ha tenido lugar un cambio de paradigma y seguimos bajo la rutina de viejas ocurrencias.