Al paso de su larguísima campaña por la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador prometió que haría crecer el Producto Interno Bruto de México al seis por ciento anual, luego de criticar el bajo crecimiento en los gobiernos que lo antecedieron.
Sus seguidores –y hasta quienes no lo eran- creyeron en sus palabras, pues aunque veían muy difícil alcanzar esa meta, confiaron en que al menos mantendría lo que logrado en los últimos años, pero con la diferencia de que habría un mejor reparto de la riqueza.
Bueno, pues no tuvo que pasar ni un año para que esas promesas dejaran de ser viables; desde el primer año el crecimiento estuvo por debajo del cero por ciento, y lo que se viene para los siguientes es una caída de proporciones catastróficas.
Como desde el principio se dio cuenta de que no había forma de mantener el crecimiento económico aunque fuera al mínimo, e incluso todas las calificadoras pronosticaban la peor caída del país en los tiempos recientes, López Obrador echó mano de sus mañas.
Se le ocurrió que la mejor forma de medir el bienestar de un país ya no será por el PIB, sino por la felicidad de sus habitantes. Que incluso propondrá a las demás naciones adoptar este tipo de medición productiva.
Quienes todo le aplauden se manifestaron extasiados ante tan fulgurante idea, la defendieron –como el caso e Claudia Sheinbaum y otros integrantes de la 4-T, aunque nadie de ellos la supo explicar.
¿Quién y cómo medirá la felicidad de los mexicanos, partiendo desde el simple concepto que lo que hace felices a unos no lo hace con otros?
Es muy fácil saberlo, basta con preguntar al vecino, al compañero de banca o de oficina cómo concibe la felicidad, para entender que los parámetros son muy distintos.
¿O cómo convencer a los inversionistas extranjeros que no importa que las calificadoras y los organismos financieros internacionales digan que México no es seguro para los negocios, que de todos modos traigan sus capitales al país porque somos un pueblo feliz?
Alguien se imagina a los accionistas de las empresas aceptando arriesgar su dinero porque la 4-T diga que en México todos son felices con un par de zapatos, dos mudas de ropa y un cochecito modesto, por lo que casi toda la familia debe viajar en micro o en Metro.
Porque seguramente eso hará felices a todos los ciudadanos, pues es muy placentero el transporte público, con sus asaltos, aglomeraciones, olores y manoseos.
Para qué quieres un buen auto o una camioneta; un viaje a la playa o una casa con un jardincito, eso es para los neoliberales y conservadores. O sea, eso está mal, no lo hagas y mejor busca la paz espiritual que da la pobreza.
La propuesta de El Peje ni siquiera es original, pues de hecho en varios países ya existen otros tipos de mediciones alternas el PIB. La diferencia es que son complementarias y se instauraron cuando sus economías iban bien, no cuando eran un desastre.
En el caso de este gobierno, quiere implementar una nueva medición –basada en el bienestar y la felicidad- porque su proyecto económico se fue a pique tan luego arrancó la administración.
Lo que el tabasqueño quiere es fabricar su propio “indicador económico”, medir sólo lo que a él convenga y poder hablar de éxitos, no de fracasos. El manejo de estas mediciones mostraría exclusivamente datos positivos de su gestión.
Cierto que el PIB sólo mide el valor, expresado en pesos, de lo que produce un país en determinado periodo de tiempo. No mide el humor social que producen esos números ni la forma cómo se distribuyen los recursos.
Pero incluso en México ya desde los gobiernos “neoliberales” de Felipe Calderón y Enrique Peña, el Inegi había incorporado en unos de sus indicadores la medición del bienestar, que pudieran servir para la toma de decisiones.
En Francia ni se diga, pues allá su gobierno incluso creó la Comisión para la Medición del Desarrollo Económico y el Progreso Social, que finalmente elaboró recomendaciones sobre el camino que deberían tomar las decisiones económicas.
Sí, pero todas a la par del PIB, como complemento a las estadísticas con los que se mide el progreso de las naciones y las sociedades.
En México quizá sería de utilidad si se propusiera la creación de una comisión similar, integrada por especialistas de todas las ramas y con una visión plural, no por los gatilleros del propio gobierno, como sugiere López Obrador.
Esto para evitar que una nueva forma de medir el progreso se haga sólo por capricho de un gobernante al que no le están saliendo bien las cosas, o para tapar los focos rojos y que no vayan a evidenciar que está fracasando.
Como quiera, con todo y una nueva unidad de medida, el PIB no puede dejarse de lado como medición, pues es en el que los hombres de dinero se basan principalmente para tomar decisiones sobre a dónde mudar sus capitales.
Eso de que “íbamos muy bien antes de la pandemia” es una gran mentira, y si el gobierno de la 4-T quiere cambiar el tipo de medición de su economía es porque no sólo le fallaron los números para cumplir sus promesas de campaña, sino porque se va a pique.
Lo paradójico es que sus integrantes criticaron tanto a los gobiernos anteriores e incluso dijeron que con Peña Nieto el país se iría al despeñadero… pues no, no fue con él, es con esta administración con la que México se está yendo.
Por eso es una desvergüenza que, ante lo mal que lo está haciendo, el gobierno invite a la población a ser pobre, a conformarse con poquito, en lugar de motivarla a vivir en mejores condiciones y a ser mejores.
Si en realidad El Peje buscara la igualdad, debería impulsar que todo mundo tuviera más y no que a todo mundo le vaya mal para ser iguales.
Pero ni hablar, aunque sientan que se los está cargando el payaso, los fans del tabasqueño deberán aprender a sonreír y a ser felices al memento de que los midan, para no contradecir el gran proyecto del presidente.