La fisonomía, era como su carácter: Recia.
Dueño de un talante rígido. De hablar crudo. Directo. Sin rodeos y, siempre, con la mirada fija en el interlocutor.
Mira Gallo, deslizó con una voz firme, quien te evada o esquive la vista mientras te habla, es que algo esconde.
Los ojos, dijo mientras con manos ásperas hacía movimientos que parecían querer atrapar lo ausente, son la puerta de la verdad.
Por eso a la gente, a los compas y a los hombres que gastan su vida trabajando, hay que dialogarles y discutirles sin esconderse.
Los trabajadores siempre quieren la verdad, no que les mientas o les fabriques cuentos para dormirlos y abusar de su confianza.
Quien habla es Alfonso G. Calderón.
Alfonso Genaro Calderón Velarde. Hombre de lucha, incansable luchador, impulsor de la educación a pesar de ser carente de ella.
Egresado, con los máximos honores, de la Universidad de la Vida.
Fue tesorero, oficial del registro civil y presidente municipal de Ahome, Sinaloa. Diputado Federal, Senador de la República y gobernador de la entidad, aunque su acta de nacimiento dice que nació Calabacillas, Chihuahua.
Nunca negó su origen humilde. Prueba de ello, como lo relataba con un orgullo desbordante que contagiaba: “llegué a Los Mochis a batir el lodo con los pies descalzos”.
La clase trabajadora, Gallo, se refugia en sus dirigentes para obtener ayuda, no para que se burlen de ellos.
Don Alfonso, que fue subsecretario de Pesca en el gobierno del presidente Miguel de la Madrid, confesaba con franqueza que derivaba en la ternura: Partirse la madre para sostener a una familia, es digno de reconocimiento.
La gente honrada, agregó, piensa en que sus hijos no tengan padecimientos ni limitaciones. Se talla el lomo para verlos felices.
Dirigente en la Federación de Trabajadores de Sinaloa, tuvo el propósito de reivindicar a los obreros.
Fue cetemista a carta cabal, lo que le permitió un acercamiento con don Fidel Velázquez, quien le profesó una amistad inquebrantable. A prueba de todo y de todos.
Alfonso G. Calderón era un orador nato. El carisma, que se convirtió en su mejor aliado para conversar con los obreros, era un arma letal para desterrar los engaños y la manipulación de quienes confiaban en él.
Fiel a sus principios para defender y encabezar las causas sociales, sostenía que el engaño es el arma que utilizan los cobardes.
A ellos, Gallo, la vergüenza les incomoda. Les gusta vestir con elegantes trajes de mediocridad hechos a la medida y con miedo de perder lo que no lograron ganarse con el sudor de su frente.
Áspero como era, Calderón Velarde, solía llamar a las cosas por su nombre. Sin disimulos y sin lenguajes que evadieran la realidad.
¿Cómo gobernó Sinaloa, don Alfonso?
Con sentido común, Gallo, sin pretensiones de querer inventar el hilo negro. Mi gente, los sinaloenses, no querían un gobernador de lujo. Eligieron un gobernador que resolviera, no que anduviera faroleando.
Y vaya que lo consiguió.
Durante su administración ese hombre que entre sus habilidades incluía la terquedad y que fue ayudante de electricista en la United Sugar Company, conocida luego como la Compañía Azucarera de Los Mochis, S.A., tuvo logros que todavía están presentes.
Una obra material y social que perdura. Construyó el palacio de gobierno, que costó más de mil millones de pesos de aquellos que valían. Además del recinto del Supremo Tribunal de Justicia y la zona más pobre, un nuevo conjunto comercial.
Levantó en Culiacán un centro de cultura y bellas artes: el DIFOCUR, que alberga todas las expresiones de la inteligencia sinaloense.
Con el concurso solidario de todas las clases sociales de Sinaloa y la inversión directa del gobierno del Estado construyó el Hospital del Niño DIF, con un costo de 100 millones de pesos.
Un centro hospitalario moderno, dotado de gimnasio, auditorio, centro de capacitación técnica para la mujer, farmacia, centro de desarrollo infantil, centro de rehabilitación terapéutica, escuela de educación especial, taller de costura y oficinas administrativas.
También fue deportista. Un buen lanzador de Béisbol, formando parte de la selección Mochis de la 12 de octubre.
Alfonso G. Calderón dejó de existir el 14 de Abril de 1990. El recuerdo que se tiene de él, es el de un político fuera de serie cuyas enseñanzas están presentes por su honestidad, carácter y pasión por Sinaloa.
El Gallo dejó de aletear, pero todavía se escucha su canto.