La imagen de un señor de la tercera edad hincado, rogando a un puñado de manifestantes que cerraron el Eje 5 Sur que lo dejaran pasar porque lo iban a correr de su trabajo, refleja lo que es la Ciudad de México: un caos.
Desde su llegada al Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum anunció la desaparición del Cuerpo de Granaderos, porque según ella históricamente ha sido un agrupamiento utilizado para “reprimir al pueblo”.
Dijo que en la en 1968, y al inicio de la década de los 70, participaron en los hechos trágicos contra la comunidad estudiantil, que terminó en una gran matanza.
Por eso los gobiernos emanados de la izquierda tienen pavor a usar la fuerza legítima del Estado para garantizar la seguridad y el libre tránsito a los mexicanos.
En su afán por quedar bien con la comunidad estudiantil de la UNAM y del Politécnico Nacional, por hechos que ocurrieron hace 50 años, la jefa de Gobierno renunció a su responsabilidad de cuidar el orden constitucional en la capital.
La funcionaria confunde tolerancia con complacencia y represión con orden, pues no debe olvidar que se le paga para que mantenga las cosas en calma, no para fomentar el caos en que ha metido a esta gran capital.
La imagen de ese señor rogando de rodillas a unas cuantas personas que se sintieron empoderadas porque comprobaron que, aunque eran unas cuantas, pudieron detener a miles de personas en la ciudad, sin que nada les pasara, hay que tomarla en serio.
Porque lo mismo hacen pequeños grupos en la Calzada de Tlalpan, Periférico, Circuito Interior, 20 de Noviembre, Avenida Insurgentes y ni se diga Paseo de la Reforma, que cierran a placer sin consecuencia alguna para ellos.
A eso hay que agregar que grupos de personas, que se autonombran defensores de presos políticos o “grupos sociales en defensa del pueblo”, toman la caseta de la salida a Cuernavaca todas las semanas para cobrar el peaje a los viajeros.
Esto también, sin que nadie les diga absolutamente nada, “pues en la Cuarta Transformación no se reprime al pueblo”, ha dicho una y otra vez Andrés Manuel López Obrador.
Pues bien, regresando a la imagen del hombre arrodillado en el Eje 5, cuyos ruegos son ignorados por el puñado de manifestantes que por un momento se sienten con el poder de decidir sobre sus semejantes, es para tener en cuenta.
¿Qué pasaría si en lugar de un hombre arrodillado se presenta un hombre armado a amenazar a los manifestantes para que se quiten o les mete unos balazos? ¿Ahí si actuaría la autoridad?
Por supuesto que una acción de ese tipo estaría fuera de todo lugar y no se desea que pase jamás, pero la desesperación y la impotencia son malos consejeros, pues si el Gobierno no garantiza sus derechos, en una de esas tendrían que pelear por ellos.
¿Por qué un padre de familia que sale de paseo por una autopista tiene que aguantar que sujetos con el rostro cubierto rodeen su vehículo exigiendo dinero en un bote, mientras observan a su esposa, hijas o bebés, revisando qué pertenencias llevan?
¿Y si en realidad son maleantes que quieren hacer daño a las familias bajo el disfraz de manifestantes, y en lugar de un plantón o una protesta se trata de un retén para delinquir?
Mientras todo esto pasa en las calles de la CDMX, las autoridades se la pasan declarando que, según sus números, la inseguridad está siendo controlada y que el sistema de cuadrantes que implementaron está a nada de dar resultados.
La capital del país se ha convertido en territorio de nadie, pues lo mismo esos manifestantes toman instalaciones y vías públicas a su antojo, que los delincuentes atracan en transportes, calles y restaurantes sin que nadie los pare.
Ya sin granaderos, todo el que quiere tomar la vía pública lo hace afectando a millones de capitalinos, pues el gobierno decidió no “reprimir” al pueblo, lo cual es tomado por la delincuencia con un mensaje de debilidad de las autoridades.
Es claro que el gobierno actual tiene una gran confusión entre lo que es represión y lo que es orden público, pues su temor a que puedan ser calificados como represores los paraliza a la hora de brindar seguridad a los ciudadanos.
Todo esto mientras Jesús Orta, secretario de “Seguridad Ciudadana” —creen que con haberle cambiado de nombre a la Seguridad Pública la gente está más tranquila—, no atina a nada.
El funcionario es una posición de Marcelo Ebrard en la capital, porque es su recomendado, pero incluso en el círculo más cercano del canciller dicen que Orta era el encargado de Informática en la SSP, no de cuestiones operativas.
Y eso se nota a leguas, porque el secretario no sólo demuestra su incapacidad en lo hechos, sino la ratifica cuando habla.
Lo primero que hizo cuando llegó al cargo fue denunciar que la Policía Preventiva estaba llena de corruptos, muchos de los cuales ni siquiera se presentaban a trabajar, y otros de plano eran aliados de los grupos criminales.
¿A quién se le ocurre llegar a un lugar y en su primer acto llamar corruptos a quienes va a encabezar?
Que la inseguridad va en aumento, lo dice el propio López Obrador, quien aplicó eso “de que la perra es brava hasta los de casa muerde”, pues en una mañanera dijo que la seguridad en la capital está mucho peor que cuando él gobernó.
El bono democrático ganado en las urnas por Sheinbaum y Morena, y que ha sido gastado para culpar de todos los males al gobierno de Miguel Ángel Mancera, está llegando a su fin.
La gente exige resultados y no más excusas en temas vitales como movilidad, servicios y seguridad.
Es evidente que en ninguno de los rubros han cumplido, pues a estas alturas están mucho peor que los gobiernos que tanto criticaron y a los que la población castigó en las urnas.
No se vale que su ineptitud ponga a los ciudadanos en una situación de decidir entre su vida o la de los malosos, y a eso están orillando a la población, porque en una de esas un ciudadano podría buscará la autoprotección y meterse en problemas.
Si no hay que ver que los linchamientos van en aumento, y eso no es más que resultado de la ausencia de autoridad.
Todo tiene un límite y los morenos ya se pasaron de tueste.