Opinión

ANÁLISIS SOCIO POLÍTICO | Ciudadanos

El trabajador fue desde entonces un objeto de vigilancia y posible castigo, pero también se convirtió en un ciudadano protegido contra la esclavitud

 El desarrollo capital—trabajo, colocó al trabajador asalariado en relación con el Estado, mediante leyes contra la vagancia, leyes para pobres, supervisión de la organización laboral, reglas para fijar el salario, jornada de trabajo, y la regulación o represión de la acción colectiva.

La propia noción de trabajo existía como fuerza de trabajo anónima, que estaba a la venta en el mercado en lugar de estar abrigada en relaciones sociales complejas, y también estableció una relación individual con el Estado.

El trabajador fue desde entonces un objeto de vigilancia y posible castigo, pero también se convirtió en un ciudadano protegido contra la esclavitud. Con la desaparición del artesanado y la llegada de la revolución industrial, los Estados se preocuparon cada vez más porque la explotación sin medida podía producir una clase social peligrosa.

Las élites tomaron diferentes medidas —algunas represivas, otras inclusivas— para definir, prevenir y canalizar las potenciales acciones de justicia y libertad en los trabajadores.

El concepto de ciudadano, definido como la forma en que actúa la gente, tendía a hacer desaparecer al trabajador —como cualquier otra categoría social— dentro de la ciudadanía, incluso en su forma más general y débil, entrañaba la membresía a una unidad política como un todo. Esto representó un reto para los líderes de los movimientos de trabajadores: ¿debían movilizar a los trabajadores sólo para defender  sus intereses particulares o en el nombre del interés general?

En realidad representó un dilema que está vigente de nuestros días: si hay que ver el cuerpo político como una asociación de individuos o como una entidad socialmente compleja en la que diferentes partes se posicionan de manera distinta. El desarrollo del capital—trabajo, por lo tanto, elevó atenciones particulares en las políticas de ciudadanía como concepto de realización de reclamos.

La ciudadanía es la interconexión de las personas y también con instituciones de gobernanza. Esta doble relación es la razón por la cual la ciudadanía al contrario de lo que sucede con otras formas de articulación de afinidades u otra forma de conexión con un gobernante es un puente importante. La ciudadanía es más que un simple sistema de inclusión y exclusión, la ciudadanía tiene un gran poder de conectividad.

Los reclamos de los ciudadanos con el fin de alcanzar un rango de beneficios sociales para la colectividad pueden ser adelgazados, dejando a la ciudadanía con un mínimo de protecciones legales para un individuo abstraído erosionando las nociones de bienestar social y de acción colectiva para mantenerlo. Y eso presumiblemente está pasando.

Las unidades y las instituciones que definen la pertenencia y sus beneficios son por sí mismas el objeto de la realización de reclamos. La historia que vinculó la ciudadanía a una forma específicamente nacional es corta y fue experimentada en la mayor parte del mundo durante la última mitad del siglo XX, relacionada incluso con organizaciones internacionales y nacionales superpuestas, formando grupos diferenciados de ciudadanos.

Que los derechos pueden articularse y defenderse en diferentes ámbitos abre la posibilidad de reclamarlos en diferentes jurisdicciones, tal vez escapando de la tiranía de la mayoría o del conformismo de un grupo minoritario.

Que la gente en algunas situaciones históricas reclame derechos de manera exitosa puede animar a otros a hacer lo mismo y a fomentar el reconocimiento mutuo de comunidades portadoras de derechos.

Construir es colaborar, es la búsqueda del bienestar, imprimir una marca humana en un paisaje que se modificará así para siempre; es también un contribuir a ese lento cambio que constituye la vida de las ciudades.

Cuantos afanes para encontrar el emplazamiento exacto de un puente o una torre, para dar una ruta de montaña a la curva más acentuada, pero que deberá ser al mismo tiempo la más segura….. hoy esos restos del derrumbe de un puente mal construido son material que lentamente vuelve a la tierra de la cual ha nacido y cuyo lento desmoronamiento e imperceptible desgaste no fue corregido por negligencia.

Un puente no colapsa cuando la carga que sostiene supera la fuerza promedio de sus tramos; el puente colapsa mucho antes, cuando el peso de la carga sobrepasa la capacidad de soporte de uno de sus tramos: el s débil. La “capacidad de carga promedio” de los pilotes y los estribos es una ficción estadística que tiene nulo o escaso impacto en la utilidad del puente, del mismo modo en que no se puede calcular cuánto peso resiste una cadena por la “fuerza promedio” de los eslabones.

Calcular promedios, fiarse de ellos y usarlos de guía es la receta más segura para perder tanto el cargamento como la cadena que lo sostiene. No importa cuánta fuerza tienen en general los tramos, los pilares y los estribos: el tramo más débil es el que decide el destino del puente entero.

A estas verdades simples y obvias recurren los ingenieros profesionales y experimentados cada vez que diseñan y prueban estructuras de cualquier tipo. También las recuerdan al dedillo los trabajadores, técnicos y supervisores responsables del mantenimiento de las estructuras ya instaladas: en una estructura que recibe los cuidados y controles debidos, los trabajos de reparación suelen comenzar apenas la resistencia de al menos una de sus partes cae por debajo del requisito mínimo de seguridad. Se dice “suelen”…. pero lamentablemente estas reglas no se aplicaron en las estructuras del puente colapsado.

Es lo que ocurrió con las reglas que, por una u otra razón, fueron pasadas por alto —como diques sin mantenimiento, el puente irresponsablemente se descuidó y colapsó, como aeronave que reparada con desidia se accidenta, como  edificios residenciales o públicos donde los inspectores se hicieron de vista gorda y se derrumbaron—, nos hemos enterado cuando se ha producido la tragedia: cuando llega la hora de contar las víctimas humanas por negligencia y los exhorbitantes costos financieros de las reparaciones, indemnizaciones y peritajes a modo.

Pero hay una estructura que supera con creces a todas, en el grado en que estas verdades simples, dictadas por el sentido común, se olvidan o suprimen, se ignoran, se subestiman o incluso se niegan de plano: esa estructura es la sociedad. Y esa sociedad como ciudadanía habilitada reclama castigo ejemplar a los y las responsables de una cadena criminal de negligencias que no puede caer en un peligroso limbo. ¿Quien ha sido el responsable de que el puente de la estación olivos se haya colapsado? ¿Austeridad? el ahorro salió caro; ¿Corrupción, negligencia?  una mezcla demasiado cara.

¿Que quedó de tanta ineptitud y negligencia? Restos aún tibios del contacto con los cuerpos a los cuales se les arrebató la vida; manos que ya no existen quizá acariciaron los fustes de esas columnas, y como el ladrillo eterno, que sólo muy lentamente vuelve a la tierra de la cual ha nacido y cuyo lento desmoronamiento e imperceptible desgaste se cumplen de modo tal que los restos del puente seguirán siendo montaña aún cuando haya dejado de ser visiblemente un puente o una fortaleza, un circo o una tumba. La verdad que expondrán los “expertos internacionales” no será particularmente escandalosa, o bien lo será en la medida en que toda verdad es escándalo.

Todo gobernante a su manera ofrecen servir a la sociedad, algunos lo han logrado otros no, pues es evidente que aún con todo el poder no son infalibles. Juzgar la vida de un hombre o mujer en especial como gobernante que ha decidido la suerte de millones, que ha salvado a una ciudad o al país entero o lo ha sumido en la discordia y la tragedia, las pequeñas virtudes o pequeños vicios cuentan muy poco.

Los actos insignificantes para bien o para mal sólo son importantes en conjunto, un gobernante puede haber cometido graves errores, pero si ha llevado a su país más alegría que tristeza, más avance que retroceso se le debe juzgar con benevolencia, por otra parte, a un gobernante puede atribuírsele actos encomiables, sobresalientes, pero si ha frenado la prosperidad y el progreso, si ha engañado, la historia no lo absolverá de esos pecados; por consiguiente, lo que realmente cuenta es el saldo y lo que decide es la balanza; si se pesan las buenas y malas acciones de un gobernante y al final el fiel es a favor, todas las demás imputaciones que se le hagan serán subjetivas, emocionales e improcedentes.

Toda creación humana que aspire a la eternidad debe adaptarse al ritmo cambiante de los grandes objetivos. Nuestro país nunca fue una aldea pastoril, los tiempos de caudillos en parte ya es pasado, el México bronco cumplió su misión…..

El México de hoy debe escapar de su secuestro, bajo estas palabras que son sentencia: Estado, República, Constitución, Ciudadano, y llegar a configurar una inmortalidad institucional para las siguientes generaciones, dejando atrás a los grupos ineptos, incultos, resentidos, codiciosos, al montón de estiércol perverso y sin destruir nada respetando el pasado, buscar la unidad de una conducta humana racional ajena a la conducta parasitaría irracional, congratularnos que nuestro pasado fuese lo bastante amplio para proporcionarnos ejemplos, sin aplastarnos con un exceso de peso; de que el desarrollo del país fue un hecho, sin abrumarnos con necedades inútiles; de que nuestra historia, artes y culturas, árboles fatigados ya por la abundancia de sus dones, son todavía capaces de dar algunos frutos deliciosos.

Toda intransigencia o todo rito salvaje no nos puede alejar de los más antiguos  sueños del hombre, tampoco de la visión racional de la conducta humana para recordar que aquellas palabras de Humanidad, Libertad y Felicidad no hayan sido todavía devaluadas por el exceso de la zoo- verborrea del reino animal.

Como señaló Aristóteles hace dos milenios y medio, no se puede sobrevivir—fuera de una “polis”, puntualizando: solo los Ángeles y las bestias pueden existir fuera de una polis. Seguramente Sócrates compartía esta opinión, porque como no era ángel ni bestia, prefería beber una copa de cicuta antes de ser desterrado de Atenas perdiendo la ciudadanía.

Tomemos nuestro lugar en la serie de encarnaciones guerreras del Marte eterno, que de siglo en siglo vienen a trastornar y a renovar el mundo. De pie en el balcón de la historia, medir nuestras diferencias: y para fines más serenos. Empezar a soñar con restaurar la soberanía Republicana.

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