Lo que ni Morena ni Andrés Manuel López Obrador pudieron hacer, lo están haciendo los mismos perredistas: desmantelar su propio partido.
La idea original del hoy presidente era desparecer al sol azteca en las pasadas elecciones; primero porque es un partido que le estorba, y luego porque para él era algo personal acabar con quienes en su momento lo cobijaron y lo hicieron crecer.
Para tal fin recurrió a viejos aliados para organizar una sangría constante de la militancia y paralizar al mismo tiempo toda capacidad de reacción del partido. Escuchó incluso a gente como René Bejarano, quien tenía sus alfiles al interior del sol azteca.
Cierto que el avasallamiento fue mucho más de lo esperado, pero López Obrador no pudo completar la obra y el PRD pudo sobrevivir, aunque para ello recibiera respiración artificial e ingresara a terapia intensiva.
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Muy dañado, pero aún con vida, el sol azteca enfrenta una lucha más cruenta que es hacia el interior, pues los grupos antagónicos se han metido en una dinámica autodestructiva en aras de quedarse con los despojos del otrora partido más importante de izquierda en México.
En lugar de reunificarse para pegar las piezas que se rompieron, los perredistas entraron a una dinámica de cobro de facturas, que ha ocasionado algunas renuncias de importancia, sobre todo para su vida política en la capital de la República.
Tras la realización de su último Congreso Nacional, que acabó con violencia tras el anuncio de la desaparición de tribus y la integración de una dirección colegiada que conducirá la transformación del partido, algunos cuadros importantes buscan la puerta de salida.
Quienes se van aseguran que el partido está en la ruta de la extinción; quienes se quedan dicen que la salida de los indecisos servirá como una purga interna para saber con certeza la realidad perredista en esta etapa aciaga.
La salida más comentada, y la que de entrada cimbró al sol azteca fue la de Héctor Serrano, el operador de Miguel Ángel Mancera que logró aglutinar un gran poder al hacer que los principales liderazgos, sobre todo de la CDMX, se unieran a él.
Su fuerza fue tal que desde el Gobierno de la capital logró penetrar al partido, cosa que ningún gobernante, incluyendo a Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas, los dos líderes icónicos del PRD, había logrado.
Es más, ni siquiera Marcelo Ebrard, quien acumuló un gran poder como jefe de Gobierno, había sido capaz de penetrar la barrera amarilla que se formó a su alrededor y que acabó incluso echándolo de sus filas.
Serrano se hizo cargo personalmente de la carrera política de Miguel Ángel Mancera, al que intentó llevarlo a la candidatura presidencial, ya fuera por la vía independiente o incluso por una alianza de partidos.
También decidió candidaturas en diversas delegaciones y distritos electorales, y casi todo acuerdo pasaba por su escritorio.
Para ello contaba con el apoyo territorial de los líderes de las delegaciones políticas más grandes de la CDMX, como son Iztapalapa, con Dione Anguiano; Víctor Hugo Lobo, en Gustavo A. Madero; Leonel Luna, en Álvaro Obregón, y Mauricio Toledo, en Coyoacán.
Pero vino el fracaso interno para la postulación presidencial de Mancera, aunado a la paliza que Morena les pegó en las elecciones, donde los redujo prácticamente a nada, y como colofón estuvo la jugada de Los Chuchos y ADN para quedarse con el partido.
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Por eso se fue Serrano y con él la confianza de quienes fueron sus aliados a través de la corriente Vanguardia Progresista, que poco a poco empieza a desintegrarse, pues también renunció Dione Anguiano, ex delegada en Iztapalapa.
Aunque Dione deja a su sobrina Karen Quiroga en el partido, incluso como parte de la dirección colegiada que por el momento controla las decisiones internas del PRD, su salida hace un hueco enorme en el territorio más grande se la capital.
Porque si bien es cierto que el PRD perdió en Iztapalapa, también lo es que el grupo de la ex delegada conserva una estructura importante que, desgraciadamente para ella, ante su salida los liderazgos empezarán a disgregarse.
Por otra parte, aunque no tiene territorio, otro que recién amenazó con presentar su renuncia fue Raúl Flores, actual presidente del sol azteca en la CDMX, y que también es identificado como un cuadro mancerista.
Si bien no representaría una sangría importante en número, por supuesto que sería simbólico que quien preside el partido en la capital también aviente la toalla.
Alguien que sigue dando la lucha al interior, pero también con ánimos de buscar mejores opciones es Eduardo Venadero, líder formal de Vanguardia Progresista a nivel nacional, porque tiene claro que lo quieren excluir de las decisiones del partido.
Parece que entre los liderazgos que se mantienen en el PRD hay una consigna para eliminar todo lo que huela a Serrano y por eso sus cuadros más cercanos se están yendo y otros están poniendo sus barbas a remojar.
Los que hicieron alianza coyuntural con él, pero que tienen fuerza territorial propia, buscan acomodarse en el nuevo esquema que pretende implementar el partido rumbo a su refundación, porque no ven alguna otra opción política que les permita subsistir.
Nadie piensa siquiera en irse a hacer fila a Morena, por varias razones elementales: en primer lugar porque en ese partido nadie los necesita y muchos menos los quieren.
La otra es que si se llegaran a ir, tendrían que ir a formarse detrás de quienes en algún momento fueron sus sirvientes y eso no lo van a permitir. Prefieren ser parte de la chiquillada, en espera de nuevos tiempos que les permitan recuperar el glamour.
Están seguros de que Morena no podrá cumplir con las expectativas y promesas que generó en la pasada campaña política, y que en tres años iniciarán el renacimiento amarillo, con la esperanza de que en 2024 pueda pelear de nuevo el Gobierno de la CDXM.
Mientras tanto el partido sigue su etapa de desmantelamiento, soñando con resurgir como una nueva opción a partir de abril del próximo año.