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Memoria Fresca

Corto de estatura, pero magno de talento político.

Fácil de palabra, elocuente. Con enorme habilidad oratoria.

Así era Manuel Ramos Gurrión.

En la política, mi querido Evaristo, hay valores irrenunciables:

Disciplina. Lealtad. Conocimiento. Preparación. Sabiduría. Entendimiento. Dignidad.

¿Y qué no debe tener un político?

Simulación, engaño, perversidad, traición,  falsedad, ingratitud, bajeza, indignidad, hipocresía.

Veracruzano de nacimiento, fue diputado local, diputado federal, senador de la República, delegado del Partido Revolucionario Institucional en diversos estados de la geografía nacional.

Una de sus especialidades, “Jilguero” (orador) de campañas políticas, le dio prestigio y oportunidades para mantenerse activo en lo que era su pasión.

Manuel era hábil en su trato con la jerarquía del poder.

Una demostración atestiguada por quien hoy narra la anécdota, tuvo lugar en Mérida, Yucatán.

Miguel de la Madrid Hurtado era candidato presidencial del PRI y Ramón Gurrión delegado de ese partido en la entidad.

Formado en una fila para saludar a quien meses después sería Presidente de México, el nacido en Coatzacoalcos le dijo al oriundo de Colima:

Señor candidato ya en una ocasión recibí su calificación para obtener mi título de abogado. Usted formó parte del jurado ante quien presenté mi examen profesional. Espero tener una segunda aprobación.

Y la tuvo.

Ramos Gurrión fue incluido en las listas de candidatos a Senadores.

Manuel fue dirigente juvenil. Ocupó diversas carteras, incluida la dirigencia estatal de su partido y otras responsabilidades a nivel nacional.

Chaparrito, de piel morena y fácil sonrisa, fue un hombre que hizo de la política un proyecto de vida eficaz.

En una charla informal en la década de los 90 del siglo pasado, se deslizó el comentario:

Por qué no llegaste a gobernador, que era tu sueño dorado.

Sin vacilaciones, pero con picardía, expresó:

Porque no era para mí.

Estuve cerca, tan cerca como estuve del mar, pero no pude bañarme en esas aguas. A lo mejor porque no sabía nadar.

Y tras una larga, abundante carcajada, con seriedad agregó:

Son los tiempos, hay que saberlos interpretar y conjugar.

El PRI, mi querido Evaristo, me ha permitido ser representante y gestor de mi pueblo. He podido estar en contacto y solucionar problemas de la gente que me ha dado su voto.

No puedo renegar ni ser mal agradecido con quien ha posibilitado que pueda servir.

Renegar, sería una infamia. Una burla y una estafa, palabras que no aprendí en una larga trayectoria que el PRI me formó.

Ya inmerso en esas reflexiones, Manuel Ramos Gurrión dijo:

Nunca podría apostarle a la traición ni a la intriga para justificar una decisión que tomaron quienes con seguridad encontraron a la persona que tenía cualidades para llegar al cargo.

Jamás podría ser malagradecido con quienes analizaron el momento y consideraron que yo no tenía el perfil.

Manuel fue un hombre de origen humilde. Precaria su niñez. Estudió para taquígrafo y con el tiempo se convirtió en egresado de la Facultad de Derecho.

Jun con Miguel Osorio Marván, Jorge Montufar Araujo, Mario Vargas Saldaña, Salvador Valencia, Alberto y Jorge Uscanga, Fidel Herrera, Carlos Armando Biebrich, Demetrio Ruiz Malerva y muchos más, conformaron un enorme grupo de oradores.

Pocos recuerdan que Ramos Gurrión fue sindicalista. Perteneció al Sindicato de Comunicaciones y Transportes y que de ahí salió para participar en la campaña de Fernando López Arias quien llegó a gobernador del estado de Veracruz.

Hombre agradecido con la vida, Ramos Gurrión recurría a la broma para referirse a su baja estatura:

Mejor, porque si fuera más alto sería un grande costal de mañas.

Y vaya que las tenía para operar políticamente.

 

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