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Memoria fresca

Para escuchar las palabras pronunciadas con esa voz que amenazaba en convertirse en un secreto, había que estar atentos.

Como coloquialmente se dice, parar oreja.

Porque las frases estaban acompañadas de tal sutileza, que parecían transformarse en un silencio de complicidad.

Mire, espetó la menuda voz, en política hay secretos que uno debe llevarse a la tumba.

Y sin duda, muchas fueron las confidencias que Emilio M. González atesoró en su larga trayectoria.

Emilio Manuel González Parra, nativo de Ixtlán del Río Nayarit, era su nombre completo.

Vivió 85 años. A plenitud. Hizo del sindicalismo y de la política, las actividades que le dieron la razón de ser.

Durante la conversación, se le había inquirido cuál era el mayor pecado que había cometido en sus tareas de concertación. Como líder obrero y como legislador.

Hermético como era Don Emilio, así le llamaba la mayoría de personas que tuvieron trato con él, miró primero al techo. Se frotó las manos y con una sonrisa socarrona, hizo gala de su experiencia:

Tendríamos que sentarnos a platicar largamente, para hacerle algunos relatos de todo lo que he vivido. Pero no tenemos tiempo. Usted tiene que irse a trabajar y yo a resolver unos pendientes.

Era un comportamiento bromista, acompañado de un ademán que significaba desdén y se convertía en coraza para no abrir el baúl repleto de anécdotas y hechos difíciles que le tocaron vivir.

Don Emilio encuadraba en el esquema de que no siempre las definiciones de los eruditos del lenguaje son las mejores.

Hay ocasiones en que se quedan cortas o algunas en las que son contrarias al pensamiento y al sentimiento. Era un hombre parco, con una sobriedad difícil de romper.

Para no desilusionar a su interlocutor, hizo una deliberación a la que le dio el tinte de confesión, pero que más bien era un pasaje cargado de nostalgia, de melancolía pero no de tristeza.

Por el contrario, la profunda mirada se cargó de una expresión que bien podría haber sido la de un chiquillo de cometió una travesura.

La reminiscencia fue ligada a su pubertad. Cuando fue empleado de la Oficina de Telégrafos en su lugar de origen: Ixtlán del Río.

Ahí mismo le nació el gusanito de lo que marcaría toda su vida.

Emilio, de apenas 13 años y sin el Don que décadas después llevaría como parte de su personalidad,  mostró su inquietud y vocación por la vida social y política.

Tenía semanas de haber sido contratado y organizó una huelga de trabajadores de la oficina de telégrafos, por lo que consideró injustas condiciones laborales.

Evocación del pasado que la hace presente al desempeñarse como líder obrero y presidente de la Gran Comisión en la Cámara de Senadores durante las LV-LVI Legislaturas.

Era el punto de partida a una larga trayectoria. Porque cuando tenía 15 años y después de haber participado en diversos actos de protesta, lo mandaron a Magdalena de Quino, Sonoroa.

Ahí también  organizó a los telegrafistas y los movilizó para estallar una huelga.

En lo que parecía un castigo, lo suspenden de su trabajo y se le envía a la Ciudad de México al sindicato nacional de trabajadores telegrafistas.

Llegó a una tarea que le permitió iniciar formalmente su carrera como sindicalista y, de manera complementaria, a la política. Fue diputado federal a los 21 años de edad.

En síntesis, ocupó la secretaría general del Sindicato de Trabajadores de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Luego secretario general de la Federación de Trabajadores de Nayarit de 1938 a 1979.

Se desempeñó como diputado local de 1945 a 1948, diputado federal en cuatro ocasiones: a la XLI Legislatura en 1949-1952, la XLVII en 1967-1970, la XLIX Legislatura en 1973-1976 y a la LI Legislatura en 1979-1981.

Tres veces Senador de la República: 1952-1958,1970-1976 y 1988-1994; secretario de acción política de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en 1979 y Gobernador Constitucional del Estado de Nayarit de 1981 a 1987.

Cuando la conversación que da margen a este relato, era líder de la mayoría en el Senado de la República y, por tanto Presidente de la Gran Comisión del Senado de la República.

Además, a la muerte de don Fidel Velázquez, lo designaron Secretario General Sustituto de la CTM. Murió en marzo de 1997.

Y los secretos que no se atrevió a revelar, se los llevó a la tumba.

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