Tiene 71 años y 22 laborando en el sindicato de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. En mayo de 1996, su ex esposa le ayudó a conseguir una plaza en esta dependencia, específicamente en el área administrativa en la delegación Cuauhtémoc. Ahí aprendió a sacar copias, engargolar, al manejo de expedientes, archivar y demás cosas por tres meses. Después lo ascendieron a suplente de enlace administrativo y finalmente fue invitado por Fernando Mira a colaborar en la secretaría del deporte.
Miguel Bernal es mejor conocido como “el fantasma de la recta final” dentro del sindicato de la Procu. Con un brillo en sus ojos, acompaña la gran sonrisa que enmarca su rostro y platica con RS sobre su trayectoria como jockey profesional.
La historia de Bernal es poco común, pues él era un joven nacido en la colonia Roma en la ciudad de México, estudiante del primer semestre de preparatoria. Miguel tenía una vida y un pensamiento de un chico de ciudad, jamás se le ocurrió ser un jinete profesional, pero su destino ya estaba escrito.
Un día, la que era entonces su novia lo invitó a adentrarse en este mundo, pues su hermano practicaba este deporte. Bernal lo consideró una buena idea y aceptó el ofrecimiento de aquella jovencita, ahí fue cuando comenzó todo. Entró a la escuela de jinetes cuando tenía 20 años y sus compañeros le comentaban que su preparación mínimo iba a hacer de 1 año, pero para sorpresa de Miguel su estancia en la escuela fue únicamente de 5 meses, ya que siempre mostró que traía en la sangre el ser un buen jockey.
Después que le dieron luz verde en la escuela, Bernal se dedicaba a entrenar duro con caballos activos desde las 5 de la mañana en el Hipódromo de las Américas, donde también practicaban jinetes de diferentes nacionalidades: peruanos, chilenos, argentinos. Miguel fue tomando experiencia al observar qué hacían los otros jinetes, después se auto corregía y así fue aprendiendo de manera autodidacta hasta su debut en junio de 1966 en la carrera de aprendiz de jinete en el Hipódromo de las Américas.
Luego de esa primera carrera empezó a tener corridas cada 15 o 20 días, competía con caballos que no fueran complicados, que no tenían oportunidad, pero que le iban a dar experiencia para ser un buen jinete. El 30 de diciembre de ese mismo año Miguel ganó profesionalmente el primer lugar en la carrera. Bernal iba a pasos agigantados, pues siempre mostró la habilidad que tenía para competir.
Su talento y popularidad le permitieron ganar entre 20 y 30 carreras. Además su fama le permitió conseguir los mejores caballos para competir. Uno de los momentos de más orgullo para Miguel fue cuando ganó por primera vez en 1976 el premio Handicap de las Américas, que todo jinete, entrenado y dueño de caballos anhela ganar al menos una vez en su vida.
Miguel tuvo la gran fortuna de ganarlo dos veces: en 1976 con el caballo llamado Windsor George y 1981 con el caballo argentino Mendocino. De 1966 a 1980 solamente participaba en las carreras del Hipódromo de las Américas.
“Yo me sentía muy a gusto ganando carreras, porque me llegaron a invitar los mejores jinetes internacionales de Nueva York, Panamá, Argentina pero no me animé porque no tenía pasaporte ni mi cartilla liberada”, recuerda en entrevista.
Así como tuvo momentos agradables también pasó por momentos dolorosos, como cuando se fracturó la clavícula izquierda. En un principio el médico le aseguró que la recuperación sería de al menos tres meses, pero Miguel tenía ansias de seguir compitiendo y al mes y medio logró una recuperación total y exitosa.
Bernal sabía que en ese deporte exponía su vida al cien por ciento, pero eso no era un impedimento para continuar con su carrera, pese a que en varias ocasiones fue testigo de cómo sus compañeros eran pisoteados por el caballo: unos resultaban gravemente heridos y otros, lamentablemente, perdían la vida en ese momento.
De todas las muertes que atestiguó, la más impactante fue la de Álvaro Pineda. “El caballo que montaba se levantó en el arrancadero y Álvaro se golpeó en la cabeza, su muerte fue fulminante pues se desnucó” comentó Miguel.
Pese a todo lo que fue viviendo como ya jockey profesional, nunca dejó de sentir esa pasión y adrenalina que corría por sus venas cada que se preparaba para competir. “Cada triunfo que tenía era un logro más un hijo más para mí, me sentía satisfecho, buscaba más y más”, asegura.
A lo largo de su carrera tuvo muchas personas muy queridas que lo apoyaron en todo momento y con las cuáles está profundamente agradecidas. La familia Ramírez son una de esas personas: “gracias a ellos cumplí mi meta como jinete, me dieron la confianza y el empujón que necesitaba”.
Sin embargo, quienes más apoyo, motivación y fuerza le han dado para seguir adelante son sus seis hijos.
En 1980 inauguró el Hipódromo de Nuevo Laredo Tamaulipas, donde ganó el Clásico Inaugural. Más adelante contabilizó una serie de triunfos de cuartos de milla y pura sangre, su apertura de caballos ya era total y exitosa.
Ese mismo año dejó el Hipódromo de las Américas y se dedicó a competir en todos los Hipódromos de las fronteras: Nuevo Laredo, Ciudad Juárez Y en Tijuana, así como en Texas, Estados Unidos.
El 25 de junio de 1988 ganó el trofeo del Clásico del Caribe en Tijuana, donde enfrentó a jinetes argentinos, peruanos, chilenos y de otros países de América Latina. El premio fueron dos millones de pesos de aquel entonces, una cifra bastante grande para una competencia.
Miguel Bernal asegura que ser jinete profesional no es sencillo y lo primero que se necesita es hacer un buen equipo con el caballo, sentirlo en la sangre, sentir sus latidos, hablar con él, tranquilizarlo, darle confianza pues ambos se vuelven uno mismo en la carrera.
“Si no hay química no hay combinación, es algo hermoso”, afirma.
Miguel dice tener un don para comprender muy bien a los caballos, él podía sentir lo que le gustaba y lo que no le gustaba en milésimas de segundos. “En plena carrera el caballo me iba avisando lo que tenia, dolor de rodilla, si se había tragado la lengua, yo tenía que ayudarlo en ese momento para evitar algún accidente y así poder ganar”.
“Yo al mirar los ojos del caballo, podía ver más allá sentía de inmediato la conexión, son animales muy inteligentes lo único que les falta es hablar”, añade el jockey sobre su conexión con estos animales.
Su apodo de “El fantasma de la recta final” se lo ganó gracias a la táctica que le permitió convertirse en campeón: esperaba hasta atrás y dejaba que el resto de los jinetes corrieran a toda velocidad, pero ya en la última vuelta aceleraba el paso y rebasaba a los competidores, que ya estaban cansados para ese momento.
Su carrera como jockey le permitió tener un buen ingreso y llegó a recibir hasta 30 mil pesos mensuales por correr caballos. Más adelante comenzaron a pagarle en dólares y luego la cifra iba teniendo más ceros, pasando de miles a millones.
En 1996 decidió retirarse de las carreras y asegura que fue el momento adecuado de dejar esa vida. Tampoco se arrepiente de la vida que tuvo en el deporte y dice con orgullo que todo el dinero que ganó lo invirtió en la educación de sus hijos y propiedades que les pudiera heredar a ellos y al resto de su familia, en lugar de haberlo gastado en drogas y alcohol.
Bernal se siente orgulloso de lo que hizo y de cumplir todas sus metas. “Me siento feliz y tranquilo con la vida que tuve como jockey y con la vida que actualmente tengo”, finaliza con la misma sonrisa con la que contó su vida.