Con la puerta abierta

Alguien miente

Nadie que se encuentre inmerso en la política mexicana, podría reducir la enorme figura que significa Porfirio Muñoz Ledo.

Pero, también, sería inútil querer ocultar que es el ave de las tempestades.

Un personaje controvertido, polémico y que suele dar material suficiente para entender que rápidamente viaja del cielo a los infiernos.

Es evidente su inteligencia, que tiene grandes recursos oratorios, unan inmensa cultura, una inteligencia magistral y una mente privilegiada.

Sus dotes de tribuno, en donde hace gala de metáforas y contenidos que no tienen desperdicio, son elocuentes.

Sin embargo, se obstina en hacer públicos sus deméritos.

Ostenta, sin pudor alguno, soberbia y altanería que lo colocan en la cúspide de los repudios.

Es hombre del sistema, cualquiera que sea su signo ideológico, al que suele servir sin limitaciones.

Aunque además tiene etiqueta de un ser humano que se consume en los excesos.

De suyo, las limitaciones no forman parte de su ser.

Algo le ha faltado para incursionar en el renglón de los Estadistas.

Ha sido promotor, y autor, de grandes reformas que podrían situarlo en un estadio de privilegio.

Pasada la tormenta que generó en la Cámara de Diputados con sus ambiciones o instrucciones de reelegirse en la mesa directiva, tuvo la oportunidad de cancelar el estigma de la ambición.

No obstante, al conceder una entrevista a la revista Proceso, puso en evidencia que los movimientos y las decisiones se dieron al más puro estilo que domina: el sometimiento.

Porfirio surgió en el terreno relevante, durante el sexenio de Luís Echeverría Álvarez. Cuando fue autor y ejecutor de un fraude electoral que lo ha perseguido en su vida.

Fue el operador de un despojo electoral gigantesco. Cumplía instrucciones presidenciales tal y como lo hizo ahora para hacerse a un lado. No fue una decisión personal que lo hubiera engrandecido.

Queda de manifiesto que, teléfono de por medio, fue sometido. Habló con la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y con el titular del Poder Ejecutivo.

Todos hacen creer que Muñoz Ledo tomó una decisión para demostrar sus principios democráticos. Ahora por voz propia, hace evidente que lo obligaron, que lo doblegaron.

Rondan voces y versiones de que fue la aplicación de acuerdos y principios de legalidad, pero alguien miente. Porque en el proceso de renovación de la mesa directiva en San Lázaro, hubo imposiciones de las que se creían desterradas.

A pesar de la verborrea oficial, todo sigue igual. Las intimidaciones y las amenazas siguen siendo eficientes para domesticar.

A pesar de las promesas, está visto que los viejos métodos han sido embalsamados para tenerlos siempre presentes.

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